The GOSPEL TRUTH

LAS MEMORIAS DE CARLOS FINNEY

1868

CAPITULO 11

AVIVAMIENTO EN DE KALB

 

De este lugar partí a De Kalb, otra villa aún más al norte, me parece que a unas sesenta millas de distancia. Allí había una iglesia presbiteriana y un ministro, pero la iglesia era pequeña y al parecer el ministro no tenía mayor influencia en la gente. De cualquier modo, no me cabe duda de que era un buen hombre. Empecé a realizar reuniones en De Kalb, en diferentes partes del pueblo. La villa era pequeña y la gente estaba bastante dispersa a lo largo del territorio. La población era nueva y los caminos estaban en muy malas condiciones. Con todo esto, el avivamiento empezó enseguida y progresó con mucho poder, considerando que los habitantes estaban tan dispersos.

Pocos años antes, por medio de la obra de los metodistas, había habido un avivamiento en el área. Este avivamiento había sido atendido en medio de gran emoción y ocurrieron muchos casos de lo que los metodistas llaman "caer bajo el poder de Dios". Esto había sido resistido por los presbiterianos, y en consecuencia se había producido un mal sentir entre metodistas y presbiterianos. Los metodistas acusaban a los presbiterianos de haberse opuesto al avivamiento sucedido en medio de ellos por causa de este caer bajo el poder de Dios. Hasta lo que pude entender había bastante verdad en esa afirmación, e indudablemente los presbiterianos habían estado equivocados. No tenía mucho tiempo predicando en el lugar cuando una tarde, justo antes de cerrar mi sermón, observé que un hombre calló de su silla, cerca de la puerta. La gente se agrupo a su alrededor para tomar cuidado de él. Por lo que pude ver, quedé convencido de que se trataba de un caso de "caer bajo el poder de Dios", como dirían los metodistas, y supuse que el hombre en cuestión era metodista. Debo admitir que tuve cierto temor de que aquel estado de división entre las congregaciones se reprodujera, y reviviera la alienación que había existido antes. Sin embargo, al indagar supe que el que había caído era uno los principales miembros de la iglesia presbiteriana. Fue muy notorio que durante este avivamiento se presentaron varios casos de este tipo en medio de los presbiterianos, mas no entre los metodistas. Esto condujo a tales confesiones y explicaciones entre los miembros de ambas iglesias que una gran cordialidad y un buen sentir quedaron asegurados en medio de ellos.

Mientras laboraba en De Kalb conocí a John Fine, licenciado de Ogdensburgh, quien había escuchado acerca del avivamiento en De Kalb y había venido a verlo. Fine era un hombre adinerado y muy benevolente. Su propósito era emplearme como misionero para trabajar en los pueblos a lo largo de aquel condado, y ofreció pagarme un salario. Sin embargo, no acepté el comprometerme a predicar en ningún lugar en particular o a confinar mis labores a un área restringida. El hermano Fine pasó varios días conmigo, haciendo visitas de casa en casa, y asistiendo a nuestras reuniones. Se había educado en Filadelfia, era un presbiteriano de la vieja escuela, y un anciano en la iglesia presbiteriana de Ogdensburgh. Cuando finalmente se fue de De Kalb dejó una carta para mí con una dama con quien me estaba hospedando.

Al abrir la carta encontré tres billetes de diez dólares. Pocos días después el hermano Fine regresó y pasó dos o tres días en el pueblo, atendió a nuestras reuniones y se interesó mucho en la obra. Cuando se marchó volvió a dejar una carta, que al igual que la primera, contenía tres billetes de diez dólares. Así fue que me encontré en posesión de sesenta dólares, con los cuales compré de inmediato un carruaje para un solo caballo. Antes de eso, aunque tenía un caballo, no tenía carruaje y yo y mi joven esposa solíamos caminar mucho para llegar a las reuniones.

