LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

 Capítulo 13

 13. Atributos del egoísmo

 

Anteriormente consideramos los atributos de la benevolencia, y también qué estados de la sensibilidad y del intelecto, y también las acciones externas, estaban contenidas en ella, como resultado necesario de ella. Ahora vamos a tomar la misma dirección con el egoísmo:

1. Voluntariedad es un atributo del egoísmo. El egoísmo ha sido con frecuencia confundido con un simple deseo. Pero estas cosas no son de ningún modo idénticas. El deseo es constitucional. Es un fenómeno de la sensibilidad. Es un estado puramente involuntario de la mente y en sí mismo no produce acción, ni puede, en sí mismo, tener carácter moral. El egoísmo es un fenómeno de la voluntad y consiste en comprometer a la voluntad para la gratificación de los deseos. El deseo en sí mismo no es egoísmo, pero es egoísmo someter a la voluntad para que sea gobernada por el deseo. Debe entenderse que ningún tipo de simples deseos y ninguna fuerza de deseo puro constituyen el egoísmo. Éste comienza cuando la voluntad se rinde al deseo y busca obedecerlo en oposición a la ley de la inteligencia. No importa qué tipo de deseo sea; si es el deseo el que gobierna la voluntad, esto es egoísmo. Debe estar la voluntad en un estado de entrega a la gratificación de los deseos.

2. Libertad es otro atributo del egoísmo.

Es decir, la elección de la gratificación de uno mismo no es obligada por el deseo, sino la voluntad es siempre libre de elegir en oposición al deseo. En esto cada ser moral está tan consciente como de su propia existencia. El deseo no es libre, pero la elección de gratificarlo es y debe ser libre. Hay un sentido, como tendré la ocasión de mostrar, en el que la esclavitud es un atributo del egoísmo, pero no en el sentido de que la libertad elige, por una ley de la necesidad, para gratificar el deseo. La libertad, en el sentido de habilidad para tomar una decisión opuesta, debe siempre permanecer en un atributo del egoísmo, mientras éste continúe siendo pecado, o mientras continué sosteniendo cualquier relación con la ley moral.

3. Inteligencia es otro atributo del egoísmo.

Por esto no se intenta que la inteligencia sea un atributo o fenómeno de la voluntad, ni que la elección de la gratificación de uno mismo esté en concordancia con las demandas del intelecto, sino se intenta que la elección se tome con el conocimiento del carácter moral con el que la voluntad se involucra. La mente conoce su obligación para tomar una elección opuesta. No es un error. No es una elección tomada en ignorancia de la obligación moral para elegir el bienestar supremo, como un fin, en oposición a la gratificación de uno mismo. Es una elección inteligente en el sentido de que es una resistencia consabida de las demandas del intelecto. Es un rechazo consabido de sus exigencias. Es un establecimiento consabido de la gratificación de uno mismo y preferirlo de las demandas más elevadas.

4. Irracionalidad es otro atributo del egoísmo.

Por esto se intenta que la elección egoísta esté en oposición directa a las demandas de la razón. Ésta fue dada para mandar, es decir, para afirmar la obligación, y así anunciar la ley de Dios. Afirma la ley y la obligación moral. La obediencia a la ley moral, como se revela en la razón, es virtud. La obediencia a la sensibilidad en oposición a la razón es pecado. El egoísmo consiste en eso. Es un derrocamiento de la razón de la sede del gobierno, y una entronización del deseo ciego en oposición a ella. El egoísmo siempre y necesariamente es irracional. Es una negación de aquel atributo divino que alía al hombre con Dios, lo hace capaz de virtud, y es sumergirlo al nivel de un bruto. Es una negación de su cualidad de humano, de su naturaleza racional. Es un desdén a la voz de Dios dentro de él, un pisoteo deliberado de la soberanía de su propio intelecto. ¡Qué ignominia del egoísmo! Derroca a la razón humana y derrocaría a lo divino, y colocaría pura lujuria ciega en el trono del universo.

