LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

 Capítulo 35 

Santificación (cont.)

 

V. Las condiciones para lograrse:

1. Un estado de santificación total no puede alcanzarse mediante una espera indiferente del tiempo de Dios.

2. Tampoco se logra mediante cualquier obra de la ley, u obras de otro tipo, llevadas a cabo por nuestras propias fuerzas, independientemente de la gracia de Dios. Por esto no quiero decir que si uno está dispuesto a ejercer los poderes naturales de una manera correcta, no podría ni siquiera una vez obedecer la ley en el ejercicio de su fuerza natural y continuar haciéndolo. Pero sí quiero decir que en tanto uno está totalmente indispuesto a utilizar los poderes naturales de manera correcta sin la gracia de Dios, ningún esfuerzo que se haga por nuestras propias fuerzas, o independiente de la gracia, dará como resultado su santificación completa.

3. No se logra mediante esfuerzos directos para sentir lo correcto. Muchos pasan el tiempo en esfuerzos vanos para forzarse a sí mismos hacia un estado correcto de sentimiento. Ahora bien, debe entenderse siempre que la religión no consiste en un simple sentimiento o emoción, o en un afecto involuntario de cualquier índole. Los sentimientos no resultan de un esfuerzo directo para sentir. Por el contrario, son actos espontáneos de la mente cuando se tiene bajo su consideración directa y profunda los objetos, las verdades, los hechos y las realidades que están correlacionados con estas emociones involuntarias. Son el estado más fácil y natural posible de la mente bajo tales circunstancias. Hasta ahora por el esfuerzo que se requiere para aplicarse, requeriría más bien de un esfuerzo para prevenirlos cuando la mente está intensamente tomando en cuenta esos objetos y consideraciones que tienen una tendencia natural para producirlos. Esto es tan cierto que cuando las personas están en el ejercicio de tales afectos, no sienten dificultad en lo absoluto en su ejercicio, sino que se preguntan cómo alguien puede evitar sentir como ellos sienten. Para ellos parece tan natural, tan fácil, y casi se puede decir tan inevitable, que con frecuencia sienten y expresan asombro que uno considere difícil ejercer los sentimientos de los cuales ellos están conscientes. El rumbo que muchas personas toman sobre el tema de religión me ha parecido con frecuencia sorprendente. Hacen de sí mismos, su propio estado e interés, el punto central alrededor del cual giran sus propias mentes. Su egoísmo es tan grande que sus propios intereses, felicidad, y salvación, llenan todo el campo de visión. Y sus pensamientos y ansiedades, y todas sus almas, se agrupan alrededor de su propia salvación, se quejan de un corazón duro de que no pueden amar a Dios, que no se arrepienten, y que no pueden creer. Abiertamente consideran el amor a Dios, el arrepentimiento, la fe, y toda la religión, como si consistiesen en puros sentimientos. Estando conscientes de que no pueden sentir de manera correcta, como lo expresan, están de los más preocupados por sí mismos, lo cual concierne más que al aumento de su vergüenza, y la dificultad de ejercer lo que ellos llaman afectos correctos. Mientras menos sientan, más tratarán de sentir, mientras más esfuerzos hagan por sentir lo correcto sin éxito, más serán confirmados en su egoísmo, y mientras más estén sus pensamientos adheridos a sus propios intereses, y están, desde luego, a una distancia cada vez mayor de cualquier estado correcto de la mente. Y así sus ansiedades egoístas engendran esfuerzos inútiles y éstos sólo ahondan sus ansiedades. Y si, en ese estado, la muerte apareciera en una forma visible ante ellos, o sonara la última trompeta, y fueran a ser llamados al juicio solemne, sólo incrementaría su distracción, confirmaría, y casi daría omnipotencia a su egoísmo, y su santificación sería moralmente imposible. Nunca debe olvidarse que toda religión verdadera consiste en estados voluntarios de la mente, y que el camino único y verdadero para obtener la verdadera religión es ver y entender el objeto exacto que se va a realizar, y entonces aplicar de inmediato el ejercicio voluntario requerido.

4. No se logra por esfuerzos para obtener gracia mediante obras de la ley. Si la pregunta se le presenta al judío: "¿Qué debo hacer para que pueda realizar la obra de Dios?" Respondería, "guarda tanto la ley tanto moral como la ceremonial; esto, es guarda los mandamientos".

Con la misma pregunta un seguidor de Arminio respondería: "Mejora la gracia común, y obtendrás la gracia que convierte; esto es, usa los medios de la gracia de acuerdo con la mejor luz que tengas, y obtendrás la gracia de la salvación". En esa respuesta no se supone que quien hace la pregunta ya tiene fe, sino que está en un estado de incredulidad, y está averiguando sobre la gracia que convierte. La pregunta, por tanto, equivale a lo siguiente: se debe volver santo por hipocresía; se debe trabajar la santificación por el pecado.

A esta pregunta, casi todos los calvinistas declarados darían en sustancia la misma respuesta. Rechazarían el lenguaje mientras retuvieran la idea. Su rumbo implicaría que, quien hace la pregunta ya tiene fe, o debe realizar algunas obras para obtenerla, esto es, debe obtener gracia por las obras de la ley.

