LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

 Capítulo 11

Atributos del amor (cont.)

 

15. Paciencia es otro atributo de la benevolencia.

Este término se usa con frecuencia para expresar una característica de la sensibilidad. Cuando lo usamos de esa manera, designa un estado de calma y serenidad de la sensibilidad, o de los sentimientos bajo circunstancias que tienden a provocar un sentimiento de enojo o de impaciencia. La calma de la sensibilidad, o la paciencia como un fenómeno de la sensibilidad, es puramente un estado de involuntario de la mente y, aunque es una manifestación grata y afable, no obstante no es propiamente una virtud. Puede ser, y a menudo es, un efecto de la paciencia como un fenómeno de la voluntad y, por lo tanto, un efecto de la virtud, pero no es en sí misma virtud. Este temperamento afable puede, y con frecuencia lo es, el proceder del temperamento constitucional y de las circunstancias y los hábitos.

La paciencia como virtud debe ser un estado voluntario de la mente. Debe ser un atributo del amor o de la benevolencia, puesto que toda virtud, como hemos visto, y como lo enseña la Biblia, se convierte en amor o benevolencia. El término griego, uponome, muy frecuentemente se emplea como paciencia en el Nuevo Testamento y significa perseverancia en pruebas, continuidad, soportar bajo aflicción o privaciones, firmeza en propósito a pesar de los obstáculos. La palabra puede emplearse en un sentido bueno o malo. Entonces, una persona egoísta puede paciente o perverantemente ir en pos de su fin, y podrá soportar en la oposición en su trayecto. Esto es paciencia como un atributo del egoísmo, y de la paciencia en un sentido malo del término. La paciencia en el sentido bueno, o en el sentido en el cual la estoy considerando, es un atributo de la benevolencia. Es la cualidad de la constancia, es algo fijo, el soportar bajo pruebas, aflicciones, cruces, persecuciones, y desánimos. Ésta debe ser un atributo de la paciencia. Cuando cesa la paciencia, cuando ya no más resiste, cuando prevalece el desánimo, y la voluntad renuncia a su fin, la benevolencia cesa, como algo rutinario.