La misma definición del egoísmo implica que la irracionalidad es uno de sus atributos. El egoísmo consiste en la rendición de la voluntad misma a los impulsos de la sensibilidad en oposición a las demandas de la inteligencia. Por tanto, cada acto o elección de la voluntad será necesariamente irracional. Los pecadores, mientras continúen así, nunca dirán o harán algo que esté en concordancia con la razón correcta. Así la Biblia dice "el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal y de insensatez en su corazón durante su vida" (Ec. 9:3). Han tomado una elección irracional de un fin, y todas sus elecciones de los medios para asegurar su fin son sólo la ejecución de su elección soberana. Todas ellas son puestas en marcha para asegurar un fin contrario a la razón. No son simplemente irracionales algunas veces, sino uniformes mientras permanezcan egoístas. La misma primera vez que el pecador actúa razonablemente es cuando se vuelve a Dios o se arrepiente y se vuelve cristiano. Ésta es la primera instancia en la cual prácticamente reconoce que tiene razón. Antes de eso, cada una de las acciones de voluntad y de su vida es negación práctica de su cualidad humana, de su naturaleza racional, de su obligación con Dios o con su prójimo. A veces escuchamos a los pecadores no arrepentidos hablar de ser irrazonable, y en tal situación implicar que no todos los pecadores son así, pero esto sólo favorece el engaño de los pecadores al dejarlos suponer que no todos son, en todo momento, irracionales. Pero el hecho es que no hay, y no podrá haber, en la tierra o en el infierno, un pecador no arrepentido que, en cualquier instancia, actúe de otra forma más que en oposición directa y palpable a su razón. Habría sido, por tanto, infinitamente mejor para los pecadores si nunca hubieran sido dotados de razón. No actúan simplemente sin consultar su razón, sino en oposición vigorosa y determinada a ella.

De nuevo: Actúan como en oposición directa a la razón tanto como puedan. No se oponen a ella, sino se oponen a ella tanto como sea posible y en una manera agravada. ¿Qué puede ser más directa y agravadamente opuesta a la razón que la elección de un fin que toma el pecador? La razón le fue dada para dirigirlo tocante a la elección del gran fin de la vida. Le da la idea de lo eterno y lo infinito. Se esparcen ante él los intereses de Dios y del universo como un valor absolutamente infinito. Afirma su valor y la obligación infinita del pecador para consagrase a sí mismo a estos intereses y le promete recompensas interminables si lo hace. Al contrario, se le ponen ante él las consecuencias de su rechazo. Le causa estruendo en su oído las terribles sanciones de la ley. Le señala la fatalidad por llegar en espera de su negación de cumplir con sus demandas. Pero he aquí a pesar de esto, el pecador sin titubeo se aleja y se consagra a la gratificación de sus deseos con la certeza de que no podrá hacer más, no obstante su propia naturaleza, que esta elección insensata, ridícula y blasfema. ¿Por qué los pecadores no consideran que para ellos es imposible ofrecer un mayor insulto a Dios, quien les dio la razón, o más profundo y verdaderamente para avergonzarse y degradarse ellos mismos, que el de su egoísmo bestial? Irracionalidad total, universal y desvergonzada es la característica universal de cada mente egoísta.

5. Interés es otro atributo del egoísmo.

Por interés se entiende el interés en uno mismo. No es una elección desinteresada del bien; es decir, no es una elección del bien del ser en general como un fin, sino es la elección de bien de uno mismo, del bien para el yo. Su relación con el yo es la condición de la elección de este bien. Pero por su ser el bien del yo, no sería elegido. La razón fundamental, o aquello que debe inducir la elección, a saber, el valor intrínseco del bien, se rechaza como insuficiente; y la razón secundaria, por así decirlo, su relación con el yo, es la condición de determinar la voluntad en su dirección. Esto es hacer el bien de uno mismo el fin supremo. En otras palabras, es hacer la gratificación de uno mismo el fin. Nada es considerado prácticamente como digno de elección, excepto como sostiene al yo la relación de los medios de la gratificación de uno mismo.