Un escritor calvinista más reciente admite que la santificación completa y permanente es obtenible aunque rechaza la idea de la obtención misma de tal estado en esta vida. Supone que la condición de obtener este estado, o la forma de obtenerlo es por el uso diligente de los medios de la gracia, y que los santos están santificados en tanto hagan uso diligente de los medios de santificación. Pero como niega que cualquier santo use, o vaya a usar, todos los medios con diligencia adecuada, niega también, desde luego, que la santificación completa sea obtenida en esta vida. La manera de obtenerla, según esta enseñanza, es por el uso diligente de los medios. Si entonces a este escritor se le preguntara "¿qué debo hacer para que haga yo las obras de Dios?", o en otras palabras, "¿qué debo hacer para obtener la santificación completa y permanente?" Su respuesta parece que sería: "Usa diligentemente todos los medios de la gracia"; es decir, debes conseguir gracia por obras", o como el seguidor de Arminio, mejora la gracia común, y asegurarás la gracia que santifica. Ni un seguidor de Arminio, y ni un calvinista dirigiría formalmente al que pregunta a la ley, como la base de la justificación, sino casi toda la iglesia daría direcciones que equivaldrían a lo mismo. Su respuesta sería legal y no evangélica. Es legal cual sea la respuesta a esta pregunta que no reconozca de manera particular la fe como la condición de santidad perdurable en los cristianos. Si a la persona que pregunta no se le da a entender que esto es el primer deber fundamental y más grande sin la ejecución de lo que es imposible toda virtud, todo abandono al pecado, toda obediencia aceptable, está mal encauzado. Es llevado a creer que es posible agradar a Dios sin fe, y a obtener gracia por obras de la ley. Hay más que dos tipos de obra: las obras de la ley, y las obras de la fe. Ahora si quien pregunta no tiene "la fe que obra por amor" para ponerlo en cualquier rumbo de obras para obtenerla, es ciertamente ponerlo a conseguir fe por obras de la ley. Lo que se le diga a él que no conlleve claramente la verdad que la justificación y la santificación son por fe, sin obras de la ley, es ley y no evangelio. Nada antes o sin la fe puede hacerse por nadie más que obras de la ley. Su primer deber, por tanto, es fe, y cada intento de obtener fe por obras de incredulidad es poner obras en el fundamento y hacer de la gracia un resultado. Es el opuesto directo de la verdad evangélica.

Tómense los hechos en tanto surgen en la experiencia de cada día para mostrar que lo que he establecido es verdad de casi todos los doctos y no doctos. Cuando un pecador empieza en serio a formular la pregunta "¿qué debo hacer yo para ser salvo?" Resuelve como primer deber dejar sus pecados, esto es, en incredulidad. Desde luego, su reforma es sólo externa. Determina ser mejor--reformar en esto y lo otro, y así prepararse para ser convertido. No espera ser salvo sin gracia y fe, pero intenta obtener algo de gracia por obras de la ley. Lo mismo es verdad de multitudes de cristianos ansiosos, que están averiguando lo que deben hacer para vencer al mundo, a la carne y al diablo. Pasan por alto el hecho de que "ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe" (1 Jn. 5:4). Esto es con el "escudo de la fe" para "apagar todos los dardos de fuego del maligno" (Ef. 6:16). Preguntan "¿por qué soy vencido por el pecado? ¿Por qué no estoy por encima de su poder?, ¿por qué soy entonces el esclavo de mis apetitos y pasiones, y presa del diablo?" Tratan de encontrar la causa de toda su miseria y muerte espirituales. En algún momento, creen haberla descubierto en el descuido de su deber, y en algún otro momento en el descuido de otro. A veces se imaginan que han encontrado la causa en haberse rendido a una tentación y a veces a otra. Hacen esfuerzos en esta y esa otra dirección y cubren con su rectitud un lado mientras dejan sin cubrir otro lado. Así se pasan años dando vueltas en círculos, haciendo diques de arena por las corrientes de sus hábitos y tendencias. En lugar de una vez purificar sus corazones por la fe, se ocupan en tratar de detener el desbordamiento de las aguas amargas de sus propias propensiones. Se preguntan "¿por qué peco?" Y buscando la causa, llegan a la conclusión sabia, que es porque descuidan tal deber, esto es, porque pecan. Pero "¿cómo me deshago del pecado?" Respondo: Al cumplir con el deber, esto es, dejar de pecar. Ahora bien, la pregunta real es ¿por qué descuidan su deber? ¿Por qué cometen pecado? ¿Dónde está la base de todo este daño? ¿Se contestaría, la base de toda esta impiedad es la fuerza de la tentación--en la perversión de nuestros corazones--en la fuerza de nuestras propensiones malignas? Pero todo esto sólo nos lleva de nuevo a la pregunta real: ¿cómo se vencen estas cosas? Respondo: por fe sola. Ninguna obra de la ley tiene la menor tendencia para vencer nuestros pecados, sino más bien confirma el alma en incredulidad y santurronería.

