LA VERDAD DEL EVANGELIO

El Amor de Dios Hacia los Pecadores Visto Desde el Evangelio

Por el Presidente Finney

 

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no [perezca] se pierda, mas tenga vida eterna", Juan 3:16.

 

El sujeto de este gran amor es Dios. No hay otro más que Dios quien dice tener tan gran amor. De ahí que Dios no sea puro intelecto, sino un ser con la capacidad de amar.

Esta declaración sobre el amor de Dios no es una mera figura retórica acoplada para nuestra aprehensión, y por eso quizá no significaría tanto como pareciera significar. No, esto no es ninguna figura que se acomoda, sino una declaración de hecho,--sustentada por lo que Dios ha hecho en realidad. Dios amó tanto que dio a su hijo único --por los pecadores. De ahí que sabemos que Dios ama de verdad, tan intensamente más que cualquier criatura, pues él es más grande que cualquiera.

¿Quién es el objeto de este amor? A Dios se le ve como el que ama, pero ¿quién puede ser el objeto amado? ¡El gran Dios ama a alguien! --¿Quién es? ¿Quién es el objeto favorecido del amor de Jehová? ¿A quién declara amar?

Los pecadores están aptos para pensar que Dios es una abstracción infinita, infinitamente por encima de ellos mismos, y muy diferente a su bienestar, pero este texto declara que Dios con seguridad y muy intensamente amó a este mundo. Este mundo dice, --no este globo terráqueo de materia sólida, sino su gente --la raza viviente, moral pero pecadora que vive y tiene su ser aquí.

Pero debemos ver la naturaleza de su amor. ¿De qué clase es?

Ahora sabemos que los pecadores odian a Dios, y sin embargo se nos dice que Dios los ama. Debemos por tanto preguntar: ¿Con qué clase de amor?, puesto que sobre este punto es de suma importancia hacer las discriminaciones pertinentes, no sea que seamos guiados a suponer que el amor de Dios para los pecadores es solamente buena naturaleza, un sentimiento suave y espontáneo que no tiene consideración del carácter. Debe entenderse claramente que el amor de Dios hacia los pecadores no es tal cosa.

El amor de Dios hacia los pecadores no es un amor de complacencia, pues esta forma de amor se fija firmemente al carácter. Es simplemente un deleite de carácter, y ¿quién no sabe que en cuanto al carácter de los pecadores, Dios no puede tener deleite en ellos? Sus caracteres son todos juntos repugnantes para él. De este modo, el amor de Dios hacia los pecadores no puede ser un amor de sus caracteres; sólo puede ser un amor de ellos tanto como son seres con conciencia, con capacidad de felicidad y miseria, es decir, una consideración sincera y un deseo ferviente por su bienestar. Los padres a veces tienen hijos malvados, y sin embargo los aman, aunque sean así. Los aman en el sentido de desear su bienestar y se deleitan en hacerles bien. El hijo pródigo fue amado en gran manera, aunque por ningún motivo fue precioso en carácter. Muchos hijos con un carácter así han sido el objeto de afecto con anhelo por parte de los padres. De buena manera han sufrido cualquier cosa que la naturaleza humana pueda soportar con el fin de promover el bienestar real de su hijo descarriado. De esto tenemos la ilustración más sorprendente en el caso de David y Absalón. Éste último artificiosa y maliciosamente se había apoderado del trono de su padre, deshonrado el lecho de su padre, buscado la vida de su padre; sin embargo, cuando David dirigió su grupo reducido de hombres fieles para tomar el terreno contra este usurpador ruin, su corazón anheló a aquel despreciable monstruo e imploró a sus generales diciendo: "Tratad benignamente por amor de mí al joven Absalón". Y cuando al hijo contranatural lo trajeron muerto, el dolor del rey fue inconsolable. Rehusó ser consolado. Tan fuertes fueron sus expresiones de tristeza y de dolor que Joab tuvo miedo de su influencia sobre el ejército, y solemnemente reprendió a su rey por dar indulgencia a tales sentimientos en una emergencia así. "Hoy has avergonzado el rostro de todos tus siervos, que hoy han librado tu vida, y la vida de tus hijos y de tus hijas, y la vida de tus mujeres, y la vida de tus concubinas, amando a los que te aborrecen, y aborreciendo a los que te aman; porque hoy has declarado que nada te importan tus príncipes y siervos; pues hoy me has hecho ver claramente que si Absalón viviera, aunque todos nosotros estuviéramos muertos, entonces estarías contento".