Este atributo del egoísmo asegura un estado correspondiente de la sensibilidad. Ésta, bajo esta indulgencia, alcanza un desarrollo monstruoso, ya sea en general, o en algunas direcciones en particular. El egoísmo es la entrega de la voluntad a la indulgencia de las propensiones. Pero de esto de ningún modo se deduce que todas las propensiones serán indiscriminadamente gratificadas, y por consiguiente, desarrolladas grandemente. A veces una propensión, y a veces otra, tienen la fuerza natural más grande, y por consiguiente, gana ascendencia en el control de la voluntad. A veces las circunstancias tienen más fuerte el desarrollo de un apetito o pasión que de otro. Cual sea la propensión más gratificada obtendrá un desarrollo mayor. Las propensiones no pueden ser todas complacidas al mismo tiempo, pues con frecuencia se oponen una a otra, pero todas pueden ser complacidas y desarrolladas sucesivamente. Por ejemplo, las propensiones licenciosas y otras varias propensiones, no pueden ser gratificadas consistentemente con la indulgencia simultánea de propensiones avariciosas, el deseo de la reputación y de la felicidad máxima. De cada uno de éstas, e incluso todas las propensiones, pueden llegar para recibir una parte y en algunas instancias puedan obtener una parte tan igual de indulgencia, como para ser desarrolladas igualmente. Pero en general, ya sea del temperamento constitucional, o de las circunstancias, algunas o más propensiones ganarán un control uniforme de la voluntad como para ocasionar su desarrollo monstruoso. Puede ser el amor a la reputación; y entonces habrá por lo menos una decencia pública exterior, más o menos estricta, según el estado de la moral en la sociedad en la cual vive el individuo. Si es la amatividad que gana la ascendencia sobre otras propensiones, el resultado será el desenfreno. Si es comer en exceso, entonces el resultado será la glotonería y el epicureísmo. El resultado del egoísmo debe desarrollar en general, o en particular, las propensiones de la sensibilidad, y concebir una apariencia correspondiente. Si la avaricia toma el control de la voluntad, tenemos al tacaño macilento y andrajoso. Todas las otras propensiones se marchitan bajo el reino de ésta detestable. Donde prevalece el amor al conocimiento, tenemos al erudito, al filósofo, al hombre culto. Ésta es una de las formas de egoísmo más respetables y decentes, pero es tan totalmente egoísta como cualquier otra forma. Cuando la compasión, como sentimiento, prevalece, tenemos como resultado al filántropo, y a menudo al reformador; no al reformador en un sentido virtuoso, sino al reformador egoísta. Cuando prevalece el amor a los parientes, con frecuencia tenemos al esposo amable, al padre, a la madre, a los hermanos afectuosos. Éstos son pecadores amables, especialmente entre su propia gente. Cuando prevalece el amor al país, tenemos al patriota, al estadista, y al soldado. El retrato se podría dibujar completamente, pero con estos rasgos debo dejarlos para completar el bosquejo. Sólo añadiría que varias de estas formas tienen mucho parecido a ciertas formas de virtud, que con frecuencia uno se puede confundir y equivocar. Ciertamente, en lo que hasta ahora a la vida externa se refiere, son correctas en la letra, pero como no proceden de una intención desinteresada y benevolente, sólo son formas espaciosas de egoísmo.

6. Parcialidad es otro atributo del egoísmo. Consiste en dar preferencia a ciertos intereses, por éstos, sea directamente a los intereses del yo, o por estar tan conectados con el interés de uno mismo como para ser preferidos por esa causa. No importa, que el interés al cual se da la preferencia para que sea de mayor o de menor valor, si es preferido, no por la razón de su valor mayor, sino debido a su relación con el yo. En algunos casos la preferencia práctica puede justamente darse a un interés menor, por causa del sostenimiento de tal relación con nosotros que la podemos asegurar, cuando el interés mayor no pudiera ser asegurado por nosotros. Si la razón de la preferencia, en tal caso, es, no que sea interés de uno mismo, sino un interés que puede asegurarse mientras no se pueda el mayor, la preferencia es justa y no parcial. Por ejemplo, mi familia sostiene tales relaciones conmigo que podría más prontamente e indudablemente asegurar sus intereses que asegurar los de mi prójimo, o los de un extraño. Por esta razón, no estoy bajo obligación de dar preferencia práctica a los intereses de mi propia familia, no porque sean míos, ni porque sus intereses sostienen tal relación con lo mío, sino porque puedo más prontamente asegurar sus intereses que los de aquellos de cualquier otra familia.

La pregunta en tal caso se vuelve en la cantidad que puedo asegurar, y no en el valor intrínseco meramente. Es una verdad general que podemos asegurar más presta y ciertamente los intereses de aquellos con quienes sostenemos ciertas relaciones; y por tanto, Dios y la razón señalan estos intereses como objetos particulares de nuestra atención y esfuerzo. Esto no es parcialidad sino imparcialidad. Es tratar a los intereses como deben ser tratados.

Pero el egoísmo es siempre parcial. Si da cualquier interés sin importar la preferencia, es debido a su relación con el yo. Siempre y continuamente siendo necesariamente egoísmo, pone gran énfasis y da preferencia, aquellos intereses, a la promoción de la cual gratificará al yo.

Aquí se debe tener cuidado para evitar engaño. Con frecuencia el egoísmo aparece ser muy desinteresado y muy imparcial. Por ejemplo, he aquí a un hombre cuya compasión, como puro sentimiento o estado de la sensibilidad, es grandemente desarrollada. Se encuentra con un mendigo, un objeto que fuertemente estimula su pasión imperante. Vacía sus bolsillos, e incluso se quita su abrigo y se lo da, y en su paradoja dividirá su todo con él, incluso dará todo. Ahora esto generalmente pasaría sin ninguna duda por virtud, como una situación rara e impresionante de bondad moral. Pero no hay virtud, no hay benevolencia en ella. Es un simple rendimiento de la voluntad al control del sentimiento y no tiene nada en él de la naturaleza virtuosa. Infinidad de ejemplos de esto pueden aducirse como ilustraciones de esta verdad. Es la voluntad la que busca gratificar el sentimiento de compasión que por un momento es el deseo más fuerte.

