LA VERDAD DEL EVANGELIO
EL VERDADERO SOMETIMIENTO: UN ASUNTO DE ELECCIÓN

por Charles G. Finney

 

"Someteos, pues, a Dios" -- Santiago 4:7

 

Si han construido su vida cristiana sobre un cimiento falso, el error fundamental fue abrazar su pensamiento del plan del evangelio de salvación por motivos egoístas. Su corazón egoísta no fue quebrantado. Ésta es la fuente de su engaño, si son engañados. Si su egoísmo fue sometido, no están engañados en su esperanza. Si no, toda su religión es en vano y su esperanza es en vano.

Si alguno de ustedes tiene una esperanza falsa, están en peligro de revivir sus maneras pasadas. Con frecuencia los convertidos falsos, luego de una temporada de ansiedad, o examinación de uno mismo, se asientan de nuevo en su cimiento pasado. Sus hábitos de la mente se vuelven fijos, y es difícil abrir paso a un nuevo curso. Es indispensable, por tanto, si intentan ponerse bien que vean claramente que hasta ahora han estado mal.

El verdadero sometimiento a Dios no es indiferencia. Estas cosas no pueden ser más opuestas que la indiferencia y el verdadero sometimiento.

Algunos suponen que el verdadero sometimiento incluye la idea de estar dispuesto a ser pecaminoso para la gloria de Dios, pero esto es un error. Estar dispuesto a ser pecaminoso es en sí un estado pecaminoso de la mente. Y estar dispuesto a hacer cualquier cosa para la gloria de Dios es elegir no ser pecaminoso. La idea de ser pecaminoso para la gloria de Dios es absurdo.

POSTRARSE ANTE LA VOLUNTAD DE DIOS

Si estuviésemos ahora en el infierno, la verdadera sumisión requeriría que estuviéramos dispuestos a ser castigados. Entonces, sería seguro que era la voluntad de Dios. Si estuviéramos en un mundo donde no se hiciera provisión para la redención de los pecadores y donde nuestro castigo fuera inevitable, sería nuestro deber estar dispuestos a ser castigados, pero como es, el sometimiento genuino no implica disposición a ser castigado. No es la voluntad de Dios que seamos todos castigados, pero su voluntad es que todos quienes se arrepientan verdaderamente y se sometan serán salvos.

La verdadera sumisión consiste en asentimiento perfecto en todos los tratos de Dios, si se relacionan a nosotros, a otros, o al universo. Algunas personas creen que se someten al gobierno providencial de Dios, pero encuentran falla en los arreglos de Dios en muchas cosas. Se preguntan por qué Dios permitió a Adán pecar o por qué permitió que el pecado entrara al universo. O ¿por qué hizo esto o aquello? O ¿por qué hizo esto o aquello así? En todos estos casos, suponer que no pudiéramos hallar ninguna razón que fuera satisfactoria, el verdadero sometimiento implica un asentimiento perfecto en lo que sea que Él haya permitido o hecho.

El verdadero sometimiento implica rendirse a los preceptos de la ley moral de Dios. El precepto general de la ley moral de Dios es: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (Lucas 10:27). Aquí tenemos que cuidadosamente hacer la distinción entre una obediencia formal a la ley de Dios y al sometimiento real a ella.

El sentido común aprueba esta ley. Cada demonio en el infierno la aprueba. Dios ha hecho nuestras mentes para que sea imposible ser un agente moral y no aprobar su ley, pero esto no es el sometimiento que propongo.

El verdadero asentimiento a la ley moral de Dios incluye obediencia real. Es vano para un niño fingir someterse a los mandamientos de su padre a menos que de hecho los obedezca y vano para un ciudadano fingir estar de acuerdo con las leyes del país a menos que las obedezca. Los hombres han tomado su propósito el afecto supremo de Dios y su reino y lo han dado al interés de uno mismo. En vez obligarse a hacer el bien, como Dios requiere, adoptaron la máxima que "la caridad empieza en casa". Éste es el punto de debate entre Dios y el pecador. El pecador apunta a promover su propio interés como su objeto supremo.