David sólo pudo responder acerca de esta reprensión como que sólo había sido un arrebato del corazón de un padre. Y en efecto, sólo fueron los anhelos profundos del corazón de un padre piadoso que buscó expresarlos en palabras y gemidos: "¡hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío! Un hijo malvado muere en sus pecados, y un padre piadoso se lamenta por su muerte horrible en un lenguaje como ese. Rara vez encontramos en la historia que ilustre tan fuertemente el amor de Dios hacia los pecadores como esta historia de David por Absalón. Bajo la influencia de su emoción fuerte, parece que David pasa por alto el peligro público, pues cuando su ejército fue a la batalla, y la situación se mantenía en un oscuro suspenso, ordenó a sus oficiales que por él trataran benignamente al joven Absalón. Ahora, Dios no puede pasar por alto el peligro público, por su gran amor por los pecadores; sin embargo, se aventura a indultar y a perdonar bajo circunstancias que parecieran ser como si lo hiciera. ¡Ah cuán verdadero es el amor de Jehová por los pecadores como el amor de un padre hacia un hijo perdido! Muchos suponen que un lenguaje así en nuestro texto no tiene significado. ¡Ah qué poco entienden los hechos del caso! Tiene un significado sincero y profundo, y por ningún motivo es una figura retórica. Cuando en un lenguaje así como el de David, el Dios altísimo clama: "¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión". No podemos más que ver los clamores sinceros del corazón de alguien que ama a la humanidad, y que es movido desde las profundidades de su corazón por la presión de una necesidad firme para infligir castigo. Véase el corazón de un padre que persiste en lágrimas e inflexiones de compasión de un rey. No permitiría que su hijo malvado sufriera ni por un solo cabello de su cabeza que se le cayera si pudiera sabia y seguramente perdonarlo. Añora salvar su vida perdida, y cuando en el mismo acto de rebelión el hijo cae, y Dios está obligado a conducir las ruedas del carruaje de su gobierno por el cuerpo postrado, se lamenta por su caída.

De nuevo, este amor alcanza a cada miembro de la humanidad. La declaración no puede significar nada menos que Dios ama a todos los seres humanos --sin excepción. ¡Qué pensamiento es éste! Y cuán difícil para los pecadores persuadirse ellos mismos de la verdad de Dios --especialmente de la verdad absoluta de Dios en referencia a ellos mismos en particular. ¿Alguna vez trataron de darse cuenta de esto? Se han preguntado que si en efecto es verdad que el gran Dios tiene una consideración profunda y personal por mi felicidad, como la de un padre terrenal hacia su hijo? ¿Puedo creer que su amor por mí es tan grande que encuentra su felicidad incluso en el cielo con preocupación incesante para asegurar mi salvación personal? Tal es el hecho.

La gran dificultad con los pecadores es que su incredulidad en cuanto a Dios es tan grande que esta concepción no penetra en sus mentes en absoluto. Sin embargo, es con todo cierto, y es una verdad que los pecadores grandemente necesitan entenderla y guardarla en sus corazones.

De nuevo, este amor de Dios hacia los pecadores es un amor paciente --paciente incluso al grado de longanimidad, perdurable en las provocaciones más dolorosas. Si cualquiera de ustedes, que viven ahora en sus pecados, tuviesen un sentido justo de su pecado contra Dios, y de sus grandes provocaciones de la ira de Dios, clamarían "¿cómo puede ser posible que Dios me tenga alguna consideración tierna? ¡Cómo es que puede más que pensar de mí excepto como enemigo suyo para ser aplastado ante él como un rebelde culpable!"

Hablan a veces de la paciencia de los padres hacia los hijos descarriados y perversos, pero ¡qué tanto esto es insuficiente para la paciencia de Dios hacia los pecadores! Supóngase que ustedes son los padres de un hijo malvado, tan malvado que nunca los ha obedecido en ninguna instancia. Siempre ha hecho mal como ha podido --invariablemente se ha buscado un curso de persecución, oposición y hostilidad completa, si tal había sido su curso y carácter, ¿acaso esperaría paciencia de los padres humanos? Oh no, a ninguno más que a Dios se le puede esperar que tenga paciencia igual a esa urgencia.