Deseamos constitucionalmente no sólo nuestra propia felicidad, sino también la de los hombres en general cuando su felicidad de ningún modo entra en conflicto con la nuestra. Así los hombres egoístas a menudo manifestarán un interés profundo por el bienestar de aquellos cuyo bienestar no interferirá con el suyo. Ahora, si la voluntad se rinde a la gratificación de este deseo, esto con frecuencia es considerado como virtud. Por ejemplo, hace unos años se provocó mucho interés y sentimientos en este país por la causa y sufrimientos de los griegos, en su lucha por la libertad; y en la causa de los polacos. Apareció un espíritu de entusiasmo y muchos estaban listos para dar y hacer lo posible por la causa de la libertad. Dieron su voluntad a la gratificación de este estado provocado de sentimiento. Esto, debieron suponer, era virtud, pero no lo era, ni tenía parecido a virtud, cuando se entendió de una vez que la virtud consiste en rendir la voluntad a la ley de la inteligencia y no al impulso de sentimientos incitados.

Algunos escritores han caído en el extraño error de hacer que la virtud consista en buscar la gratificación de ciertos deseos porque, como dicen, estos deseos son virtuosos. Hacen egoístas algunos de los deseos y benevolentes algunos otros. Rendir la voluntad al control de propensiones egoístas es pecado; rendirse al control de los deseos benevolentes, como el deseo de la felicidad de mi prójimo y de la felicidad pública, es virtud porque son buenos deseos, mientras que los deseos egoístas son malos. Ahora esto es, y ha sido, una postura común para la virtud y el vicio. Pero es fundamentalmente erróneo. Ninguno de los deseos constitucionales es bueno o malo en sí mismo; es como involuntario, todos terminan en sus objetos correlacionados. Rendir la voluntad al control de cualquiera de ellos, sin importar cuáles, es pecado; es seguir un sentimiento, deseo ciegos, o un impulso de la sensibilidad en lugar de rendirse a las demandas de la inteligencia como la ley de poder afirmante. Querer el bien de mi prójimo, o de mi país, y de Dios, debido al valor intrínseco de aquellos intereses, que es quererlos como un fin, y en obediencia a la ley de la razón, es virtud; pero quererlos para gratificar un deseo constitucional pero ciego, es egoísmo y pecado. Los deseos terminan en sus respectivos objetos; pero la voluntad, en este caso, busca los objetos, no por su propia causa, sino porque son deseados, es decir, para gratificar los deseos. Esto es escogerlos, no como un fin, sino como un medio de gratificación de uno mismo. Esto es hacer la gratificación de uno mismo el fin después de todo. Esto debe ser una verdad universal cuando algo se elige simplemente en obediencia al deseo. La benevolencia de estos escritores es puro egoísmo, y su virtud es vicio.

La elección de cualquier cosa, porque se desea, sin la consideración a las demandas de la razón es egoísmo y pecado. No importa cuál sea. La misma declaración, que escojo yo algo porque lo deseo, es sólo otra forma de decir que lo escojo por mi propia causa o por la causa de apaciguar el deseo, y por su propio valor intrínseco. Tal elección es siempre y necesariamente parcial. Es dar a un interés la preferencia sobre otro, no por su valor intrínseco percibido y superior, sino porque es un objeto de deseo. Si me rindo a un simple deseo en cualquier caso, debe ser para gratificarlo. Esto es, y en el caso supuesto debe ser, el fin por el que la elección es tomada. Negar esto es negar que la voluntad busque el objeto porque es deseado. La parcialidad consiste en dar algo la preferencia de otro sin ninguna buena razón. Es decir, no porque la inteligencia demanda esta preferencia, sino porque la sensibilidad lo demanda. La parcialidad es, por tanto, siempre y necesariamente un atributo del egoísmo.

7. Eficiencia es otro atributo del egoísmo. El deseo nunca produce acción hasta que influye en la voluntad. No tiene eficiencia o causalidad en sí misma. No puede, sin la cooperación de la voluntad, mandar la atención del intelecto, o mover un músculo del cuerpo. Toda la causalidad de la mente reside en la voluntad. En ella reside el poder del logro.

