LA VERDAD DEL EVANGELIO

EL PAN DEL CIELO

Por Charles G. Finney

 

"¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley". --Romanos 3:31.

 

Pablo probó que todos los hombres estaban en pecado, refutando la doctrina generalmente sostenida por los judíos que eran santos salvados por sus obras. Mostró que la justificación nunca puede ser por obras sino por la fe.

La objeción más grande a la doctrina de la justificación por la fe siempre ha sido que es inconsistente con la buena moral y abre las compuertas de la iniquidad. Se ha argumentado que mantener a los hombres salvos por la fe los hará que no consideren la buena moral y los anime a vivir en pecado, dependiendo de Cristo para justificarlos. Otros sostienen que el evangelio libera a los hombres de la obligación de obedecer la ley moral para que una moralidad más laxa se permita bajo el evangelio de lo que se permitía bajo la ley.

La justificación por la fe no pone a un lado la ley moral porque el evangelio refuerza la obediencia a la ley y pone un patrón de santidad. Jesucristo adoptó las palabras de la ley moral, "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (Lucas 10.27).

ROMPIENDO HÁBITOS PECAMINOSOS

El evangelio requiere arrepentimiento como la condición de salvación. ¿Qué es arrepentimiento? La renuncia al pecado. El hombre tiene que arrepentirse de su desobediencia a la ley de Dios y volver a obedecerla. Si no mantuvo la ley en toda su extensión, se podría decir que ¡Cristo es el ministro del pecado!

Por el plan del evangelio, las sanciones del evangelio son añadidas a las sanciones de la ley para sostener la obediencia a la ley. El apóstol dice: "El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?" (Hebreos 10:28-29). Añadir las sanciones horribles del evangelio a las de la ley hace valer la obediencia a los preceptos de la ley.

La justificación por la fe produce santificación, al producir la única obediencia verdadera a la ley. Cuando la mente entiende este plan y ejerce la fe en ella, naturalmente produce santidad. La consagración es santidad, y ésta no es nada más que obediencia a la ley, que consiste en amar a Dios y al prójimo.

La verdadera santidad nunca puede ser producida entre seres egoístas o inicuos por la ley en sí, separada de la consideración del evangelio o los motivos conectados con la justificación por fe.

Si los motivos de la ley no restringieron a los hombres de cometer pecado, es absurdo suponer que los mismos motivos pueden recuperarlos del pecado de una vez cuando han caído bajo el poder del egoísmo. El pecado se confirma por el hábito. Los motivos de la ley soltaron una gran parte de su influencia una vez que un ser hubo caído.

Incluso ejercen una influencia opuesta. Los motivos de la ley, vistos por una mente egoísta, tienen una tendencia para causar que el pecado abunde. Ésta es la experiencia de cada pecador. Cuando ve la espiritualidad y no ve los motivos del evangelio, eleva el orgullo de su corazón y los confirma en su rebelión.

El caso del diablo es una exhibición de lo que la ley puede hacer al perverso de corazón. Entiende la ley, ve su razonabilidad, ha experimentado la bendición de la obediencia, y sabe que regresar a la obediencia restaurará su paz mental. Esto sabe más que cualquier pecador de nuestra raza, que nunca fue santo. Y sin embargo no presenta a su mente ningún motivo que lo recupere. Al contrario, lo aleja más de la obediencia

EL TERROR DEL SINAÍ

Cuando la ley es puesta al pecador como la condición de vida, inmediatamente lo pone en marcha para hacer esfuerzos santurrones. En casi cada instancia, el primer esfuerzo del pecador despertado es obedecer la ley. Cree que tiene que hacerse mejor antes que abrace el evangelio. No tiene idea de la simplicidad del plan del evangelio de salvación por la fe, que ofrece vida eterna como un don.

Alarmen al pecador con la pena de la ley, y por las mismas leyes de su mente tratará de enmendar su vida y santurronamente obtener vida eterna, bajo la influencia del temor servil. Mientras más le presione la ley, mayores son los esfuerzos físicos farisaicos. Espera que si obedece, será aceptado.

¿Qué más podrían esperar que él hiciera? Es puramente egoísta, y aunque debe rendirse inmediatamente a Dios, no entiende los términos del evangelio de la salvación. Su mente primero se vuelve al objetivo de salir del peligro de la pena, y trata de ir al cielo de alguna otra forma. No creo que haya una instancia en la historia de un hombre que se haya rendido a Dios hasta que haya visto que la salvación tiene que ser por la fe y que su propia santurronería no puede salvarlo.

Si tratan de producir la santidad por motivos legales, el mismo temor al fracaso tiene el efecto de desviar la atención de estos objetos de amor--Dios y Cristo. El pecador está todo ese tiempo temiendo el Monte Sinaí, mirando todos sus pasos para ver qué tan cerca va a la obediencia; ¿cómo puede lograr entrar en el espíritu del cielo?