La primera idea implicada en el sometimiento es el rendimiento de este punto. Tenemos que dejar de poner primero nuestro propio interés y permitir los intereses de Dios y su Reino que surjan en nuestros afectos. Tenemos que ponerlos tan arriba de nuestros intereses como su real valor sea mayor. El hombre que no hace esto es un rebelde contra Dios.

Supongan un gobernante civil quiso promover la felicidad general de su nación y sabiamente hizo leyes para este fin. Requeriría de cada súbdito hacer lo mismo. Entonces, supongan a un individuo poner su propio interés en oposición al interés general. Es un rebelde contra el gobierno y contra todo interés que el gobierno promueva. Entonces, la primera idea de sumisión, de parte del rebelde, es ceder ese punto y aliarse con el gobernante y los súbditos obedientes en promover el bien público.

La ley de Dios absolutamente requiere que ustedes subordinen su propia felicidad para la gloria de Dios y el bien del universo. Hasta que hagan eso, son enemigos de Dios y del universo.

El evangelio requiere lo mismo como la ley. Muchos mantienen que está bien que un hombre apunte directamente a su propia salvación y que haga de su meta su propia felicidad, pero la ley de Dios requiere a todos apreciar supremamente los intereses de Dios. De otro modo, Jesucristo es el ministro del pecado y vino al mundo a levantarse en armas con el gobierno de Dios.

Por la Biblia, vemos que el evangelio requiere amar a Dios y al hombre, lo mismo que la ley. "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:33). ¿Qué significa? Lo hombres han citado este texto para probar que está ien buscar nuestra propia salvación y hacer eso el objeto guiador de búsqueda, pero eso no es el significado. Requiere a todos hacer la promoción del Reino de Dios su principal objeto. Significa apuntar a ser santo.

La felicidad está conectada con la santidad, pero no es lo mismo, y para honrar y glorificar al Señor es una cosa muy diferente de buscar primero nuestro propio interés.

"Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Corintios 10:31). ¡Ciertamente! ¿Podemos Comer y beber para complacernos? ¡No! Ni siquiera podemos gratificar nuestro apetito natural por la comida excepto en sometimiento a la gloria de Dios. Esto es lo que el evangelio requiere porque el apóstol escribió eso a la Iglesia.

Nuestro Salvador dice: "Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará" (Mateo 16.25). Si un hombre apunta a su propio interés, perderá su propio interés. Si salvar su propia alma es su objeto supremo, la perderá. Tiene que hacer el bien su objeto supremo, o se perderá.

"No hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna" (Marcos 10:29-30).

Aquí algunas personas pueden tropezar y decir: "Hay una recompensa ofrecida como un motivo". Pero ¿qué vamos a hacer? ¿Dejar al yo por causa de una recompensa al yo? No, debemos dejar al yo por causa de Cristo y su evangelio y las consecuencias serán declaradas. Esto es una distinción importante.

EL SOMETIMIENTO VERDADERO ES AMOR

En 1 Corintios 13, Pablo da una descripción completa del amor desinteresado, o caridad, sin el cual una persona es nada. Observen cuánto una persona puede hacer y aún no ser nada: "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve" (1 Corintios 13:1-3).

La benevolencia del verdadero evangelio es de este carácter: "El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Corintios 13: 4-7).

El amor no tiene ningún fin egoísta sino que busca la felicidad de otros como un gran fin. Sin este tipo de benevolencia, sabemos que no hay ni una pizca de cristianismo verdadero.

Mucha gente se pregunta por qué son dadas las amenazas de la Palabra de Dios, si es egoísmo ser influidos por temor. El hombre teme el dolor. Las amenazas de la escritura reponden a muchos propósitos. Uno es frenar la mente egoísta y llevarla a examinar las razones para amar y obedecer a Dios. Cuando el Espíritu Santo obtiene la atención, entonces induce a la conciencia del pecador y lo reta a considerar y decidir en la razonabilidad y deber de someterse a Dios.