De nuevo: toda la eficiencia de la mente, como respecta al logro, reside en la elección de un fin, o en la intención soberana. Toda acción de la voluntad, o todo el querer debe consistir en elegir ya sea un fin o los medios para lograr un fin. Si hay elección, algo se escoge. Ese algo es elegido por alguna razón. Negar esto es una negación de que cualquier cosa que es escogida. La razón soberana para la elección y el objeto escogido son idénticos. Este se ha visto repetidamente.

De nuevo: hemos visto que los medios no pueden ser escogidos hasta que se escoge el fin. La elección del fin se distingue de las voliciones o intentos de la mente para asegurar el fin. Pero aunque la elección de un fin no es idéntica a las elecciones subordinadas y a las voliciones para asegurar el fin, no obstante las requiere. La decisión una vez tomada asegura o requiere voliciones ejecutivas para asegurar el fin. Con esto no se intenta que la mente no esté libre para renunciar a su fin, pero sólo eso, mientras la elección o la intención permanezcan, la elección del fin por la voluntad es eficiente para producir voliciones para realizar el fin. Esto es verdad tanto para la benevolencia como para el egoísmo. Ambas son elecciones de un fin y son necesariamente eficientes para producir el uso de los medios para llevar a cabo este fin. Son elecciones de fines opuestos, y desde luego, producirán sus resultados respectivos.

La Biblia representa a los pecadores como que tienen ojos llenos de adulterio y que no pueden dejar de pecar, que mientras la voluntad esté entregada a la indulgencia de las propensiones, no podrá dejar la indulgencia. No hay otro modo, por tanto, para que el pecador escape de la comisión de pecado, más que dejar de ser egoísta. Mientras continúe el egoísmo, uno podrá cambiar la forma de la manifestación externa, uno podrá negar un apetito o deseo por consentir otro, pero aún es y debe ser pecado. El deseo de escapar del infierno, y de obtener el cielo pueden volverse lo más fuerte, en ese caso, el egoísmo puede tomar el tipo de más santurrón. Pero si la voluntad está siguiendo el deseo, es todavía egoísmo, y todos los deberes religiosos, como los llaman, son sólo egoísmo ataviado de las ropas robadas de amorosa obediencia a Dios.

Recuérdese, entonces, que el egoísmo es, y debe ser, eficiente en producir sus efectos. Es causa; el efecto debe seguir. La vida entera y la actividad de los pecadores están fundadas en eso. Constituye su vida, o más bien su muerte espiritual. Están muertos en ofensas y en pecados. Es en vano para ellos que sueñen en hacer algo bueno hasta que renuncien a su egoísmo. Mientras esto continúe, no podrán actuar para nada, excepto en tanto usen los medios para lograr un fin egoísta. Es imposible, mientras la voluntad permanezca entregada a un fin egoísta, o a la promoción de un interés o a la gratificación de uno mismo, que deba usar los medios para promover un fin benevolente. Lo primero es cambiar el fin y el pecador puede dejar el pecado externo. Efectivamente, si se cambia el fin, muchos de los mismos actos que eran pecaminosos antes serán santos. Mientras el fin egoísta siga, lo que haga el pecador será egoísta. Ya sea que coma, o beba, o trabaje, o predique, o, en suma, lo que haga, es promover alguna forma de interés propio. Siendo el fin incorrecto, todo es y debe ser erróneo.

Ésta es la filosofía de Cristo. "O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas" (Mt. 12:33, 35). "¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce" (Stgo. 3:11-12). "No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca" (Lc. 6:43-45).

8. Oposición a la benevolencia, o a la virtud, o a la santidad y la verdadera religión, es uno de los atributos del egoísmo.

El egoísmo no es, en sus relaciones con la benevolencia, una simple negación. No puede ser. Es la elección de la gratificación de uno mismo como el fin supremo y soberano de la vida. Mientras la voluntad esté entregada a ese fin, y la benevolencia, o una mente entregada a un fin opuesto, es contemplada, la voluntad no puede permanecer en estado de indiferencia ante la benevolencia. Debe ya sea rendir su preferencia de la indulgencia de uno mismo, o resistir la benevolencia que percibe el intelecto. La voluntad no puede permanecer en el ejercicio de la elección egoísta, como si no estuviera ciñéndose a sí misma contra esa virtud que no imita. Si no la imita, debe ser porque rechaza hacerlo. El intelecto urge, y debe urgir, fuertemente a la voluntad para imitar la benevolencia y para buscar el mismo fin. La voluntad debe rendirse o resistir, y la resistencia debe estar más o menos resuelta y determinada en tanto las demandas del intelecto son más o menos empáticas. La resistencia a la benevolencia o a las demandas del intelecto a la vista de ella es lo que llama la Biblia dureza de corazón. Es la obstinación de la voluntad bajo la luz y la presencia de la verdadera religión y las demandas admitidas de la benevolencia.