El avivamiento tomó gran fuerza en la iglesia del lugar, y quebrantó de manera especial el corazón de uno de los ancianos de la iglesia, de apellido Burnett. Este hombre experimentó tal quebrantamiento que se transformó en otra persona. Las impresiones del avivamiento calaban profundo en la mente del público día por día. Un sábado, justo antes de terminar la tarde, un sastre comerciante alemán de apellido Father llegó desde Ogdensburgh y me informó que el licenciado Fine le había enviado a tomar mis medidas para un traje. Yo ya estaba en necesidad de nueva vestimenta y no hacía mucho que le había hablado al Señor al respecto, diciéndole que mis ropas se estaban convirtiendo en andrajos, pero no había vuelto a pensar en ello. Sin embargo, el hermano Fine lo había notado, y había enviado a aquel hombre, un católico romano, a tomar mis medidas para un traje. Le pregunté a Father si podía quedarse con nosotros en el Sabbat y tomar mis medidas el día lunes. Añadí: "es muy tarde ya para que usted regresé esta noche, y si le permito tomar mis medidas esta noche, sin duda regresará a su casa mañana mismo". Me dijo que eso mismo tenía intenciones de hacer y entonces le respondí: "Entonces usted no me tomará las medidas. Si no se queda hasta el lunes en la mañana, no me medirá para hacerme tal traje." El hombre se quedó.

Esa misma tarde arribaron otros desde Ogdensburgh, una villa localizada del condado de San Laurence a unas sesenta millas aún más al norte de De Kalb. Entre los viajeros estaba un hombre de apellido Smith, quien era también un anciano de la misma iglesia del señor Fine. El hijo del señor Smith, un joven inconverso, vino con él. Con ellos estaban otras varias personas de Ogdensburgh, que habían venido para asistir a la reunión. El anciano Smith asistió a la reunión de la mañana, y en el intermedio recibió la invitación del anciano Burnett para ir a su casa y refrescarse un poco. El anciano Burnett estaba lleno del Espíritu Santo y en el camino a su casa le predicó a Smith, quien para entonces estaba muy frío y esquivo con respecto a la religión. El anciano Smith fue profundamente impactado por sus palabras. Tan pronto entraron a la casa se dispuso la mesa y fueron invitados a tomar asiento y servirse algo en refrigerio. Mientras se ubicaban en la mesa, el anciano Smith le preguntó a Burnett: "¿Cómo hizo usted para recibir tan grande bendición?" Burnett respondió: "dejé de mentirle a Dios. Durante toda mi vida cristiana he estado pretendiendo y pidiéndole a Dios cosas que no estaba totalmente dispuesto a recibir; y he orado imitando a otros, muchas veces sin sinceridad, y así mintiéndole a Dios". Continuó diciendo: "Tan pronto tomé la decisión de nunca decirle a Dios nada que realmente no tuviera la intención de decir, Dios me respondió, el Espíritu descendió y fui lleno del Espíritu Santo". En ese instante el señor Smith, que aún no había empezado a comer, salió de su silla, cayó de rodillas, y empezó a confesar que le había mentido a Dios y que había sostenido un papel de hipócrita, tanto en sus oraciones como en su vida. El Espíritu Santo cayó de inmediato sobre él, y lo llenó tanto como pudo soportar.

Me enteré de lo sucedido de la siguiente manera: La gente se había reunido para la adoración de la tarde, y yo estaba de pie en el púlpito, leyendo un himno. Entonces escuché que alguien hablaba en alta voz acercándose a la casa de adoración. La puerta y las ventanas estaban abiertas. Entraron directamente dos hombres: el anciano Burnett, a quien conocía, acompañado de quien era para mí, hasta entonces, un desconocido. Tan pronto Smith cruzó la puerta alzó sus ojos y me vio, caminó directamente hacia mí y me levantó en brazos diciendo: "¡Dios le bendiga, Dios le bendiga!" Entonces empezó a contarnos a mí y a la congregación lo que el Señor acababa de hacer por su alma. Su rostro brillaba y se veía tan cambiado que aquellos que le conocían de antes estaban atónitos. Cuando su hijo-- quien no sabía de antemano lo que le había ocurrido a su padre-- le vio y le escuchó, se levantó y trató de salir a toda prisa de la iglesia. Su padre le grito: "Hijo mío, no dejes la casa, pues nunca antes te había amado". Smith continuó hablando, y el poder con el que hablaba era asombroso. La gente se derretía en todas las esquinas de la casa y su hijo se quebrantó casi inmediatamente.

Muy pronto el sastre católico romano, el señor Father, se levantó en medio de la congregación y dijo: "Tengo que decirles lo que el Señor ha hecho a mi alma. Yo fui criado católico romano, y nunca me atreví a leer mi Biblia. Se me había dicho que si lo hacia el diablo me llevaría con todo y cuerpo. A veces, cuando me atrevía a mirarla, me parecía como si el diablo estuviera espiando (literalmente) por encima de mi hombro, listo para llevarme. Sin embargo, ahora he visto que todo eso era una ilusión". Continuó diciendo lo que el Señor había hecho por su alma en esos instantes--las perspectivas que el Señor le había dado acerca del camino a la salvación por medio de Jesucristo. Le fue evidente a todos los presentes que Father se había convertido. Esto causó una gran impresión en la congregación. Yo no podía predicar. El Señor era quien le había dado su propio curso a la reunión. Me quedé quieto, contemplando la salvación de Dios. Uno tras otro empezaron a dar testimonio de lo que Dios había hecho por sus almas, y la obra continuó.