Les ruego que vean esto claramente. Supongan que una joven fuera a entrar a esta escuela, y que se dijera verdades de ella cuando llegara, que había siempre sido prueba y tormento para sus padres --si nunca se hubiese sabido que los obedecía o hiciera otra cosa menos complacerlos, ¿qué dirían de ella? ¿Qué pensarían de ella? Si supiesen que a pesar de todo, su padres aún soportaron y amaron y buscaron su bien mayor, ¿acaso no admirarían el espíritu de ellos como algo más que humano? Pero de la hija o el hijo que se ha aprovechado tanto de sus padres, sentirían que no está apto para vivir. Su indignación espontánea clamaría "¡dejen que sea echado fuera de toda sociedad humana! ¡No hay un lugar debajo de la luz del sol para ese malvado!"

Ahora, pecadores, les imploro aplicar honestamente esto para ustedes. ¡No han hecho más desde que tuvieron un ser, más que oponerse a Dios! Aún no han hecho lo primero, no obstante pequeño, desde un deseo sincero de complacerlo. ¡Saben que es verdad! Y sin embargo Dios los sostiene en existencia --¡los agarra de caer en el infierno! Se representa a sí mismo como quien sostiene los pies de ustedes de resbalarse, mientras están de pie en lugares resbalosos del camino del pecado. ¡Ah, por cuánto tiempo han hecho esto mismo! Han ustedes regularmente abusado de todas las manifestaciones de su amor, pisoteado todos sus mandamientos. Dios dice: "Estas cosas hiciste, y yo he callado". Aunque callado, no ha olvidado. Sin embargo, el amor esperará en su paciencia con longanimidad hasta que ya no pueda esperar más.

Obsérvese también la condición humilde de su amor. Véase cuánto se rebaja. De la gran personificación de este amor se decía: "se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres". Fue manso y humilde de corazón. ¡Así fue la condescendencia del Hijo de Dios! Pocas veces fue la condescendencia del Padre Infinito. Piensen a expensas de qué él proporcionó los medios de la salvación de ustedes. Piensen en la negación de sí mismo para lo cual él fue entregado. Se preguntan ¿qué hizo? Dio a la muerte a su hijo único. Lo dio libremente, no por dinero sino por amor. Cuando Abraham acudió al llamado de Dios a ofrecer a Isaac, y cuando había libremente mostrado su propósito de corazón de obedecer a Dios para confiar en él de que si fuese necesario levantaría de la muerte a su hijo sacrificado, Dios le dijo, "por cuanto… no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo". Fue un punto fuerte en el caso de Abraham el no haber retenido a su hijo único. Así también, Dios no escatimó a su hijo único, sino libremente lo dio para una ofrenda. En el caso de Abraham, sólo llevó a su hijo al altar y sacó su cuchillo --ahí el ángel del Señor tomó su brazo y apuntó hacia el carnero para la ofrenda real, pero cuando Dios dio a su hijo único, las demandas de justicia contra el pecador tomaron su curso sobre su sustituto, y la víctima inocente fue llevada al matadero. ¡Clavada en la cruz, sangró, agonizó, languideció, y murió! ¿Ha habido amor como ese?

De nuevo, este amor fue hacia los enemigos --hacia aquellos cuyas mentes carnales fueron enemistad contra Dios. Esta circunstancia "muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros".

Esta característica en el estado de la mente divina no es fácilmente concebida por las mentes tan egoístas como las nuestras. Incluso los mejores hombres son difícilmente una excepción sobre esta observación. Cuán seguido los oyen orar para que Dios bendiga a todos sus amigos. Ahora en algunos respectos es muy apropiado que oremos por nuestros amigos, pero debemos orar por nuestros enemigos. Cristo oró por sus amigos, pero también por sus enemigos. Si estuviéramos en la práctica de oración, pidiendo con todo nuestro corazón por nuestros peores enemigos, podríamos entender mejor cómo Cristo debe morir por sus enemigos.

Muchos pecadores dicen "ah, si fuésemos verdaderamente convertidos, Dios nos amaría". Cierto, los amaría entonces con amor de complacencia. Ahora los ama con el amor de compasión. Empero difícilmente se dan cuenta de eso. ¡Muy difícilmente ven el poder concebir cómo Dios debe poner a su hijo en las manos de hombres perversos y dejar que lo maten a fin de que los asesinos puedan ser salvos! ¡Ah, seguramente los convencerá si pudiera que en su afecto más profundo los ama! Haría esta impresión tan fuerte en el corazón de ustedes que incluso cuando ustedes vieran su gran pecado, se agarrarían de la verdad extraña de que Dios ha amado el alma de ustedes para dar la vida de su hijo para salvación.

Mas nuevamente, este amor por los pecadores es un amor espontáneo. Fue movido por sí mismo. Nadie de la raza de hombres perdidos lo pidió. Dios no encontró al mundo doblando sus rodillas y suplicando, sino al contrario, los encontró en rebelión total --rebelión fuerte e inflexible, ferozmente luchando para alejarse de la autoridad de Dios. Empero, el amor de Dios brotó hacia ellos en compasión infinita.