La oposición a la benevolencia o la verdadera religión debe desarrollarse en acción específica cuando la religión aprehende la verdadera religión, o el egoísmo debe ser abandonado. No sólo esta oposición debe desarrollarse, o abandonarse el egoísmo, bajo tales circunstancias, sino debe incrementarse mientras la religión verdadera muestra más y más de su amor. Así como la luz del sol radiante de benevolencia se derrama más y más sobre la oscuridad del egoísmo, la oposición a este principio de acción debe por necesidad manifestarse a sí misma en la misma proporción, o el egoísmo debe ser abandonado. De este modo el egoísmo restante bajo la luz debe manifestar más y más oposición justo en proporción a la luz que aumenta y el alma tenga menos el color de una apología de su oposición.

Esta peculiaridad del egoísmo siempre se ha manifestado sólo en proporción como se ha traído a la luz de la verdadera religión. Esto responde a toda la oposición que se ha hecho a la verdadera religión desde que comenzó el mundo. También prueba que donde hay pecadores sin arrepentirse, y retienen su falta de arrepentimiento, y manifiesten hostilidad a la religión que ellos presencian, hay algo defectuoso en la piedad profesada que ellos sustentan; o por lo menos no contemplan todos los atributos de la piedad verdadera. Prueba además que la persecución siempre existirá donde se manifiesta mucha religión verdadera a aquellos que se agarran del egoísmo.

Es en efecto verdad que el egoísmo y la benevolencia son sólo tan opuestos como uno al otro y tan necesariamente en guerra como uno con el otro, como Dios con Satanás, como el cielo con el infierno. Nunca puede haber una tregua entre ellos; son opuestos esenciales y eternos. No son simplemente contrarios, sino son causas eficientes y opuestas. Son actividades esenciales. Son los dos, y sólo los únicos dos, grandes principios antagónicos en el universo de la mente. Cada uno está tirando y dando energía como un terremoto para llevar a cabo su fin. Existe necesariamente entre los dos una guerra de exterminación mutua y sin acuerdo. Tampoco pueden estar en presencia del uno y del otro sin repulsión y oposición. Cada uno aplica toda su energía para someter y vencer al otro; y el egoísmo ya ha derramado un mar de sangre de los santos, como también la sangre preciosa del Príncipe de vida. No hay error más soez e injurioso que suponer que el egoísmo alguna vez, bajo cualquier circunstancia, se reconciliará con la benevolencia. La suposición es absurda y contradictoria, ya que para que el egoísmo se reconciliara con la benevolencia, deberían ser lo mismo como para que el egoísmo se volviese benevolencia. El egoísmo puede cambiar el modo de ataque, o su oposición, pero su oposición real nunca puede cambiar mientras retenga su propia naturaleza y siga siendo egoísmo.

Esta oposición del corazón a la benevolencia concibe una profunda oposición de sentimiento. La oposición de la voluntad hará partícipe al intelecto para fabricar excusas; cavilaciones, mentiras y refugios, y con frecuencia pervertirá grandemente los pensamientos e incitará los sentimientos más amargos imaginables hacia Dios y hacia los santos. El egoísmo luchará para justificar su oposición y, para escudarse contra los reproches de la conciencia, recurrirá a todo lo convenientemente posible para cubrir su verdadera hostilidad hacia la santidad. Fingirá que no es santidad sino pecado lo que se le opone. Pero el hecho es, no es el pecado sino santidad a la que se levanta por siempre en oposición. La oposición de sentimiento sólo se desarrolla cuando el corazón es llevado a una luz fuerte y hace una resistencia fuerte y profunda. En tales casos, la sensibilidad algunas veces se levanta con sentimientos de oposición amarga hacia Dios y Cristo, y todo lo bueno.