Durante toda esa tarde las conversiones se multiplicaron en todas partes de la congregación. A medida que una persona tras otra se ponía de pie y hablaba de lo que el Señor había hecho, y de lo que estaba haciendo por sus almas, la impresión aumentaba, y así un movimiento espontáneo del Espíritu Santo iba trayendo convicción y convirtiendo pecadores como pocas veces había visto. Al día siguiente el hermano Smith retornó a Ogdensburgh. Según sé realizó muchas visitas de camino a su casa y conversó y oró con muchas familias; y así el avivamiento se extendió a Ogdensburgh. Nunca supe el número de las personas que se convirtieron en ese lugar y en ese momento, pero debe haber sido una cantidad considerable, en proporción con el número de habitantes del pueblo.

En los primeros días de octubre, el sínodo al que pertenecía se reunió en Utica. Tomé a mi esposa y nos dirigimos al lugar para asistir al sínodo y visitar a la familia de su padre que vivía cerca. El hermano Gale, mi maestro de teología, había dejado Adams no mucho después de mi partida y se había mudado a una granja en el pueblo de Western, en el condado de Oneida, en donde procuraba recobrar su salud y se había empleado en la enseñanza de algunos jóvenes que pretendían prepararse para predicar el evangelio. Pasé algunos días con el sínodo en Utica y luego me dispuse a regresar a mi antiguo campo de labores en el condado de San Lawrence. No habíamos recorrido más de doce millas, cuando nos encontramos con el hermano Gale en su carruaje, que se dirigía a Utica. Saltó de su carruaje diciendo: "¡Dios le bendiga, hermano Finney! Iba de camino al sínodo para verle. Usted debe venir a casa conmigo y no aceptaré un no como respuesta. No creo que jamás estuve realmente convertido y el otro día escribí a Adams procurando recibir información acerca de a dónde poder escribirle, pues quería abrir ante usted mi mente acerca del tema". Gale fue tan inoportuno que acepté su invitación y nos dirigimos de inmediato a Western.

Al reflexionar acerca de lo que he dicho sobre los avivamientos de la religión en los condados de Jefferson y de San Lawrence, no estoy seguro de haber hecho énfasis suficiente en la agencia manifiesta del Espíritu Santo en esos avivamientos. Es mi deseo que quede particularmente entendido en toda mi narración de los avivamientos de los que he sido testigo, que siempre estuvo claro en mi mente y en mis prácticas que la agencia del Espíritu fue lo que sobresalió en tales hechos, lo que dirigió y dio eficiencia a los medios, y sin lo cual nada hubiera podido lograse. He dicho más de una vez que el Espíritu de oración que prevaleció en aquellos avivamientos fue su marca distintiva. Era común que los recién convertidos se ejercitaran grandemente en oración, y en ocasiones a tal punto que se sentían constreñidos a orar por la conversión de las almas de sus conocidos durante toda la noche, y hasta que la fuerza de sus cuerpos quedaran exhaustas. Existía gran presión por parte del Espíritu Santo sobre la mente de los cristianos, y parecía como si compartieran con Él la carga por las almas inmortales. Los cristianos manifestaban la más grande solemnidad mental y la más intensa de las vigilancias en todas sus palabras y acciones. Era muy común encontrar cristianos, en cualquier lugar en donde se reunieran, cayendo sobre sus rodillas para orar, en lugar de conversar entre ellos. No solo se multiplicaron las reuniones de oración y se llenaban a capacidad, y no solo se mostraba gran solemnidad en aquellas reuniones, sino que había también un poderoso Espíritu de oración secreta. Los cristianos oraban muchísimo y muchos de ellos pasaban largas horas en oración privada. También se daba el caso de que dos personas se agarraban de la promesa de que "que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos", y se retiraban en oración haciendo a alguna persona en particular el tema de su oración, y era maravilloso ver la medida en la que prevalecían. La respuesta a la oración se multiplicaba manifiestamente en todas partes, de tal modo que nadie podía escapar a la convicción de que Dios estaba día a día y a cada hora, respondiendo a los ruegos de los cristianos. Si ocurría algo que pudiera poner en riesgo la obra, si había apariencia alguna de cualquier raíz de amargura, o tendencia de fanatismo o desorden en cualquier aspecto, los cristianos tomaban la alarma e inmediatamente se entregaban a orar para que Dios tomara el control y dirigiera todas las cosas; y muchas veces fue sorprendente ver hasta qué punto y con qué medios Dios removía los obstáculos, dando respuesta a la oración.