El pecado grande y fundamental, que es la base de todo otro pecado, es la incredulidad. Lo primero es rendir eso--creer la palabra de Dios. No hay abandono de ningún pecado sin eso. "Todo lo que no proviene de fe, es pecado" (Ro. 14:23). "Pero sin fe es imposible agradar a Dios" (He. 11:16). Entonces vemos que el apóstata y el pecador acusado, cuando agonizan para vencer el pecado, casi siempre tomarán ellos mismos las obras de la ley para obtener fe, Ayunarán, orarán, leerán y lucharán, se reformarán por fuera, y así intentarán obtener gracia. Ahora todo esto es en vano y está mal. Se preguntan ¿acaso no ayunaremos, y oraremos, leeremos y lucharemos? ¿Acaso no haremos nada más que sentarnos con seguridad de antinomianismo e inacción? Respondo: deben hacer todo lo que Dios ordena que hagan, pero empiecen donde les diga que empiecen, y háganlo en la forma en la que les ordena que lo hagan; esto es, en el ejercicio de esa fe que obra por amor. Purifiquen sus corazones por fe. Crean en el Hijo de Dios. Y no digan en su corazón "Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos…" (Ro. 10:6-8). Ahora bien, estos hechos muestran que incluso bajo el evangelio, casi todos los doctos de religión, mientras rechazan la noción judía de justificación por obras de la ley, han después de todo adoptado un sustituto ruin para ella, y suponen que de algún modo van a obtener gracia por sus obras.

5. Un estado de santificación completa no puede obtenerse al intentar copiar la experiencia de otros. Es muy común para los pecadores acusados o para cristianos que quieren saber de la santificación completa, en su ceguera, que pregunten a otros para relacionar la experiencia de éstos, para marcar con minuciosidad el detalle de todos los esfuerzos para obtener la misma clase de experiencias, sin parecer entender de que no pueden ejercer más los sentimientos en detalle como los otros, de lo que pueden parecerse como los otros. Las experiencias humanas difieren como difieren los rostros humanos. Toda la historia del estado anterior mental del hombre viene, por supuesto, a modificar su experiencia presente y futura, de modo que una serie de sentimientos que puede ser el requisito en el caso de uno, y que de hecho ocurrirá, si uno llega a estar santificado, no coincidirá en todos sus detalles con los ejercicios de cualquier ser humano. Es de suma importancia para ustedes que entiendan que uno no puede copiar cualquier experiencia religiosa verdadera, y que uno está en grave peligro de ser engañado por Satanás, cuando se intenta copiar la experiencia de otros. Les ruego por tanto dejen de orar y tratar de obtener la experiencia precisa de cualquier persona. Todas las experiencias cristianas verdaderas son, como los humanos, en su contorno tan parecidas como son tan fácilmente conocidas como los lineamientos de la religión de Jesucristo. Pero ni más que eso son parecidas, como tampoco los rostros humanos se parecen.

Pero recuérdese aquí, que la santificación no consiste en los afectos varios o las emociones de las que los cristianos hablan, y de las que a menudo se equivocan, o con las que confunden la religión verdadera. Mas esa santificación consiste en la consagración total, y como consecuencia todo queda fuera de lugar en cualquier intento de copiar los sentimientos de otro, puesto que los sentimientos no constituyen la religión. Los sentimientos de los cuales los cristianos hablan no constituyen la religión verdadera, sino con frecuencia resultan de un estado de corazón. Estos sentimientos pueden hablarse con propiedad suficiente como la experiencia cristiana, pues aunque sean estados involuntarios de la mente, son experimentados por verdaderos cristianos. La única manera de asegurarlos es poniendo la voluntad correctamente y las emociones que serán de un resultado natural.

6. No es por esperar hacer preparativos antes de que uno llegue a ese estado. Obsérvese que lo que uno está buscando es un estado de consagración total a Dios. Ahora no se imaginen que ese estado mental deba ser un preámbulo de una larga introducción para ejercicios preparatorios. Es común en personas cuando indagan con esfuerzo en este tema que piensen ellos mismos como si fuesen estorbados en este progreso por una falta de este u otro ejercicio o estado de la mente. Buscan por todos lados menos en la dificultad real. Señalan cualquier otro menos la razón verdadera por la que no están ya en un estado de santificación. La dificultad verdadera es egoísmo voluntario, o consagración voluntaria al interés de uno mismo y de la gratificación de uno mismo. Ésta es la única dificultad a vencer.

7. No se logra por asistir a reuniones de oración de otros cristianos, o por depender de algún modo en los medios para llegar a ese estado. Por esto no intento decir que los medios sean innecesarios, o que no sea a través de la instrumentalidad de la verdad al que este estado de la mente es inducido, sino quiero decir que mientras uno está dependiendo de cualquier instrumentalidad, la mente es desviada del punto real, y posiblemente no se obtiene nunca.

8. No se logra por esperar alguna opinión sobre Cristo. Cuando las personas en el estado mental del que he estado hablando, oyen a quienes viven en fe, que dan sus opiniones sobre Cristo, dicen "Ah, si pensara de ese modo, podría creer; debo tener ese modo de pensar antes de que pueda creer". Ahora deben entender que estos modos de pensar son el resultado y el efecto de la fe en la promesa del Espíritu de tomar de las cosas de Cristo y mostrarlas a uno. Agárrense de estas promesas, y el Espíritu Santo les revelará a Cristo en las relaciones en las que necesitan de él de tiempo en tiempo. Agárrense, entonces, de la promesa sencilla de Dios. Tómenle la palabra a Dios. Crean que él quiere decir lo que dice, y esto de inmediato les llevará a un estado de la mente por la cual han querido averiguar.