La paciencia como fenómeno de la voluntad tiende a paciencia como fenómeno de la sensibilidad. Es decir, la cualidad de lo fijo y de la firmeza en la intención, tiende naturalmente a detener y a disipar la impaciencia de temperamento. Sin embargo, como los estados de la voluntad no están directamente bajo el control de ésta, puede haber sentimientos de irritación o de impaciencia cuando el corazón permanece firme. Los hechos y las falsedades se le pueden sugerir a la mente que, a pesar de la voluntad, pueden producir una alteración de la sensibilidad incluso cuando el corazón permanece paciente. La única forma en que una tentación, puesto que sólo es una tentación mientras la voluntad permanezca firme en su propósito, digo, la única forma en que una tentación de este tipo puede disponerse, es al desviar la atención de la vista del objeto que crea la perturbación en la sensibilidad. Hubiera dicho antes que, aunque la voluntad controla los sentimientos por la ley de la necesidad, pero no lo hace directamente sino indirectamente, puede, y a menudo sucede, que los sentimientos que corresponden al estado de la voluntad no existan en la sensibilidad. No, por un tiempo, un estado de la sensibilidad puede existir siendo lo opuesto al estado de la voluntad. Desde esta fuente de origen surgen muchas, y ciertamente la mayoría, de nuestras tentaciones. Nunca se nos podrá propiamente tratar o tentar en lo absoluto si los sentimientos deben siempre, por ley de la necesidad, corresponder al estado de la voluntad. El pecado consiste en querer gratificar nuestros sentimientos o los impulsos constitucionales en oposición a la ley de nuestra razón. Pero si estos deseos e impulsos no pudieran existir en oposición a la ley de la razón, y consecuentemente, en oposición a una elección santa presente, entonces un ser santo no podría ser tentado. No podría tener ningún motivo u ocasión para pecar. Si nuestra madre Eva no hubiera tenido sentimientos de deseo en oposición al estado de su voluntad, nunca hubiera podido desear el fruto prohibido, y por supuesto, no habría pecado. Quisiera ahora establecer claramente lo que dije anteriormente, que el estado o la elección de la voluntad no necesariamente controla los sentimientos, deseos y emociones, que estos nunca pueden ser fuertemente provocados por Satanás o las circunstancias en oposición a la voluntad, y así volverse tentaciones poderosas que buscan gratificación en lugar de buscar el bien supremo de ser. Los sentimientos, la gratificación que se opondría a cada atributo de la benevolencia, pueden a veces coexistir con la benevolencia y ser una tentación al egoísmo, pero actos opuestos de la voluntad no pueden coexistir con la benevolencia. Todo lo que puede decirse verdaderamente es que como la voluntad tiene un control indirecto de los sentimientos, deseos, apetitos, pasiones, etc., puede contener cualquier clase de sentimientos cuando surgen al desviar la atención de sus causas, o por tomar en consideración tales opiniones y hechos como calmarán o cambiarán los estados de la sensibilidad. Sentimientos irritables, o lo que normalmente llamamos impaciencia, pueden estar directamente causados por mala salud, nervios irritables, y por muchas cosas de las que la voluntad no tiene control directo. Pero esto no es impaciencia en el sentido de pecado. Si estos sentimientos no se sufren para influir a la voluntad, si la voluntad permanece en paciencia, si no se acarician esos sentimientos, y no se sufren como para sacudir la integridad de la voluntad, no son pecados. Es decir, la voluntad no los consiente, sino al contrario, son sólo tentaciones. Si se les permite controlar a la voluntad, romper en palabras y acciones, entonces hay pecado. El pecado no consiste en sentimientos, sino en el consentimiento de la voluntad para gratificarlos. Así, el apóstol dice "Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo" (Ef. 4:26). Esto es, si el enojo surge en los sentimientos y en la sensibilidad, no pecamos por sufrirlo para controlar la voluntad. No abriguemos el sentimiento y no dejemos al sol se ponga sobre él, pues abrigarlo es pecado. Cuando se acoge, la voluntad consiente y le da vueltas a la causa de este acogimiento, es pecado, pero si no se abriga, no es pecado.

Es una verdad universal el que las acciones externas corresponderán a los estados y a las acciones de la voluntad, a condición de que no haya ningún obstáculo físico opuesto a ellas. Pero no es cierto que sentimientos y deseos no puedan existir contrarios a los estados y a las decisiones de la voluntad. Si esto fuera una verdad universal, como he dicho, no podría existir. Las acciones externas serán como es la voluntad, siempre; los sentimientos, generalmente. Los sentimientos que corresponden a la elección de la voluntad, serán la regla, y los sentimientos opuestos la excepción. Pero estas excepciones pueden existir y existen en seres perfectamente santos. Existieron en Eva antes de que consintiera el pecado, y si los hubiese resistido, no hubiera habido pecado. Sin ninguna duda existieron en Cristo, o no hubiera sido tentado en todos los aspectos como somos nosotros. Si no hubiera deseos o impulsos de la sensibilidad contarios al estado de la voluntad, no habría propiamente ninguna tentación. El deseo o el impulso deben aparecer en el campo de la conciencia, antes de que sea un motivo para la acción, y desde luego, antes de que sea una tentación a la autocomplacencia. Tan cierto entonces como un ser santo puede ser tentado, y no pecar, tan cierto es que la emociones de cualquier tipo, o de cualquier fuerza, pueden existir en la sensibilidad sin pecado. Si no se complacen, si la voluntad no las consiente, para su consentimiento o gratificación, la voluntad no es menos virtuosa por su presencia. La paciencia como fenómeno de la voluntad debe fortalecerse y ceñirse bajo tales circunstancias para que la paciencia de la voluntad pueda ser, si existiese, debe ser, en proporción a la impaciencia de la sensibilidad. A mayor existencia de impaciencia de la sensibilidad, debe haber más paciencia de la voluntad, o cesará toda junta la virtud. Así que no siempre es verdad, que la virtud es la más fuerte cuando la sensibilidad es la más calmada, plácida y paciente. Cuando Cristo pasó por sus conflictos más grandes, su virtud como un hombre, fue sin duda la más intensa. Cuando su agonía en el huerto, la angustia de su sensibilidad fue tan grande que sudó gotas de sangre. Esto, dice él, fue la hora del príncipe de las tinieblas. Ésta fue su gran prueba. Pero, ¿pecó? Ciertamente no. Pero, ¿por qué? ¿Estaba calmado y plácido como una tarde de verano? Muy lejos de eso.