Con respecto a mi propia experiencia debo decir que a menos de que no tuviera conmigo el Espíritu de oración, no podía hacer nada. Si por tan solo un día o una hora perdía el Espíritu de gracia y de súplica, me encontraba incapaz de predicar con poder y eficiencia, o de ganar almas por medio de la conversación personal. En este aspecto mi experiencia entonces ha sido la que he tenido siempre--he encontrado que la cantidad de poder para predicar y para ganar almas en el trato personal solo guarda relación con el hecho de tener o no el Espíritu de la oración que prevalece. He descubierto que a menos que me mantenga (o que me haya mantenido en ese entonces) en tal relación con Dios como para acceder a Él en oración de forma diaria y a cada hora, mis esfuerzos en ganar almas abortaban. Sin embargo, cuando prevalecía con Dios en oración, podía prevalecer con el hombre en la predicación, la exhortación y la conversación.

He dicho que mi último campo de labores en el condado de San Lawrence fue De Kalb, y que fue un avivamiento poderoso teniendo en relación lo diseminada que estaba la población que existía entonces en esa región del condado. Durante varias semanas antes de abandonar De Kalb para ir al sínodo que he mencionado en el condado de Oneida, estuve muy envuelto en la oración y tuve una experiencia que para entonces era algo nuevo para mí. Me encontraba tan ejercitado y sumido bajo la carga de las almas inmortales que me sentía constreñido a orar sin cesar. No hallaba descanso en la casa y me veía obligado a retirarme frecuentemente al granero a lo largo del día, para descargar mi alma y derramar mi corazón ante Dios en oración.

Una fe maravillosa me fue dada durante aquel tiempo, y tuve algunas experiencias que me alarmaron. Cuando me encontraba luchando en oración, mi fe se levantaba hasta el punto de decirle a Dios que Él había prometido dar respuesta a la oración y que no podría y no recibiría un no por respuesta. Estaba tan envuelto que usaba en oración un lenguaje tan fuerte para con Dios--Me sentía tan seguro de que Dios me escucharía, y tan seguro de su fidelidad a sus promesas y a Sí mismo y consideraba tan imposible que no escuchara y respondiera, que frecuentemente me hallaba a mí mismo diciéndole: "Espero que no pienses que me puedes decir que no". Para ese entonces el Espíritu de Dios hizo tal aplicación de las promesas de Dios en mi mente y reveló a tal punto su verdadero significado, que me guió a entender mejor y como nunca antes cómo hacer uso de ellas, y a que casos se aplicaban específicamente.

Desde mi conversión había hecho el hábito de permitir que el Espíritu me guiara en oración a una apreciación tal de las promesas que nunca hubiera podido lograr por medio de mis propios estudios. Muy frecuentemente tenía las promesas tan aplicadas, y las había aplicado y usado tanto, que podía descubrir en ellas, en su espíritu, una aplicación aún mayor a la que pudiera ofrecer el mero examen crítico de su letra. Frecuentemente era guiado a ver que los escritores del Nuevo Testamento citaban las promesas del Antiguo Testamento de tal forma que cubrían una esfera aún mayor que lo que la mera letra de tales promesas ofrecía. Sin embargo, la experiencia que tuve en De Kalb fue extraordinaria en ese respecto. No puedo expresar cuán absurda me parecía la incredulidad, y cuán cierto era en mi mente que Dios iba a responder la oración--y todas aquellas oraciones que de día en día y en cada hora me encontraba ofreciendo con tal agonía y fe. No tenía idea de la forma que tendría la respuesta, la locación en la cuál las oraciones serían respondidas, o el tiempo exacto de la respuesta. Mi impresión era que la respuesta estaba cerca, a la puerta, y me hallaba luego fortalecido en la vida divina, colocado en el arnés para afrontar un fuerte conflicto con los poderes de la oscuridad, y esperando ver pronto un derramamiento aún más poderoso del Espíritu de Dios, en el nuevo campo en el cual había estado laborando.

 

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