9. No se logra en la manera que uno puede señalar para uno mismo. Las personas en un estado de búsqueda son muy aptas sin parecer estar conscientes de ello al poner pensamientos ante ellas, para vigilar el camino y poner una bandera de donde intentan salir. Esperan ser ejercitados de este u otro modo, tener estas y otras opiniones y sentimientos cuando han obtenido su objetivo. Ahora, quizá hubo alguna persona que no se hubiese encontrado decepcionada en esto. Dios dice "Y guiaré a los ciegos por camino que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura. Estas cosas les haré, y no los desampararé" (Is. 42:16). Este sufrir de su imaginación para señalar su camino es un gran obstáculo para ustedes, en tanto los coloca haciendo muchos intentos infructuosos y peor que intentos infructuosos para obtener ese estado imaginario de la mente, les hace perder mucho de su tiempo, y grandemente desgasta la paciencia y lastima el Espíritu de Dios. Mientras está tratando de dirigirlos al punto correcto, ustedes se están saliendo del rumbo, e insisten que eso que su imaginación ha marcado es la forma, en vez de aquello que los está tratando de dirigir. Y así en su orgullo e ignorancia están causando mucha demora y están abusando de la longanimidad de Dios. Él dice: "Este es el camino, andad por él" (Is. 30:21). Pero ustedes dicen que no, éste es el camino. Y entonces están ahí hablando y bromeando mientras están en todo momento en peligro de lastimar el Espíritu de Dios y de perder sus almas.

Si hay cualquier cosa en su imaginación que esté ya fija en cualquier modo en especial, o en cualquier tiempo, o cualquier lugar, o cualquier circunstancia, con toda certeza serán engañados por el diablo o quedarán totalmente decepcionados en el resultado. Encontrarán, en esos puntos particulares en los que han enfatizado que la sabiduría del hombre es necedad para Dios, que los caminos de ustedes no son sus caminos, ni los pensamientos de ustedes son sus pensamientos. "Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos" (Is. 55:9). Pero…

10. Este estado sólo se logra por fe. Recuérdese siempre que "sin fe es imposible agradar a Dios" y "todo lo que no proviene de fe, es pecado". Tanto la justificación como la santificación son por fe sola. Ro. 3:30: "Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión". Ro. 5:1: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo". También Ro. 9: 30-32: "¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley".

Pero de ninguna manera entiéndase como enseñanza de santificación tan distinta y opuesta a la santificación por el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, o lo que es lo mismo, por Cristo nuestra Santificación, que vive y reina en el corazón. La fe es más bien el instrumento o la condición en vez del agente eficiente que induce a un estado de santificación presente y permanente. La fe simplemente recibe a Cristo como rey para que viva y reine en el alma. Es Cristo, en el ejercicio de sus oficios diversos, y apropiados en sus relaciones distintas a las carencias del alma, mediante la fe, quien asegura nuestra santificación. Esto hace por los descubrimientos divinos al alma de sus perfecciones y plenitud divinas. La condición de estos descubrimientos es la fe y la obediencia. Él dice en Juan 14:21-23: "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él".

Para establecer las condiciones de la santificación completa en esta vida, debemos considerar cuáles son las tentaciones que nos vencen. Cuando nos convertimos primero, hemos visto, que el corazón o la voluntad se consagra a sí misma totalmente al ser de Dios. También hemos visto que éste es el estado de benevolencia desinteresada, o de una entrega de todo el ser a la promoción del bien supremo. Además hemos visto que todo pecado es egoísmo, o que todo pecado consiste en la voluntad que busca indulgencia o gratificación del yo; que consiste en el rendimiento de la obediencia de la voluntad a las propensiones en vez de obedecer a Dios, como su ley se revela en la razón. Ahora, ¿quién no puede ver lo que necesita hacerse para romper el poder de la tentación y dejar libre el alma? El hecho es que el departamento de nuestra sensibilidad, que está relacionado con los objetos de tiempo y sentido, ha recibido un desarrollo enorme, y está estremecedoramente vivo a todos sus objetos correlacionados, mientras, en virtud de la ceguera de la mente a los objetos espirituales, no está muy desarrollado en sus relaciones con ellos. Esos objetos son pocas veces pensados por la mente carnal, cuando sucede, son solamente pensados. No son claramente vistos y desde luego no son sentidos.

El pensamiento de Dios, de Cristo, del pecado, de la santidad, del cielo y del infierno, inquieta un poco o no inquieta nada a la emoción en la mente carnal. Ésta está viva y despierta a los objetos terrenales y sensibles, pero muerta a las realidades espirituales. El mundo espiritual necesita ser revelado al alma. Ésta necesita ver y aprehender claramente su propia condición, relaciones y carencias espirituales. Necesita familiarizarse con Dios y Cristo, tener claras las realidades espirituales y eternas, y tener presente todas las realidades absorbentes al alma. Necesita tales descubrimientos del mundo eterno, de la naturaleza y culpa del pecado, y de Cristo, el remedio del alma, como para matar o grandemente mortificar la lujuria, o los apetitos y las pasiones en sus relaciones con los objetos de tiempo y sentido, y desarrollar minuciosamente la sensibilidad en sus relaciones con el pecado y con Dios, y todo el círculo de las realidades espirituales. Esto grandemente aplacará la frecuencia y el poder de la tentación a la gratificación de uno mismo y romperá la esclavitud voluntaria de la voluntad. Los desarrollos de la sensibilidad necesitan ser corregidos meticulosamente. Esto sólo puede hacerse por la revelación al hombre interior, por el Espíritu Santo, de estas realidades grandiosas, solemnes y dominantes de la "tierra espiritual" que yacen ocultas al ojo de la carne.