La pregunta a menudo se hace, ¿puede no existir esta oposición en la sensibilidad, y esos sentimientos de hostilidad existir hacia Dios, cuando el corazón está en un estado verdaderamente benevolente? A esta pregunta, respondo: si puede, debe ser producido por una influencia infernal u otra influencia que tergiversa a Dios, y coloca su carácter ante la mente en una luz falsa. Pensamientos blasfemos pueden ser sugeridos y, por así decirlo, inyectados a la mente. Estos pensamientos pueden tener su efecto natural en la sensibilidad, y sentimientos de amargura y hostilidad pueden existir sin el consentimiento de la voluntad. La voluntad puede en todo momento estar intentando repeler estas sugerencias, y desviar la atención de tales pensamientos, pero Satanás puede seguir lanzando sus dardos fieros, y el alma puede ser atormentada con la tortura bajo el veneno del infierno, que parece surtir efecto en la sensibilidad. La mente, en tales ocasiones, pareciera ella misma llenarse, en cuanto a sentimientos se refiere, con toda la amargura del infierno. Y así estar, y sin embargo puede ser que en todo esto no haya egoísmo. Si la voluntad se agarra de su integridad; si se aferra en su lucha, y donde Dios es maldecido y tergiversado por las sugerencias infernales, dice en Job "He aquí, aunque él me matare, en él esperaré" (Job 13:15), no obstante la gravedad del conflicto en tales casos, podemos volver atrás y decir "en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Ro. 8:37). En tales casos es el egoísmo de Satanás y no el nuestro el que enciende aquellas llamas del infierno en nuestra sensibilidad. "Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida" (Stg. 1:12).

9. Crueldad es otro atributo del egoísmo.

Este término se usa con frecuencia para designar un estado de la sensibilidad. Representa entonces aquel estado de sentimiento que tiene un placer bárbaro o salvaje en la miseria de otros.

La crueldad como fenómeno de la voluntad, o como atributo del egoísmo, consiste, primero, en el desprecio temerario del bienestar de Dios y del universo, y segundo, en preservar durante un tiempo aquello que debe arruinar las almas de los que están sujetos a ella, y en tanto tenga influencia, arruinar las almas de otros. ¿Qué debemos pensar de un hombre que intenta asegurar algo de gratificación insignificante al no alterar a la ciudad en llamas y a los ciudadanos que duermen en el peligro inminente de perecer en el fuego? Suponemos que no se negará él mismo algo de gratificación momentánea y pondrá en riesgo muchas vidas. ¿No llamamos crueldad a esto? Ahora bien, puede haber otras formas de crueldad. Porque no siempre los pecadores son llevados a circunstancias donde ejercitan ciertas formas de crueldad, se ufanan ellos mismos de que no son crueles. Pero el egoísmo es siempre y necesariamente cruel --cruel para el alma y los intereses más elevados del sujeto de crueldad; cruel para el alma de otros al desatender el cuidado y la actuación para su salvación; cruel para Dios al abusar de él en diez mil formas; cruel para todo el universo. Si debiéramos escandalizarnos ante la crueldad de él quien ve la casa de su vecino en llamas y a la familia dormida, y desatiende el alertarlos por demasiada indulgencia de uno mismo para levantarse de la cama, ¿qué diríamos de la crueldad de uno que ve al alma de su vecino en perdición de muerte eterna y así descuida el advertírselo?

Los pecadores están aptos para poseer buenas disposiciones mientras las expresan. Suponen que son lo contrario de ser crueles. Poseen sentimientos tiernos, son con frecuencia muy compasivos de sus sentimientos hacia quienes están enfermos y en desesperación, y quienes están en circunstancias de aflicción. Están listos para hacer muchas cosas por ellos. Tales personas se escandalizarían si ellos fueran crueles. Y muchos profesantes tendrían su parte y se considerarían abusados. Lo que fuera, se diría que es un atributo de su carácter y seguramente que no es crueldad. Ahora bien, es verdad que hay ciertas formas de crueldad por las que tales personas no son responsables. Pero esto es porque Dios ha moldeado su constitución de tal forma que no se deleitan en la miseria de su prójimo. Sin embargo, no hay virtud en el no ser gratificados a la vista del sufrimiento ni en su diligencia para prevenirlos mientras continúan siendo egoístas. Siguen los impulsos de sus sentimientos, y si su temperamento fuera tal que los gratificaría el infligir miseria a otro--si esto fuera la tendencia más fuerte de su sensibilidad, su egoísmo instantáneamente tomaría esa parte. Pero aunque la crueldad, en todas sus formas, no es común para todas las personas egoístas, es aún cierto que alguna forma de crueldad es practicada por cada pecador. Dios dice "el corazón de los impíos es cruel" (Pr. 12:10). El hecho es que viven en pecado, que ponen un ejemplo de egoísmo, que no hacen nada por sus propias almas, ni por el alma de los otros; éstas son las formas más atroces de crueldad, y exceden infinitamente todas aquellas formas comparativamente insignificantes que se relacionan con las miserias de los hombres en esta vida.

10. Injusticia es otro atributo del egoísmo.

La justicia, como atributo de la benevolencia, es esa cualidad que la dispone para considerar y tratar a cada ser con equidad exacta.