¿Está mal ser influido por placer y dolor? No, ni está bien ni mal. Estas susceptibilidades no tienen carácter moral. Supongan que están sobre un risco: si se avientan, se romperán el cuello. Se les advierte de eso. Ahora, si no toman en cuenta la advertencia sino que se avientan y destruyen su vida, eso será pecado, pero escuchar la advertencia no es virtud. Es simplemente un acto prudente. No hay virtud en evitar el peligro, aunque pueda a menudo ser pecaminoso no evitarlo. Resistir la ira de Dios es pecaminoso, pero tener miedo del infierno no es santo, ni más que temer romperse el cuello sea santo.

Podemos buscar nuestra propia felicidad con respecto a su valor real y debemos hacerlo. El que no lo hace comete pecado.

Pero ninguno puede ser feliz mientras hace de su propia felicidad su objeto supremo. La felicidad consiste en la gratificación de deseos virtuosos, pero ser gratificado, el objeto tiene que obtenerse que se desea.

Ser feliz, por tanto, los deseos que son gratificados tienen que ser correctos y tienen que ser deseos desinteresados.

Dos cosas son indispensables para la felicidad verdadera. Primero, tienen que ser deseos virtuosos o rectos. Si el deseo no es virtuoso, la conciencia se opondrá, la gratificación será acompañada de dolor. Segundo, el objeto tiene que ser deseado por su propia causa, o la gratificación no será completa, incluso si se obtiene.

Si el objeto es deseado como un medio para un fin, la gratificación dependerá en obtener el fin por ese medio, pero si aquello fue deseado como un fin, obtenerlo producirá verdadera gratificación. La mente no debe desear su propia gratificación, porque esa manera nunca puede obtenerse. Los deseos deben esforzarse por algún otro objeto que se desea por su propia causa y su obtención resultará en felicidad.

Si todos buscan su propia felicidad como la meta máxima, el interés de individuos diferentes chocará y destruirá la felicidad de todos. Esto es lo que vemos en el mundo. Es la razón por todo el fraude, violencia, opresión, maldad en la tierra y el infierno. Como cada uno busca sus propias metas, los intereses chocan. La única manera de asegurar nuestra propia felicidad es buscar la gloria de Dios y el bien del universo. La pregunta no es si debemos desear y buscar nuestra felicidad, sino si debemos hacer de nuestra propia felicidad nuestro fin supremo.

LOS REBELDES EN UN IMPERIO SANTO

No estamos simplemente bajo un gobierno de ley desnuda. Este mundo es una provincia del imperio de Dios. Nos hemos rebelado, y por una provisión nueva y especial Dios nos ofrece misericordia. Las condiciones son que obedezcamos los preceptos de la ley y someternos a la justicia de la pena. El evangelio de Dios suplementa su gobierno de ley.

El evangelio requiere la misma obediencia como la ley. Requiere a pecadores rendirse a la justicia de la pena. Si el pecador estuviese bajo mera ley, requeriría que se sometiera a la imposición de la pena, pero el hombre no está y nunca ha estado, desde la caída, bajo el gobierno de mera ley. Siempre ha sabido, más o menos claramente, que se ofrece misericordia.

Por tanto, nunca ha sido requerido que los hombres estén dispuestos a ser castigados. En este respecto, la sumisión del evangelio difiere de la sumisión legal. Bajo la ley desnuda, el sometimiento consistiría en la disposición a ser castigado. El sometimiento consiste en rendirse a la justicia del castigo y considerarse él mismo como merecedor de la ira eterna de Dios.

El deber de cada soberano es ver que todos los sujetos se sometan a su gobierno. Si cada individuo obedece perfectamente, sus leyes promoverán el bien público al grado más elevado posible. Entonces, si cualquiera rehúsa obedecer, el gobernante tiene que forzar al rebelde a servir el interés público en la mejor manera. Si no sirve voluntariamente, debe ser obligado a hacerlo involuntariamente.