A menudo vemos aquellos alrededor de nosotros cuya sensibilidad está tan desarrollada, en alguna dirección, que son llevadas cautivas por el apetito y la pasión en esa dirección a pesar de la razón y de Dios. El borracho es un ejemplo de esto. El glotón, el licencioso, el avaro son ejemplos de este tipo. A veces, por un lado, vemos por alguna providencia sorprendente, tal desarrollo opuesto de la sensibilidad producida como para acabar y dejar aquellas tendencias particulares, y toda la dirección de la vida del hombre pareciera ser cambiada, y lo es por lo menos externamente. De ser un perfecto esclavo a su apetito por las bebidas alcohólicas, no puede, sin la más grande aversión y asco, tanto como oír el nombre de su bebida más preferida. De ser el hombre más avaricioso se vuelve profundamente asqueado de la riqueza y la desdeña y la desprecia. Ahora, esto ha sido efectuado por un desarrollo opuesto de la sensibilidad, pues, en el supuesto caso, la religión no tiene que ver nada con eso. La religión no consiste en los estados de la sensibilidad, ni en la voluntad siendo influenciada por la sensibilidad, sino el pecado consiste en la voluntad siendo así influenciada. Algo grande que se necesita hacer para confirmar y poner a la voluntad en la actitud de la consagración completa para que suceda un desarrollo opuesto de la sensibilidad para que no aleje de la voluntad de Dios. Necesita ser mortificada, o crucificada al mundo, a los objetos de tiempo y sentido, por una relevación tan profunda, clara y poderosa del yo al yo, y de Cristo al alma, como para despertar y desarrollar todas sus susceptibilidades en sus relaciones con él, y las realidades espirituales y divinas. Esto puede hacerse fácilmente por el Espíritu Santo, quien toma de las cosas de Cristo y las muestra a nosotros. Revela tanto a Cristo que el alma lo recibe en el trono del corazón para reinar por todo el ser. Cuando la voluntad, el intelecto, y la sensibilidad se rinden a él, éste desarrolla la inteligencia y la sensibilidad por revelaciones claras de él mismo al alma en todos sus oficios y relaciones, confirma la voluntad, suaviza y corrige la sensibilidad por estas revelaciones divinas a la inteligencia.

Necesitamos la luz de Espíritu Santo para enseñarnos el carácter de Dios, la naturaleza de su gobierno, la pureza de su ley, la necesidad y el hecho de la expiación--enseñarnos nuestra necesidad de Cristo en todos sus oficios y relaciones gubernamentales, espirituales y combinadas. Necesitamos la revelación de Cristo en nuestras almas con tal poder como para inducir en nosotros que la fe que apropia, sin la cual Cristo no es, y no puede ser, nuestra salvación. Necesitamos conocer a Cristo, por ejemplo, en tales relaciones como las siguientes:

1. Como Rey, para establecer su trono y escribir su ley en nuestros corazones; establecer su reino en nosotros; inclinar su cetro por todo nuestro ser. Como Rey, él debe revelarse espiritualmente y debe ser recibido.

2. Como nuestro Mediador para estar entre la justicia ofendida de Dios y nuestras almas culpables, para que acontezca una reconciliación entre nuestras almas y Dios. Como Mediador, él debe ser conocido y recibido.

3. Como nuestro Abogado o Paracletos, nuestro amigo próximo o nuestro mejor amigo, para suplicar por nuestra causa al Padre, nuestro abogado justo y siempre prevaleciente para asegurar el triunfo de nuestra causa ante el tribunal de Dios. En esta relación él debe ser aprehendido y acogido.

4. Como nuestro Redentor, para redimirnos de nuestra maldición de la ley, y del poder y dominio del pecado, para pagar el precio demandado por la justicia pública para nuestra liberación y vencer y romper por siempre nuestra cautividad espiritual. En esta relación también debemos conocerlo y apreciarlo por fe.

5. Como la propiciación de nuestros pecados para ofrecerse a sí mismo como una propiciación u ofrenda por nuestros pecados. La aprehensión de Cristo que hace expiación por nuestros pecados parece ser indispensable para el mantenimiento de una esperanza saludable de vida eterna. Ciertamente no es saludable para el alma aprehender la misericordia de Dios sin considerar las condiciones de su ejercicio. No impresiona suficientemente al alma un sentido de justicia y santidad de Dios con la culpa y deserción del pecado. No infunde suficientemente temor reverente al alma ni la humilla en el polvo más profundo para considerar a Dios como quien extiende indulto sin considerar la severidad de su justicia, como se manifiesta al requerir que el pecado deba ser reconocido en el universo, tan merecedor de la ira y la maldición de Dios, como una condición de perdón. Es admirable, y bien vale la pena toda consideración de quienes niegan que la expiación hizo del pecado una nimiedad comparativa, y parece considerar la benevolencia o el amor de Dios como naturaleza buena en vez de, como es, "un fuego consumidor" para los que hacen iniquidad. Nada produce o puede producir ese temor reverente de Dios, ese el pavor y el terror santo al pecado, ese espíritu de auto-abatimiento y justificación de Dios, más que una aprehensión minuciosa de la expiación de Cristo. Nada como esto puede engendrar ese espíritu de auto-renuncia, de adhesión a Cristo, de tomar refugio en su sangre. En estas relaciones, Cristo debe ser revelado a nosotros, aprehendido y acogido por nosotros, como la condición de nuestra santificación entera.