Esto también fue un amor de perseverancia. No fue un amor que luego de unos esfuerzos abortivos retrocede y desiste de la lucha por salvar. No fue el amor como de algunos cristianos por los impenitentes, quienes después de unas oraciones y esfuerzos, se dan por vencidos en el intento, especialmente si se encuentran con oposición, sino el amor de Dios por los perdidos en pecado es un amor perseverante, que difícilmente se cansa --un amor que las muchas aguas no pueden apagar ni los ríos ahogar. ¡Ah, qué bueno para el pecador que sea todo esto!

Es un amor santo. Si fuera lo contrario, hubiera buscado salvar por medios que hubieran puesto en riesgo los intereses del gobierno de Dios. Fue una empresa crítica y difícil --este esfuerzo de rescatar al pecador sobre quien la ley violada estaba posando sus descargas de rayos. Por algunos medios, las demandas de la Ley deben ser satisfechas, y sin embargo el pecador debe ser absuelto, --pero debe ser de tal manera que haga una impresión de la culpa horrible del pecado-- de su gran perversidad, y especialmente de la pureza y santidad del gran Magistrado del universo. No responderá por ningún motivo a hacer cualquier cosa que tergiverse su carácter. Sobre este punto habrá el peligro más grande cuando Él llega a poner a un lado la ejecución de la ley, y abra ampliamente las puertas de misericordia e invita a todo pecador para que pase y entre, pero de todo este peligro ha sido guardado plenamente en el sacrifico de su hijo glorioso. Fue el amor combinado con misericordia y pureza que tomó estas precauciones. Se sintió la necesidad de hacer algunas demostraciones, para que vieran todos los seres en el cielo, la tierra y el infierno. Dios debe escribirlas en tales caracteres para que todos puedan leer --grabarlas como si fuera en rocas perdurables, para que mediante todas las eras venideras, toda mente en el universo pueda tener a la vista toda demostración presente, mostrando cuánto Dios odia el pecado, y cuán sagrada es su santa ley para él. Hizo la impresión cuando dio a su hijo para morir en lugar del pecador. Ahí también demostró la pureza de su amor por el pecador. Mostró que no era meramente buena naturaleza la que salvaría de algún modo a los pecadores, sin importarle las consecuencias de la estabilidad de su reino. Ahí hizo la verdad que sobresaliera en alivio fuerte y atrevido, no que amara menos a su reino porque amaba al pecador perdido. El bienestar de la santidad, de los aún no caídos, no debe ponerse en riesgo a fin de salvar al culpable.

El amor de Dios por los pecadores es también un amor solícito y vigilante. Se compadece de sus objetos, y pone el corazón muy resueltamente en bendecir a aquellos que ama. Ustedes pudieron haber visto a cristianos en avivamientos, luego de que sus corazones habían sido llevados a una simpatía profunda con Cristo por sus almas. Observaron cuán vigilantes, cuán ansiosos, y cuán cargados estaban sus corazones. Quizá apenas y comían o dormían por su gran afán por la salvación de las almas. ¿Qué hizo a Jesús pasar noches enteras en oración? Ah, fue enviado a rescatar al mundo perdido, y la carga de las almas se sintió muy pesada en su corazón. Fue más que lenguaje simple sin una figura cuando sus discípulos le aplicaron el pasaje "el celo de mi casa me consume". Un celo por Dios había arrojado en su corazón una carga tal y un interés que consumió su cuerpo mortal. El profeta previó esto cuando en una visión dijo de él: "fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres". ¡Cuán extraño aspecto!

La vejez se sentó sobre su rostro desvanecido apenas cumplidos los treinta. Un anciano en su mera juventud --porque "el celo de mi casa me consume". ¡Oh, la profundidad de su compasión por los perdidos que vino a salvar! Oigan lo que dice: "De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!" Oh, ese bautismo de sufrimiento que por meses y años pesaba en su corazón en la solicitud de la anticipación --y sin embargo no titubeó el amor.

¿Entienden eso? ¿Saben por cualquier experiencia similar suya lo que es este estado mental? El hecho es, aquellos que nunca han entrado en simpatía con su solicitud benevolente y profunda para las pobres almas perdidas no pueden entender el amor de Dios por los pecadores. Para todos, excepto aquellos que han tenido algo de experiencia, es un estado oscuro y desconocido de la mente. Pero cuando van a la simpatía con Dios en esto, cuando derraman su vida y alma por los pecadores, entonces empiezan a entender la naturaleza del gran amor de Dios por los pecadores.