Dios es un gobernante soberano y el sometimiento que requiere es exactamente lo que tiene que requerir. Estaría descuidando su deber como gobernante si no lo requiriera. Si han rehusado ustedes obedecer este requerimiento, están destinados a arrojarse a las manos de él para castigarlos en la manera que mejor promoverá los intereses del universo. Han abandonado toda demanda a la felicidad del universo o el favor de Dios. Dios requiere que reconozcan la justicia de su ley y poner su futuro entera e incondicionalmente a la disposición de él. Tienen que someter todo lo que tienen y todo lo que son a él.

El verdadero sometimiento requiere aceptación completa de los términos del evangelio. Son arrepentimiento, santidad, fe, confianza perfecta, y confidencia a Dios. Esto los lleva, sin titubeos, a arrojar cuerpo y alma a su mano para hacer con ustedes como él cree que está bien.

Recibir a Cristo como mediador, abogado, sacrificio expiatorio, gobernante, maestro--y todos los oficios en los que es presentado en la palabra de Dios--es sometimiento verdadero. Esto es asentimiento verdadero de la manera designada de la salvación de Dios.

La Iglesia está llena de falsas esperanzas. Mucha gente abraza lo que considera el evangelio sin rendirse a la ley. Ven la ley con miedo y consideran el evangelio como una conspiración para escaparse de la ley. Estas tendencias siempre se han visto en los hombres. Muchos se agarran del evangelio y rechazan la ley, mientras que otros aceptan la ley y descuidan el evangelio. La verdad es que la regla de vida es la misma en ambos y ambos requieren benevolencia desinteresada.

Si una persona cree que bajo el evangelio puede dejar la gloria de Dios como su objeto supremo y, en vez de amar a Dios con todo su corazón, alma y fuerza, puede hacer de su propia salvación su objeto supremo, sus esperanzas son falsas. Ha abrazo otro evangelio--que no es evangelio para nada.

SOMETIMIENTO PARA SALVACIÓN

La fe no es creer que ustedes serán salvos, sino creer la Palabra de Dios referente a su hijo. Él ha revelado el hecho que Jesucristo vino al mundo a salvar a pecadores. Lo que llaman fe es más propiamente esperanza. La expectativa segura que ustedes serán salvos es una inferencia de un acto de fe y una inferencia que tienen ustedes un derecho a tomar cuando están conscientes de obedecer la ley y creer el evangelio. Cuando ejercen sus sentimientos requeridos en la ley y el evangelio, tienen derecho a confiar en Cristo para su propia salvación.

Dios quiere que cada alma sea salvada. Ese hecho ejerce benevolencia desinteresada. Supongan un hombre que viniera a mí y preguntara: "¿Qué debo hacer para ser salvo?", y le dijera: "si esperas ser salvo, tienes que desesperar por ser salvo"--¿qué pensaría? ¿Qué escritor inspirado daría una dirección así? La respuesta es "ama al señor tu Dios con todo tu corazón", arrepiéntete", "cree el evangelio", y demás. ¿Hay algo aquí que implique desesperación?

Los pecadores desesperan antes que obtengan paz verdadera, pero ¿cuál es la razón? La desesperación no es esencial para la paz verdadera. Muchos pecadores ansiosos desesperan porque obtienen una impresión falsa que han perdido su día de gracia o que han cometido un pecado imperdonable. A veces desesperan porque saben que la misericordia será dada tan pronto como acepten los términos, pero encuentran que todos sus esfuerzos vanos ante el verdadero sometimiento. Encuentran que son orgullosos y obstinados y no pueden aceptar los términos de la salvación. Quizá la mayoría de individuos que se someten llegan a un punto donde dan todo como perdido, pero ¿es necesario?