Es la obra del Espíritu Santo de revelar así la muerte de Cristo en nuestros pecados individuales, y como se relaciona con nuestros pecados como individuos. El alma necesita aprehender a Cristo como crucificado por nosotros. Una cosa es para el alma considerar la muerte de Cristo meramente como la muerte de un mártir, y otra cosa infinitamente diferente, como todos sabemos, a quien ha tenido la experiencia por nuestros pecados, como siendo verdaderamente un sustituto por nuestra muerte. El alma necesita aprehender a Cristo como quien sufre en la cruz por ella, o como su sustituto, para que pueda decir "ese sacrificio es por mí, ese sufrimiento y esa muerte son por mis pecados, ese bendito cordero es sacrificado por mis pecados". Si de este modo aprehender plenamente y apropiarse de Cristo no mata al pecado en nosotros, ¿qué más puede?

6. También necesitamos conocer a Cristo como quien resucitó para nuestra justificación. Él resucitó y vive para procurar nuestra exoneración segura, o nuestro indulto completo y aceptación con Dios. Vive, y es nuestra justificación que necesitamos saber, para romper la cautividad de motivos legales, y sacrificar todo temor egoísta; romper y destruir el poder de la tentación desde su origen. El alma claramente convencida es a menudo tentada a desaliento e incredulidad, a desesperarse de su propia aceptación con Dios, y seguramente caería en cautividad de temor, si no fuera por la fe de Cristo como un salvador que resucitó, que vive, y que justifica. En esta relación, el alma necesita aprehender clara y plenamente apropiarse de Cristo en su completitud, como una condición para permanecer en un estado desinteresado de consagración a Dios.

7. Necesitamos también tener a Cristo revelado a nosotros como quien lleva nuestras penas y como quien lleva nuestras tristezas. La aprehensión clara de Cristo, como quien es hecho aflicción por nosotros, y como quien se inclina en las aflicciones y penas las cuales en justicia nos pertenecían, tiende de inmediato a considerar el pecado como odioso, y a Cristo como apreciado por nuestras almas. La idea de Cristo como nuestro sustituto necesita ser desarrollada a fondo en nuestras mentes. Y esta relación de Cristo necesita ser claramente revelada a nosotros como para que se nos vuelva una realidad presente en todas partes. Necesitamos tener a Cristo revelado para completamente cautivar y acaparar nuestros afectos a fin de que muramos inmediatamente más pronto en vez de pecar contra él. ¿Es eso imposible? Ciertamente no. ¿Acaso no puede el Espíritu Santo y no está dispuesto y presto para revelarlo con la condición de pedirlo en fe? Seguro que sí.

Necesitamos aprehender a Cristo como el único por cuyas llagas somos sanados. Necesitamos conocerlo como quien alivia nuestros dolores y sufrimientos por los suyos, como quien previene nuestra muerte por la suya, como quien se entristece para que nosotros tengamos gozo, como quien se duele para que podamos estar eternamente e indeciblemente contentos, como quien muere en una agonía indescriptible para que podamos morir en paz profunda y triunfo inefable.

8. Como quien se hizo pecado por nosotros. Necesitamos aprehender de él como quien fue tratado como un pecador, e incluso como el principal de los pecadores por causa nuestra o por nosotros. Ésta es la representación de la escritura, que Cristo por causa nuestra fue tratado como si fuese pecador. Fue hecho pecado por nosotros; esto es, fue tratado como pecador, o más bien como si fuese el representativo, como si fuese la encarnación de pecado por nosotros. ¡Ah! ¡Esto es lo que el alma que necesita aprehender--Jesús santo tratado como pecador, y como si todo pecado se concentrara en él por causa nuestra! Procuramos este tratamiento de él. Consintió tomar nuestro lugar en un sentido tal como para soportar la cruz, y la maldición de la ley por nosotros. ¡Ah, cuán infinitamente se resiste el yo bajo tal aprehensión como ésta! En esta relación debe él no sólo ser aprehendido, sino también aprehendido por fe.

Necesitamos también aprehender el hecho de que por nosotros se hizo pecado "para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (Co. 5:21), que Cristo fue tratado como pecador para que fuésemos tratados como justos, para que también pudiéramos ser justos personalmente por fe en él; para que pudiéramos heredar y ser partícipes de la justicia de Dios, como esa justicia existe y es revelada en Cristo, para que pudiéramos ser hechos justos en él y por él como Dios es justo. Se necesita abrazar y agarrar por fe esa justicia de Dios, que es llevada a casa para los santos en Cristo, a través de la expiación y el Espíritu morador.

9. También necesitamos a Cristo revelado al ser interior, como "cabeza sobre todas las cosas a la iglesia" (Ef. 1:22). Todas estas relaciones no son de provecho para nuestra santificación, sólo que sean reveladas directa, interna y personalmente al alma por el Espíritu Santo. Una cosa es tener pensamientos, e ideas, y opiniones referentes a Cristo, y otra cosa completamente diferente es conocer a Cristo, como es revelado por el Espíritu Santo. Todas las relaciones de Cristo implican necesidades correspondientes en nosotros. Cuando el Espíritu Santo ha revelado a nosotros la necesidad, y a Cristo como exactamente apto para suplir plenamente esa necesidad, y ha urgido su aceptación en esa relación, hasta que se nos revela, y Cristo es entonces revelado y aceptado por nosotros, nada es hecho más que guardar en nuestras cabezas con nociones, opiniones y teorías, mientras nuestros corazones se vuelven más y más, a cada momento, como una piedra firme.