La pena de la ley no tiene la inclinación para producir amor en un inicio. Puede aumentar el amor en aquellos que ya lo tienen cuando lo contemplan como una exhibición de la infinita santidad de Dios. Los ángeles en el cielo y los hombres buenos en la tierra contemplan su excelencia y lo ven como una expresión de la buena voluntad de Dios para sus criaturas. Entonces, aparece amigable y encantador y aumenta su deleite y confianza en Dios.

Es lo opuesto para el hombre egoísta. Ve la pena colgando sobre su cabeza sin manera de escapar. No considera enamorarse del Ser que sostiene el rayo sobre su cabeza devota. La naturaleza de su mente le causa huir de él, y no hacia él. Los escritores inspirados nunca soñaron que la ley podía santificarlos. La ley está más inclinada a matar que dar vida, para cortar las esperanzas santurronas por siempre y compelerlos de huir hacia Cristo.

Los pecadores natural y necesariamente ven a Dios como un enemigo irreconciliable. Son totalmente egoístas, aparte de la consideración del evangelio, ven a Dios como el diablo lo ve a él. Ningún motivo en la ley puede ser mostrado a una mente egoísta que inspire amor. ¿Puede la influencia de la pena hacerlo?

Esto sería un plan extraño de reforma, ¡mandar a hombres al infierno para reformarlos! Déjenlos que sigan en pecado y rebelión para terminar sus vidas y entonces serán castigados hasta que se vuelvan santos. ¡Me pregunto por qué el diablo no se ha vuelto santo! Ha sufrido bastante. Haber estado en el infierno todos estos miles de años, no está mejor que antes. La razón es que ningún evangelio y ningún Espíritu Santo existen ahí para aplicar la verdad--la pena sólo confirma su rebelión.

LA LIBERTAD A TRAVÉS DE LA FE

La justificación por la fe puede producir obediencia real a la ley. No pone a un lado la ley como patrón sino pone a un lado la pena de la ley. La predicación de la justificación como un don otorgado a través del simple acto de la fe es la única manera que la obediencia a la ley acontezca.

Libera a la mente de las presiones que naturalmente tienden a confirmar el egoísmo. Mientras la mente está sólo viendo la ley, siente la influencia de la esperanza y temor, que promueve esfuerzos egoístas, pero la justificación por la fe aniquila el espíritu de esclavitud. El apóstol dice: "Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor" (Romanos 8:15). Este plan de salvación produce amor y gratitud a Dios y lleva al alma a probar las dulzuras de la santidad.

El creyente en el plan del evangelio encuentra la salvación plena y completa, con santificación y vida eterna ya preparadas. En vez de ser llevado a la vida de un fariseo en religión laboriosa y fatigosa, lo recibe como un don gratuito y es dejado libre para ejercer amor verdadero. Ahora puede vivir y trabajar para la salvación de otros, dejando su propia alma sin reservas a Jesús.

El hecho que Dios haya provisto y dado a él la salvación está calculado para despertar en el creyente una preocupación por otros cuando los ve morir. Cuán lejos de estos motivos están esas influencias. Retrata a Dios no como un enemigo irreconciliable, sino como un padre dolido y ofendido, deseoso de que sus sujetos sean reconciliados a él y que vivan. Esto está calculado para producir amor. Exhibe a Dios como haciendo gran sacrificio para reconciliar a los pecadores a él mismo por ningún otro motivo más que una consideración desinteresada y pura para la felicidad de ellos.

La ley representa a Dios como armado con ira, determinado a castigar al pecador sin esperanza o ayuda. El evangelio lo representa como ofendido pero ansioso de que ellos vuelvan a él. Y ha hecho los sacrificios más grandes y concebibles de un amor puro y desinteresado para sus hijos descarriados.

Hubo una vez que oí a un padre decir que había tratado en su familia de imitar el gobierno de Dios. Cuando su hijo portaba mal, razonaba con él y le mostraba sus faltas. Cuando estaba plenamente convencido, confundido y condenado, el padre le preguntaba:

"¿Mereces ser castigado?"

"Sí, señor", contestaba el hijo,

"Lo sé, decía el padre, "y ahora si fuera a dejarte ir, ¿qué influencia tendría sobre los otros hijos? En vez de hacer eso, tomaré el castigo yo". Así que se pegó él mismo, y tuvo el efecto extraordinario en la mente del hijo. Nunca había tratado algo tan perfectamente dominante a la mente como eso. Y por las leyes de la mente, tiene que ser así. Afecta la mente en una manera enteramente diferente de la ley misma.