Nada más que su propia maldad los lleva a desesperar. No están dispuestos a aceptar la misericordia de Dios. Su desesperación, entonces, en vez de ser esencial al sometimiento verdadero es inconsistente. Ningún hombre abrazó el evangelio mientras estaba en ese estado. ¡Decir que la desesperación es esencial para el sometimiento verdadero es decir que el pecado es esencial para el sometimiento verdadero!

Cada cristiano sabe que Dios desea que los pecadores sean salvos. La base verdadera para la salvación es que un hombre no tiene que buscar su propia salvación, sino buscar la gloria de Dios.

¿Qué le dijeron los apóstoles a los pecadores cuando preguntaron lo que tienen que hacer para ser salvos? ¿Qué les dijo Pedro en Pentecostés? Lo que le dijo Pablo al carcelero--arrepentirse, dejar el egoísmo, y creer el evangelio. Esto es lo que los hombres tienen que hacer para ser salvos.

Otra dificultad existe en intentar convertir a los hombres en esta manera. Trata de convertirlos por la ley y hace a un lado el evangelio, tratando de hacerlos santos sin las influencias apropiadas. Pablo trató esta manera y encontró que no funcionaba. En Romanos 7, da el resultado. Lo llevó a confesar que la ley era santa y buena, y que debe obedecerla. Lo dejó llorando: "Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago" (Romanos 7:19). La ley no podía convertirlo, y gimió: "¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7:24).

Aquí el amor de Dios en enviar a su hijo Jesucristo es presentado a su mente, y eso hizo la obra. En el siguiente capítulo, Pablo lo explica: "Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Romanos 8:3-4). Toda la Biblia testifica que la única influencia del evangelio puede llevar a los pecadores a obedecer la ley. La ley nunca lo hará.

EL CORAZÓN ROTO DE UN PADRE

El ofrecimiento de misericordia puede ser pervertido, como puede ser con toda cosa buena, y entonces puede surgir religión egoísta. Y Dios lo sabía cuando reveló el evangelio, pero nada es calculado para someter el corazón rebelde más que la misericordia de Dios.

Había un padre que tenía un hijo necio y rebelde, y trató de someterlo por castigo. Amaba a su hijo y añoraba que se hiciera virtuoso y obediente, pero el hijo parecía endurecer su corazón contra sus esfuerzos repetidos. Finalmente, el pobre padre estaba desanimado e irrumpió en mar de lágrimas. "Mi hijo, ¿qué hago? ¿Te puedo salvar? ¡He hecho todo lo que puedo para poder salvarte! ¿Qué más puedo hacer?"

El hijo nunca se había rendido a la vara, pero cuando vio correr las lágrimas de las mejillas de su padre y oyó sus sollozos, él también irrumpió en lágrimas. Gimió, "¡azótame, padre! Pero ¡no llores! El padre había encontrado la manera de someter ese corazón testarudo. En vez de sostener la mano de hierro de ley sobre él, derramó su alma ante él. ¿Y cuál fue el efecto? ¿Aplastarlo en sometimiento hipócrita? No, la vara haría eso. El torrente de lágrimas del amor de su padre lo quebrantó de inmediato para el sometimiento verdadero a la voluntad de su padre.

El pecador se enfrenta a la ira del Dios Todopoderoso y endurece su corazón para recibir la descarga más pesada del rayo. Entonces ve el amor del corazón de su Padre Celestial. Cuando ve a Dios manifestado en la carne, inclinándose para tomar la naturaleza humana, colgándose en la cruz, derramando su alma en lágrimas, sudor sangriento, y muerte, su corazón se deshace. Gime: "haz cualquier cosa, y puedo soportarlo, pero el amor de Jesús bendito me sobrepasa".

Para ser influido así es la naturaleza de la mente. En vez de tener miedo a exhibir el amor de Dios para los pecadores, ésta es la única forma de hacerlos verdaderamente sumisos. La ley hace hipócritas, pero sólo el evangelio lleva las almas a amar a Dios de verdad.

 

 

 

 Retorno a Indice