Con frecuencia he temido que muchos cristianos profesos conocen a Cristo sólo tras la carne; esto es, no tienen otro conocimiento de Cristo más que lo que obtienen al leer y oír acerca de él, sin ninguna revelación especial de él al ser interno por el Espíritu Santo. No me sorprende que tales estudiosos y ministros deban estar totalmente en la oscuridad en el tema de la santificación completa en esta vida. Consideran la santificación como si sucediera por la formación de hábitos santos, en vez de que resulte de la revelación de Cristo al alma en su plenitud y relaciones, y la renuncia del alma del yo y la apropiación de Cristo en estas relaciones. Cristo es representado como su cuerpo. Él es para la iglesia lo que la cabeza es para el cuerpo. La cabeza es el asiento del intelecto, la voluntad, en suma, del alma viviente. Considérese lo que el cuerpo sería sin Cristo. Pero necesitamos tener nuestras necesidades en este respecto claramente reveladas a nosotros por el Espíritu Santo, y esta relación de Cristo hecho de manera clara para nuestra aprehensión. La oscuridad total de la mente humana referente a su estado espiritual y carencias, y referente a las relaciones y plenitud de Cristo, es verdaderamente asombrosa. Sus relaciones, como se menciona en la Biblia, son pasadas por alto casi en su totalidad hasta que nuestras carencias son descubiertas. Cuando se sabe de éstas, y el alma empieza con esfuerzo a buscar un remedio, no necesita buscar en vano. "No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón" (Ro. 10:6-8).

Oh, cuán infinitamente ciego él está ante la plenitud y gloria de Cristo, quien no se conoce a sí mismo y a Cristo como ambos son revelados por el Espíritu Santo. Cuando somos guiados por el Espíritu Santo para ver hacia el abismo de nuestro propio vacío--mirar el abismo horrible y el barro cenagoso de nuestros propios hábitos, enredos carnales, mundanos e infernales; cuando vemos en la luz de Dios que nuestro vacío y necesidades son infinitas, entonces, no hasta entonces, estaremos preparados para desechar el yo, y ponernos a Cristo. La gloria y la plenitud de Cristo no son descubiertas al alma hasta que ésta descubre que necesita de él. Pero cuando el yo, con toda su repugnancia e impotencia, es plenamente revelado, hasta que la esperanza está totalmente extinta, como respecta a cada tipo y grado de ayuda en nosotros mismos, y cuando Cristo, el todo en todo, es revelado al alma como la porción toda suficiente y la salvación, entonces, y sólo entonces, el alma conoce su salvación. Este conocimiento es la condición indispensable para apropiarse de la fe, o de aquel acto de recibir a Cristo, o aquella entrega de todo a él, que lleva a Cristo a casa para morar en el corazón por fe, y para presidir todos los estados y acciones. Oh, tal conocimiento y tal recepción y poner a Cristo es bendición. Feliz es quien lo conoce por su propia experiencia.

Es indispensable para una fe fija e implícita que el alma deba tener una aprehensión espiritual de lo que está implícito en la máxima de Cristo, que todo poder fue dado a él. La habilidad de Cristo para hacer todo, e incluso por encima de todo excediendo abundantemente que preguntamos o pensamos es lo que el alma claramente percibe, en un sentido espiritual que es, aprehenderlo, no meramente como una teoría o proposición, sino ver la verdadera importancia espiritual de esta máxima. Esto también es igualmente cierto de todo lo que se dice en la Biblia acerca de Cristo de todos sus oficios y relaciones. Una cosa es teorizar, especular y opinar acerca de Cristo, y otra completamente distinta conocerle como él es revelado por el Espíritu Santo. Cuando Cristo es plenamente revelado por el Consolador, nunca más se dudará de la obtenibilidad y la realidad de la santificación completa en esta vida.

Cuando pecamos es por nuestra ignorancia de Cristo. Esto es, cuando nos vence la tentación, es porque no sabemos y no aprovechamos la relación de Cristo de que suplirá nuestras necesidades. Algo grandioso necesita hacerse en nosotros, corregir los desarrollos de nuestra sensibilidad. Los apetitos y pasiones son enormemente desarrollados en sus relaciones con los objetos terrenales. En relación con las cosas del tiempo y del sentido, nuestras propensiones son desarrolladas grandemente y están con vida, pero tocante a las verdades y objetos espirituales, y las realidades eternales, estamos naturalmente muertos como piedras. Cuando primero nos convertimos, si nos conociéramos de nosotros mismos lo suficiente y conociéramos minuciosamente de Cristo para desarrollar y corregir la acción de la sensibilidad, y confirmar nuestras almas en un estado de consagración entera, no deberíamos caer. En proporción como la conversión precedente de la obra de la ley ha sido exhaustiva y la revelación de Cristo, o inmediatamente después de la conversión, plena y clara, así como en esa proporción somos testigos de estabilidad en los convertidos. En casi todas las instancias, si no es que en todas, sin embargo, el converso es muy ignorante de sí mismo, y desde luego sabe muy poco sobre Cristo, para establecerse en obediencia permanente. Necesita convicción renovada de pecado, para revelársele a él mismo, y tener a Cristo revelado para él, y ser formado en él la esperanza de gloria, antes de que él esté firme, siempre abundando en la obra del Señor.