Bajo la ley, nada más que la esperanza y el temor pueden operar en la mente del pecador, pero bajo el evangelio, la influencia de la esperanza y el temor es puesta a un lado, y un nuevo juego de consideraciones es presentado--el todo carácter de Dios, en todas las atracciones que él puede ordenar. Da las consideraciones sometedoras de pecado más estremecedoras de Dios y lo presenta a él a los sentidos en la naturaleza humana. Exhibe desinterés y amor.

MUERTE AL EGOÍSMO

Satanás prevaleció contra nuestros primeros padres al llevarlos a dudar del amor desinteresado de Dios. El evangelio demuestra la verdad y corrige esa mentira.

La ley representa a Dios como el enemigo inexorable del pecador, asegurando la felicidad de todos quienes perfectamente obedecen, pero fulminando con ira a todos quienes desobedecen. El evangelio revela nuevos rasgos en el carácter de Dios no conocidos antes. Sin duda el evangelio aumenta el amor de todos los seres santos y da mayor gozo a los ángeles en el cielo, aumentando grandemente su amor, confianza y admiración cuando ven la compasión y paciencia sorprendentes de Dios hacia los culpables.

La ley llevó a los demonios al infierno y sacó a Adán y Eva del paraíso, pero cuando el creyente ve al mismo Dios santo dando su Hijo amado para los rebeldes y tomando las molestias infatigables para salvar a los pecadores, fortalece los motivos en sus mentes para obediencia y amor.

El diablo, que es puramente un ser egoísta, siempre acusa a otros de ser egoístas. Acusó a Job de eso: "¿Acaso teme Job a Dios de balde?" (Job 1:9). Satanás vino a nuestros primeros padres y acusó a Dios de ser egoísta. Les dijo que la única razón de que Dios les prohibía comer del árbol del conocimiento era por el temor de que ellos pudieran saber tanto como él mismo. El evangelio muestra lo que Dios es. Si fuera egoísta, no se tomaría tales molestias para salvar a aquellos quienes pudiera con facilidad aplastar en el infierno.

Nada hará a la gente egoísta más avergonzada de su egoísmo que ver la benevolencia desinteresada en otros. Por tanto, la gente perversa siempre está tratando de parecer no egoísta. Que un egoísta que tenga cualquier corazón vea la verdadera benevolencia en otros, y será como ascuas de fuego sobre su cabeza. El apóstol entendió eso cuando dijo: "Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza" (Romanos 12:20).

Esto es lo que el evangelio hace a los pecadores. Les muestra que sin importar lo que le han hecho a Dios, él aún los ama con amor desinteresado. Cuando ven a Dios inclinándose desde el cielo para salvarlos, y entienden que es cierto, su corazón se derrite y se quebranta, asesta un golpe mortal al egoísmo, y lo gana hacia la confianza ilimitada y amor santo.

Dios ha constituido la mente para que deba reconocer virtud. Tiene que hacer eso siempre y cuando retenga el poder de la agencia moral. Esto es tan cierto en el infierno como en el cielo. El diablo siente eso. Cuando una persona ve que Dios no quiere condenarlo y le ofrece la salvación como un don a través de la fe, tiene que sentir admiración por la benevolencia de Dios. Su egoísmo es aplastado--la ley ha hecho su obra, y él ve que todo su egoísmo no ha hecho ningún bien. El próximo paso es que su corazón se rinda al amor de Dios.

Supongan que un hombre fue sentenciado a muerte por rebelión y había intentado conseguir indulto pero falló porque sus razones eran egoístas y falsas. Ve que el gobierno entiende sus motivos y que no está realmente reconciliado. Sabe él mismo que fueron hipócritas y egoístas, movidos por la esperanza de un favor o el temor a la ira.

Pero ahora, el gobierno le ofrece un indulto gratuito con la simple condición de que lo reciba como un don, sin tomar en cuenta sus propias obras--¿qué influencia tendrá en su mente? Al momento que ve que la pena fue puesta a un lado, y que no tiene necesidad de ir a trabajar por cualquier esfuerzo santurrón, su mente se llena de admiración. El gobierno ha hecho grandes sacrificios para conceder eso. Cuando su egoísmo es sacrificado, se deshace él como un niño a los pies del soberano, listo para obedecer por amor.

LOS MOTIVOS DEL EVANGELIO

Toda obediencia verdadera prende la fe, la cual asegura todas las influencias necesarias para producir santidad. Da a las doctrinas de la eternidad acceso a la mente y un baluarte en el corazón. En este mundo, los límites del tiempo son dirigidos a los sentidos. Los motivos que influyen a los espíritus de los justos en el cielo no nos llegan a alcanzar a través de los sentidos, pero cuando la fe se ejerce, la pared se derrumba, y las realidades vastas de la eternidad actúan en la mente aquí con el mismo tipo de influencia que tienen en la eternidad.