Ese amor además está lleno de compasión. Bajo estas emociones profundas, Dios está representado como quien está conmovido grandemente. Óiganlo brotar de las profundidades de sus sentimientos --"¿No es Efraín hijo precioso para mí? ¿No es niño en quien me deleito? pues desde que hablé de él, me he acordado de él constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré de él misericordia, dice Jehová". Mi sentimiento fue despertado por sus pecados provocadores y hablé contra él que pronto lo cortaría--, pero el pronto afecto paternal surge-- el corazón de un padre lo recuerda intensamente aún. Tal es la compasión de Dios por los pecadores. Si Dios no tuviera una compasión como esa, ¿cómo podríamos dar cuenta de su conducta en excusar a los pecadores por tanto tiempo? ¿Cómo podríamos explicarlo, que no hace mucho ha echado a cada pecador al infierno?

Pero debo observar el fin buscado en este plan de amor. Dios dio a su Hijo para el fin de "que todo aquel que en él cree, no [perezca] se pierda, mas tenga vida eterna".

Me parece extraño que el señor Storrs y aquellos que sostienen junto con él deban apoderarse de tales expresiones como ésta y que enseñen la aniquilación de los perversos. Sostienen, como quizá sepan, que "perecer" significa "aniquilación" de ahí que a fin de ser asegurado por Cristo es salvar a los pecadores de la aniquilación y darles existencia inmortal. Por charlas con ellos, son llevados a esta creencia por las nociones del sentido literal. Sostienen que todo el lenguaje de la Biblia debe interpretarse literalmente, y que el sentido literal de la palabra "perecer" es aniquilación. Pero en ambas posturas están totalmente equivocados. Sin enfrascarnos en la primera, veamos la segunda. El sentido literal de la palabra perderse no es aniquilación. Cuando la materia se dice que perece, sólo cambia su forma y modo de existencia; no es aniquilada. En efecto, la materia hasta donde podemos saber no sabe nada de aniquilación. De modo que el señor Storrs se equivoca completamente en aplicar su doctrina en el sentido literal, incluso si la doctrina en sí fuese verdad. Además, el perecer aquí es ponerse en contacto con la vida eterna, pero esta vida eterna no es una mera existencia, prolongada por siempre --de ningún modo, es fruición eternal --bendición por siempre, de ahí que su opuesto deba ser miseria eterna.

Más aún, si el aniquilamiento de los malvados hubiera respondido a todos los propósitos del castigo por transgresión de la ley, y todas las cosas consideradas, Dios lo hubiera visto sensato castigar a los pecadores de esa manera, pudo haberlo hecho en un momento y hubiera creado otro mundo de seres santos con tan sólo decir: "¡Hágase!" Todo hubiera sido fácil y hecho pronto. Pero no podemos ver una buena razón por qué debía ser necesario para que Cristo muriera en la cruz por el solo propósito de salvar a los pecadores de la fatalidad de la aniquilación.

De ahí vemos que el objeto de la muerte de Cristo para los pecadores es llevarlos de regreso a la comunión y armonía con Dios y la santidad --hacerlos hijos obedientes de nuevo en su gran familia.

Los medios para hacer efectiva esta tarea en la actitud moral de los pecadores hacia su gran y buen Padre son especialmente las revelaciones plenas que Dios hace de él mismo ante los mismos ojos de los hombres a través de la encarnación de Jesucristo. Cristo vino en carne mortal para vivir, trabajar, hablar y actuar entre los hombres para que pudiera revelar el verdadero carácter de Dios a nuestra raza. De ahí que Cristo es llamado el Verbo de Dios porque nos revela a Dios, como las palabras revelan pensamiento de mente en mente. Esto no es sólo el objetivo de la encarnación de Cristo, pero es uno de uno de ellos y grande.