No debe inferirse que el conocimiento de Cristo en todas estas relaciones es una condición de nuestra venida a un estado de consagración completa para Dios, o de santificación presente. Lo que se insiste es que el alma permanecerá en ese estado a la hora de la tentación en cuanto a que se dirige ella misma a Cristo en tales circunstancias de prueba, y lo perciba y se lo apropie por fe de tiempo en tiempo en esas relaciones que suplen las necesidades presentes y apremiantes del alma. La tentación es la ocasión de revelar la necesidad, y el Espíritu Santo está siempre listo para revelar a Cristo en la relación particular adecuada para la necesidad recién desarrollada. La percepción y apropiación de él en esta relación, bajos tales circunstancias de prueba, es el sine qua non de nuestra permanencia en el estado de consagración completa.

Lo anterior es algo de las relaciones que Cristo sostiene para nosotros como nuestra salvación. Podría ampliar grandemente, como perciben ustedes, en cada una de éstas, fácilmente ensanchar esta parte de nuestro tema de estudio para un volumen grande. Sólo he tocado estas relaciones como ejemplos de la manera en la que él es presentado para nuestra aceptación en la Biblia, y por el Espíritu Santo. No se me entienda como enseñando, que primero debemos conocer a Cristo en todas estas relaciones antes de que podamos ser santificados. Lo que se intenta es que el llegar a conocer a Cristo en estas relaciones es una condición, o es el medio indispensable, de nuestra firmeza o perseverancia en santidad bajo la tentación--que, cuando somos tentados, de tiempo en tiempo, nada nos puede asegurar contra una caída más que la revelación de Cristo al alma en estas relaciones una tras otra, y nuestra apropiación de él para nosotros mismos por fe. El evangelio ha prometido directamente en cada tentación dar la salida de escape para que podamos soportarla. El espíritu de esta promesa nos ofrece tal revelación de Cristo como para asegurar nuestra posición, si nos aferramos a él por fe, como se revela. Nuestras circunstancias de tentación lo consideran necesario, que en una ocasión debamos aprehender a Cristo en una relación y en otra ocasión otra. En este caso necesitamos una revelación y una apropiación de Cristo, como quien se hizo pecado por nosotros; esto es, como quien se expió por nuestros pecados--como siendo nuestra justificación o justicia. Esto sostendrá la confianza del alma y preservará su paz.

En otro momento somos tentados a desesperar para superar nuestras tendencias al pecado, y ceder nuestra santificación como algo sin remedio. Ahora necesitamos una revelación de Cristo como nuestra santificación y demás.

En otra instancia el alma es acosada por la gran sutileza y sagacidad de sus enemigos espirituales y es grandemente tentada a desesperar por esa razón. Ahora necesita conocer a Cristo como su sabiduría.

De nuevo, es tentada al desánimo a causa del gran número y fuerza de sus adversarios. En tales ocasiones necesita a Cristo revelado como el Poderoso Dios, como su torre fuerte, su refugio, su pertrecho de rocas.

De nuevo, el alma es oprimida con el sentido de santidad infinita de Dios, y la distancia infinita que hay entre nosotros y Dios a causa de nuestra pecaminosidad y su infinita santidad, y a causa de su aborrecimiento infinito del pecado y los pecadores. Ahora el alma necesita conocer a Cristo como su justicia, como un mediador entre Dios y el hombre.

De nuevo, la boca del cristiano está cerrada con un sentido de culpa para que no pueda ver ni hablar con Dios del indulto y la aceptación. Tiembla y se aturde ante Dios. Se tiende a lo largo sobre su rostro y pensamientos ondean una ola de agonía por toda su alma. Está sin palabras y sólo él puede gemir sus acusaciones delante del Señor. Ahora como una condición de levantarse por encima de la tentación a la desesperación, necesita una revelación de Cristo como su abogado, como su sumo sacerdote, como quien siempre intercede por él. Esta perspectiva de Cristo le permitirá entregar todo a él en esta relación, y mantener su paz y asirse fuertemente.

De nuevo, el alma es llevada a temblar ante su exposición constante a hostigamientos por todos lados, oprimida por tales sentidos de su propia y absoluta inutilidad en la presencia de sus enemigos, como para casi desesperar. Ahora necesita conocer a Cristo como el buen pastor, quien mantiene una vigilancia constante de sus ovejas, y lleva a los corderos a su regazo. Necesita conocerlo como su vigía y su protector.

De nuevo, es oprimida con el sentido de su propio y absoluto vacío y es forzada a exclamar, "sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora nada bueno". Ve que no tiene vida, ni unción, poder, o espiritualidad en sí misma. Ahora necesita conocer a Cristo como la vid verdadera, de la cual puede recibir sostén constante y abundante. Necesita conocerlo como la fuente de agua de vida, y en esas relaciones que suplirán sus necesidades en esa dirección. Que esto sea suficiente, como ejemplos para mostrar lo que se intenta por santificación completa y permanente siendo condicionada a la revelación y apropiación de Cristo en la plenitud de sus relaciones oficiales.

 

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