La mente es la mente en todos lados. Si no fuera por la oscuridad de la incredulidad, los hombres vivirían aquí así como lo hacen en el mundo eternal. Los pecadores aquí se encolerizarían y blasfemarían, así como lo hacen en el infierno; y los santos amarían, obedecerían y alabarían, así como lo hacen en el cielo. La fe hace realidad todas estas cosas. Libera a la mente del peso del mundo. Un hombre fiel observa a Dios y aprehende su ley y amor.

De ninguna otra manera estos motivos pueden afianzarse en la mente. ¡Qué acción poderosa puede tener en la mente cuando se afianza del amor de Cristo! ¡Qué poder dador de vida, cuando entran los motivos puros del evangelio a la mente y fomentan la energía divina!

Todo cristiano sabe que su mente es activa y boyante en proporción a la fuerza de su fe. Cuando su fe falla, su alma está oscura y apática. La fe sola coloca las cosas del tiempo y eternidad en su perspectiva verdadera y establece las cosas del tiempo y sentido en su valor real. Deshace los engaños de la mente, y el alma se agita de sus errores y pone peso y se levanta en comunión con Dios.

Intentar convertir y santificar las mentes de los pecadores sin los motivos del evangelio no es filosófico y escritural. Puede presionar al pecador con la ley y hacerle ver su propio carácter, la grandeza y justicia de Dios, y su condición arruinada, pero escondan los motivos del evangelio de su mente, y todo es en vano.

Algunas personas tienen miedo de exponer a la mente del pecador el carácter de Dios. Tratan de hacer que se rindan a Dios al arrojarlo a la desesperación. Esto no sólo es contrario al evangelio, sino que es absurdo en sí mismo. Es absurdo pensar que, a fin de destruir el egoísmo del pecador, se tiene que esconder el conocimiento de cuánto Dios lo ama y los grandes sacrificios que ha hecho para salvarlo.

Los pecadores no están en ningún peligro de tener falsas esperanzas si les permite saber la compasión real de Dios. Mientras esconden eso, es imposible darle cualquier cosa más que una esperanza falsa. Retener el hecho de que Dios ha provisto la salvación como un don a un pecador acusado es la mejor manera de confirmar su egoísmo. Si obtiene cualquier esperanza, será una falsa. Presionarlo con la ley sola es construir un fundamento santurrón.

LA IMPORTANCIA DE ENTENDER

La única forma posible de recuperar seres egoístas es por la gracia. Supongan que la salvación no fuera totalmente un don, sino que cierto grado de buenas obras fuese tomado en cuenta en la justificación. Dentro de esta consideración, es un estímulo al egoísmo. Tienen que llevar al pecador a ver que está enteramente dependiente de la gracia gratuita. Una justificación completa y plena es dotada en el primer acto de la fe como un don. Ninguna parte de ella es una recompensa por algo que pueda hacer. Esto solo disuelve la influencia del egoísmo y asegura la acción santa.

Si todo esto es verdad, a los pecadores se les debe dar la explicación más completa, tan pronto como sea posible, de todo el plan de salvación. Se les debe hacer ver la ley, su propia culpa, y su inutilidad de salvarse ellos mismos. Entonces, la profundidad del amor de Dios debe abrirse. Eficazmente aplastarán su egoísmo y someterán su alma al amor de Dios. No teman mostrar todo el plan de salvación y dar el testimonio más pleno de la compasión infinita de Dios. Muéstrenle eso, pese a su culpa, el Hijo de Dios está tocando a la puerta y suplicándole que se reconcilie con Dios.

Muchos pecadores acusados siguen abrazando el Monte Sinaí con esfuerzos santurrones para salvarse ellos mismos por sus propias obras. Muchos pecadores tratan de tener más sentimiento por esperar hasta que ellos hayan orado más y hecho grandes esfuerzos. Esperan reconciliarse ellos mismos con Dios de esa manera.

El pecador necesita ver que está buscando la salvación bajo la ley. Tiene que ver que todo ese es sobrepasado por el evangelio, que le ofrece todo lo que quiere como un don. Tiene que oír a Jesus decir: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí". En vez de tratar sus oraciones y esfuerzos santurrones, he ahí lo que están buscando. Crean y serán salvos (véase Juan 14:6).

La ley es útil para acusar a los hombres, pero nunca quebranta el corazón. El evangelio solo hace eso. El grado en el que un convertido es abatido es en proporción al grado de claridad con la cual entiende el evangelio.

Los convertidos, si se les puede llamar así, que guardan una esperanza bajo predicación legal pueden intelectualmente aprobar la ley y tener algún tipo de celo seco, pero nunca son cristianos quebrantados. Si no han visto a Dios en el evangelio, no son cristianos con lágrimas estremeciendo en sus ojos, agitándose de emoción al nombre de Jesús.

Los pecadores tienen que ser llevados a Cristo y que se afirmen del plan de salvación por la fe. Esperar que ellos hagan bien de otra manera es en vano.

 

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