Entiéndase entonces que Cristo vino en carne humana para revelar ante nuestros ojos el gran amor de Dios, y hacernos entender en efecto todos los grandes atributos morales de Dios. Dio a su hijo único para que viniera entre los hombres y viviera entre ellos como prójimo. Algunos de ustedes son mecánicos. Cristo trabajó entre sus semejantes como mecánico para enseñarles lo que debía ser un mecánico. Trabajó como un hijo durante su niñez para enseñar lo que un hijo obediente debía ser. Luego apareció en la vida pública mostrando lo que los hombres debían ser en esta relación. En todos estos aspectos buscó revelar su verdadero carácter de modo que como modelo, y más particularmente como ejemplo del verdadero Dios, pudiera hacer su habitación entre los hombres con el mayor servicio. Fue uno de los grandes objetivos de la encarnación para revelar a Dios a fin de que los hombres debieran renovar su confianza en Él. El pecado trajo consigo duda e incredulidad con referencia a Dios, y esta duda e incredulidad deben ser contrarrestadas antes de que el pecador pueda ser salvo. Los hombres cuyos corazones complacen la enemistad siempre tratan de vindicar y justificar su enemistad al creer mal del grupo odiado. La enemistad, sin importar cuán equivocada y sin motivo, lleva a sospecha y calumnia. La mente, turbada con la conciencia de hacer mal, busca alivio al justificarse a sí misma, y para obtener ese alivio, es llevada a pensar y creer mal de aquéllos que injustificadamente les ha hecho mal. Precisamente en esta relación es lo que hace la humanidad a Dios. Son enemigos sin ninguna razón y de este modo son arrojados a la necesidad de algunos medios para impugnar al Rey a quien sin causa odian. Por tanto, la necesidad de hacer tales revelaciones de Dios al hombre para que derrita su duro corazón bajo las manifestaciones de amor divino.

Como otro gran medio de lograr el fin visto, Cristo necesita expiar el pecado para que pueda ser libremente perdonado. Esto hizo de modo muy efectivo. En Cristo son representados ambos grupos en esta gran controversia. La naturaleza humana estaba ahí y también Dios en carne humana reunió las exigencias del caso y satisfizo toda demanda de la urgencia.

De nuestra parte, la fe es la gran condición para ser salvo. Mientras más vivo, más claramente veo que la fe se refiere especialmente a la divinidad de Cristo, abrazando prácticamente su poder para salvar y plenamente admitir que el caso es uno por el que ningún poder falto de divinidad es adecuado. "¿Creéis que puedo hacer esto?" "¿Creen que puedo yo resucitar a sus muertos, sanar a sus enfermos, echar fuera a sus demonios, remitir sus pecados? ¿Creen todo esto? Si así es, échense sobre sí mi poder para salvar." La sustancia de fe es entonces esto: creer en Jesucristo como el Dios verdadero y fiarse de él como tal. La fe se fía de él en cuanto a todo lo que profesa ser y hacer. Se presupone que la mente aprehende la naturaleza y diseño del amor de Dios, y entonces la fe recibe esto como verdad, creer que en todo acto Jesucristo me ama, que se dio por mí, que murió por mí para que no muera sino viva. Entonces cada alma creyente por sí misma encuentra a Dios en Jesús y se rinde ella misma a Dios en la confianza de sus promesas. Una sumisión plena, sin reservas no parece demasiado. Con todo el corazón, el hombre se entrega a sí mismo a Cristo para ser usado y gobernado --para ser santificado y ser salvado.

Muchos tratan a Cristo como si fuera un hipócrita. No quiero decir que seguido lo digan, pero en su corazón lo piensan, y lo que piensan determina su tratamiento de él. Sienten de verdad como si no pudieran poner ninguna confianza en sus profesiones de amistad.

Probemos este punto con ustedes. ¿Alguna vez se han dado cuenta de que Cristo vino a salvarlos a USTEDES, tan cierto como si fueran ustedes los únicos pecadores en el universo? ¡Se han encontrado con él en esta relación --como si entendieran que de hecho vino a salvarlos, a ustedes solos! Pero esto es la idea verdadera de la fe. Ésta cree la palabra de Cristo de promesa y misericordia ofrecida como se aplica a la propia alma individual de ustedes.

La fe implica una renuncia total del egoísmo. Esa renuncia está plenamente involucrada en la idea de entrega de uno mismo a Dios.

Otro elemento de fe debe ordenar nuestra consideración particular. No sólo cree la historia del pasado con respecto a Cristo, sino también abraza especialmente todo lo que encuentra revelado de sus relaciones presentes y futuras. Los pecadores con frecuencia creen el pasado sin creer la salvación, puesto que no creen el presente y el futuro. Dicen: "sin duda alguna vez Cristo vivió y murió, pero todo esto fue hace muchísimos años". Después de su resurrección, fue al cielo --y ahí el campo de acción de la fe de ellos llega a su fin. No hay nada fresco y nuevo en ello --nada que toque el gran interés del alma en su propia salvación. Se considera y se piensa como cualquier otra etapa de historia antigua.