La injustica es lo opuesto a esto. Es esa cualidad del egoísmo que la dispone a tratar a las personas e intereses de otros sin equidad, y una disposición para dar preferencia al interés de uno mismo a pesar del valor relativo de los intereses. La naturaleza demuestra que la injustica es siempre y necesariamente uno de sus atributos, y uno que se manifiesta universal y constantemente.

Hay la mayor injusticia en el fin escogido. Es la preferencia práctica de un interés propio insignificante sobre los intereses infinitos. Esto es injustica tan grande como posible. Ésta es injusticia universal para Dios y el hombre. Es la pieza de injusticia posible más palpable y flagrante para cada ser en el universo. Ni una conocida por él que exista quien no tiene razón de traer contra él el cargo de la injusticia más flagrante y escandalosa. Esta injustica se extiende a cada acto y a cada momento de la vida. Nunca es justo, en el menor grado, con cualquier ser en el universo. No, él es perfectamente injusto. No le importan los derechos de otros como tales; y nunca, ni siquiera en apariencia los considera excepto por razones egoístas. Esto, entonces, es, y puede ser, sólo la apariencia de considerarlos, mientras en realidad, ningún derecho de cualquier ser en el universo es, o puede ser, respetado por una mente egoísta, más allá que la apariencia. Negar esto es negar su egoísmo. No lleva a cabo ningún acto más que por una razón, esto es, para promover su propia gratificación. Éste es su fin. Para la realización de este fin se hace todo esfuerzo, y se aplica cada acto y volición individuales. Permanece egoísta, es imposible que pueda actuar en lo absoluto, pero con la referencia directa o indirecta a este fin. Pero este fin ha sido escogido, y debe irse en pos de él, si así fuera, en la violación más horrenda y palpable de los derechos de Dios y de cada criatura del universo. La justicia demanda que se dedique él mismo a la promoción del bien supremo de Dios y del universo, que debe amar a Dios con todo su corazón, y a su prójimo como a sí mismo. Cada pecador es abierta y universal y tan perfectamente injusto como sea posible, en cada momento de su impenitencia.

Debe, por tanto, siempre entenderse que ningún pecador en cualquier momento es justo en lo absoluto para cada ser en el universo. Todo el pago de sus deudas, y toda su justicia y equidad aparentes son sólo formas espaciosas de egoísmo. Tiene, y si un pecador, pues es imposible que no deba tener alguna razón egoísta por todo lo que hace, es, dice, u omite. Su actividad entera es egoísta, y mientras permanezca sin arrepentirse, es imposible para que él piense, o actúe, o quiera, o haga, o sea, o diga, cualquier cosa más o menos que juzgue oportuno promover sus propios intereses. No es justo. No puede ser justo, ni empezar en ningún momento, o en el menor grado, ser verdaderamente justo ya sea para Dios o para el hombre, hasta que empiece una vida nueva, dé su corazón a Dios, y consagre su ser entero a la promoción del ser universal. Esto, todo esto, demanda la justicia. No hay comienzo para ser justo a menos de que el pecador empiece aquí. Empezar y ser justo en la elección del más grande fin de la vida, y entonces no podrá más que ser justo en el uso de los medios. Pero sea uno injusto en la elección de un fin, y es imposible para uno, en cualquier instancia, ser de otro modo que totalmente injusto en el uso de los medios. En ese caso. La actividad entera es, y puede ser, nada más que un tejido de la injustica más abominable.

La única razón por la que cada pecador no practica abierta y diariamente cada especie de injustica comercial externa es que está tan circunscrito que en general lo juzga no por su interés para practicar esta injustica. Ésta es la razón universalmente, y no gracias a cualquier pecador por abstenerse, en cualquier instancia, de cualquier tipo o grado de injusticia en la práctica, porque está restringido y alejado de ello por consideraciones egoístas. Es decir, es demasiado egoísta para hacerlo. Su egoísmo y no el amor a Dios, ni al hombre, lo previene. Puede ser prevenido por su conciencia constitucional o frenológica o sentido de justicia. Pero esto sólo es un sentimiento de la sensibilidad y, si se restringe sólo por eso, él es sólo tan absolutamente egoísta como si se hubiese robado un caballo en obediencia a la codicia. Dios modera la constitución para restringir a los hombres; es decir, que una forma de egoísmo prevalecerá sobre otra y frenará a otra. La cualidad de ser aprobado es, en muchas personas, tan grande, que un deseo debe ser aplaudido por sus semejantes que modifique de tal manera los desarrollos de su egoísmo que toma un cierto tipo de decencia externa y apariencia de justicia. Pero esto no es menos egoísmo que si tomáramos todo junto un tipo diferente.

 

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