Mas la fe real llega cerca de casa --cerquísima. Se agarra de un Cristo presente --un salvador que vive ahora-- sí, siempre vivo a la diestra de Dios y siempre haciendo intercesión ahí. ¿Alguna vez se dieron cuenta que han sido librados del infierno por la larga intercesión de Cristo? Él mismo ha ilustrado el caso en la parábola de la higuera estéril. "Perdona al pecador", clama él; "no lo cortes aún; sálvalo, deja que lo lleve una vez más a la casa de Dios y bajo el sonido del evangelio, quizá se arrepienta, si no --si falla todo esfuerzo de esperanza, entonces córtalo, pero no antes". Entonces que ninguno de ustedes pecadores suponga que Cristo ha perdido interés en ustedes; nada de eso. Aún ora por ustedes, y aún los sostiene para que no se hundan en el infierno. Ustedes se acostaron anoche y durmieron dulcemente, pero la única razón de que no se hayan hundido rápido en el infierno, no fue porque oraran, sino porque Cristo oró. Jesucristo, cuando el corazón de todos ustedes estaba sin orar, alzó su voz por ustedes y clamó, "oh, perdónalos una vez más --los cargaré hasta la casa de Dios de nuevo, si esto falla, ¡entonces córtalos!"

Una vez más, --la fe verdadera no sólo espera el perdón de todo el pasado, sino la gracia para todo futuro. Su voz de confianza dice: "bástate de mi gracia".

OBSERVACIONES

1. La fe es una condición natural de la salvación de ustedes. Por esto quiero decir que es en la misma naturaleza del caso una condición indispensable. Si no reconocen lo que Cristo dice de él mismo y de los ofrecimientos de salvación, todo lo demás que puedan hacer es fútil en lo más mínimo. Así lo dice nuestro texto: Dios dio a su hijo, no para salvar a todos los hombres incondicionalmente --no para salvar al rico, no al que tiene título nobiliario, no al culto, como tal; no para salvar a la persona externamente moral, o al socialmente amigable, como tal, sino para salvar solamente a aquellos, y no a otros, sino a aquellos quienes crean en Él. Desde luego esto responde la pregunta y muestra concluyentemente quién sí y quién no será salvado por Cristo.

2. Su egoísmo es el que hace difícil que ustedes conciban correctamente estas cosas. Ustedes nunca amaron a sus enemigos, nunca hicieron algún sacrificio para su propio alivio o placer para su bien --pero Dios lo hace. De ahí que vean difícil, si no imposible, entender la benevolencia de Dios --es tan distinta a nuestro propio egoísmo.

Cristo ora por ustedes --lo ha hecho y lo hace-- y sin embargo son cruelmente lentos para creerlo. Mas consideren cómo vio a Jerusalén y lloró por ella. Había estado entre ellos y conoció la malignidad hacia Él mismo. Vio toda la ciudad agitándose profundamente --afilando las armas para matarlo, pero ahora en tanto entraba por última vez --en la mirada más cercana de la catástrofe final, su corazón fue movido hondamente con lástima y compasión. Sabía bien cuánto lo odiaban y aún él exclamó: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!" Otro evangelista dice: "Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella". Parecía que no olvidaba la maldad tan espantosa de ellos como nunca había sido.

Mas ¿cómo pueden darse cuenta de tal estado de la mente como el de él? El egoísmo de ustedes es tan grande y tan controlador que nunca han visto tales sentimientos hacia sus enemigos. Y cuando se les llama para abandonar su enemistad y egoísmo, argumentan que no pueden hacerlo. De ahí que tristemente estén lisiados con respecto a reunir la condición de fe inteligentemente. Así como es una de las cosas más difíciles en el mundo hacer que crea un gran mentiroso la palabra de ustedes, aunque sea digna de confianza, o justa, tampoco pueden persuadir a un gran sinvergüenza o truhán en el curso del deber. No entienden la fuerza propia de los motivos que ustedes presentan, y más que eso, no aman para admitir la verdad moral sana en el hogar del corazón y la conciencia. Así que un ladrón siempre sospecha de otros de robo. Y sobre el mismo principio se vuelve severamente difícil para que un malvado tenga confianza en la sinceridad y bondad de Dios. Puede admitirla en teoría, pero aún no la creerá y no la llevará al hogar de su propio regazo como una realidad.

Ahora vean el caso. Vean lo que Dios ha hecho para proporcionar salvación para ustedes, y además vean cuánto ha dicho y hecho para llevarlos a creerla --pero ¡ay, su corazón está aún tan pesado como plomo con incredulidad! ¿Qué más puede hacer Dios para que se den cuenta? Oh díganme, ¿qué más? Los pecadores se pondrán de pie y verán en la cruz misma, y dirán --"No puedo darme cuenta que todo esto es compasión para mí --no puedo creer que todo esto vino del amor por mi alma". ¿Cómo pues Dios puede persuadirlos a creer en esta bondad?

3. La fe en Cristo les dará paz. Me parece que de esto ustedes no necesitan tener la menor duda. ¿Están dispuestos a recibir la información de que Dios dio a su hijo único por ustedes como individuos? Así lo declara su propia palabra: "Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad". Por tanto, no tarden. Levanten todas las energías de su alma para esta obra --de inmediato.

4. Los pecadores no están aptos para distinguir entre el Cristo dado y el Cristo recibido. El Cristo dado es una cosa y el Cristo recibido es otra muy distinta. Dios en su gran amor ha dado la donación: ¿la han aceptado? No les aprovechará nada hasta que lo hagan. Creer en Él es aceptarlo como dado. Desde hace mucho han sabido que la oferta de Jesús como su Salvador ha sido hecha para ustedes. ¿Les ha importado? ¿Han tenido un sentimiento de gratitud para expresárselo a Dios por su regalo indescriptible? ¿Alguna vez han expresado alguna palabra de gratitud? ¿Han ido ante Dios con la primera nota de acción de gracias? ¿Cómo se ve su ingratitud incluso ante sus mismos ojos? Y si están ustedes mismos avergonzados de eso, ¿cómo creen que sea ante los ojos de su Salvador?

Supongan que Jesús viniera a esta casa mientras ustedes están sentados aquí. Sabrán por la aureola de gloria en su cabeza que no puede ser nadie más que el Salvador de gloria a quien por mucho tiempo han rechazado. Muestra sus cicatrices de los clavos en sus manos y pies --la herida de la lanza en su costado, y se acerca a ustedes, les pregunta con una mirada de la más tierna compasión: "¿acaso es todo esto nada para ti? ¿Sabes quién soy yo? ¿Acaso sabes lo que soy para ti? Sí. ¿Acaso yo soy digno de tu confianza? Supongo que sí. Entonces, ¿te darás a mí, confiando en mi palabra y gracia para salvarte y dedicarte tú mismo de corazón a mi causa?" "Oh", responderían, "no siento bastante". Mas él contesta, "he venido a salvarte. Este asunto ha sido debatido bastante, y ya es hora de que debas decirme honestamente cuál es tu decisión final. Debemos cerrar este asunto ahora, y cual sea tu decisión, la escribiré y le pondré el sello de juicio". Y ahora, bajo estas circunstancias, ¿qué harán? ¿Acaso dirían "sigue tu camino por esta vez"? "Pero si lo hago esta vez, ya no volveré más para bendecirte. Ya no oraré por ti más. Todo tu día y campo de acción para la misericordia pasarán. Sabes que he tratado contigo con toda honestidad para salvar tu alma si pudiera. He procurado mostrarte tu enemistad de corazón contra mí, y te he implorado que la dejes y me des tu corazón" --¿acaso lo harán incluso ahora, aunque fuese su undécima hora de misericordia?

Pecador, ¿entiendes esta petición? Sin duda que sí. Cristo está tratando de ganarte --con gusto te persuade para salvar tu alma-- ¿Serás persuadido? ¿Decidirás la pregunta memorable en esta hora? Si supieras que la decisión presente sería la final, ¿cómo la tomarías? Déjame decirte, PUEDE ser la final --por tanto, ¡ten cuidado de lo que hagas! "Hay un punto en el que la paciencia no es ninguna virtud" --más allá de lo que incluso Dios no pueda tolerar, pues la virtud lo prohíbe. Recuerda que es ésta es la dispensación del Espíritu Santo, y si pecas voluntariamente contra él, quizá nunca te pueda perdonar. Mas dices --"el Espíritu Santo no está conmigo". ¡Ten cuidado de lo que dices! Si no tuviera influencia, otra que tu propia mente, ¿te convencería de pecado? ¿Acaso no debes admitir que por algunos medios has visto tus pecados como raramente los hubieras hecho antes, y has sido presionado para que vengas a Cristo por el indulto? Entonces ahora es el tiempo. Debes considerar que ésta puede ser tu última hora. ¿Por qué entonces no clamas --"¡Oh Jesús. Toma mi corazón, tómalo todo y séllalo para ti por siempre!"

  Traducción por David Camps
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