La paciencia, entonces, como un atributo de la benevolencia, consiste, no en un sentimiento plácido, sino en perseverancia bajo pruebas y estados de la sensibilidad que tienden al egoísmo. Esto sólo es benevolencia vista en un cierto aspecto. Es benevolencia bajo circunstancias de desánimo, de prueba, o de tentación. "Aquí está la paciencia de los santos" (Ap. 14:12).

Antes de dejar el tema de la paciencia como una emoción, debo observar que, la firmeza de corazón tiende tan fuertemente a asegurar la paciencia que si un estado opuesto de la sensibilidad es más que una duración momentánea, hay una presuposición fuerte de que el corazón no está firme en amor. Los primeros surgimientos de ésta producirán un esfuerzo inmediato para suprimirla. Si continúa, esto es evidencia de que a la atención se le permite morar sobre la causa de ella. Esto muestra que la voluntad está en cierto sentido complaciéndola.

Si hasta ahora influyera en la voluntad como para manifestarse en palabras y acciones de impaciencia, debe haber rendimiento de la voluntad. La paciencia, como un atributo de la benevolencia, es vencida. Si la sensibilidad estuviera perfecta y directamente bajo el control de la voluntad, el menor grado de impaciencia implicaría pecado. Pero como no está tan directamente, sino indirectamente bajo el control de la voluntad, impaciencia momentánea de sentimiento, cuando no influye para nada a la voluntad, y cuando no se le gratifica en lo absoluto, no es evidencia segura de un estado pecaminoso de la voluntad. Debe tenerse presente siempre que ni la paciencia y ni la impaciencia, en forma de mero sentimiento, que existan en cualquier duración de tiempo, y en cualquier grado, es en sí misma santa por un lado, y pecaminosa por otro. Todo lo que puede decirse de estos estados de la sensibilidad es, que ellos indican, como algo general, la actitud de la voluntad. Cuando la voluntad está firme por mucho tiempo en su paciencia, el resultado es una gran ecuanimidad de carácter, y gran paciencia de sentimiento. Esto llega a ser una ley de la sensibilidad, de tal modo que los santos muy avanzados puedan experimentar, y sin duda lo hacen, la más completa paciencia de sentimiento por muchos años juntos. Esto no constituye su santidad, pero es un dulce fruto de esto. Es para considerarse más bien a la luz de una recompensa de santidad que de una santidad en sí misma.

16. Otro atributo de la benevolencia es mansedumbre.

La mansedumbre, considerada como una virtud, es un fenómeno de la voluntad. Este término también expresa un estado de la sensibilidad. Cuando se usa para designar un fenómeno de la sensibilidad, es casi sinónimo de paciencia. Designa un carácter dulce y abstinente bajo provocación. La mansedumbre, un fenómeno de la voluntad, y como un atributo de la benevolencia, es lo opuesto a la resistencia de un agravio o represalia. Es propia y estrictamente abstenerse bajo un tratamiento injurioso. Esto ciertamente es un atributo de Dios, como plenamente demuestra nuestra existencia y ser fuera del infierno. Cristo dijo de sí mismo que era "manso y humilde de corazón" (Mt. 11:29), y esto seguramente no fue una presunción vana. ¡Cuán admirable e incesantemente se manifestó este atributo de su amor! El capítulo 53 de Isaías es una profecía que exhibe este atributo en una luz muy conmovedora. Efectivamente, rara vez cualquier rasgo del carácter de Dios y de Cristo se exhibe tan sorprendentemente como éste. Debe evidentemente ser un atributo de la benevolencia. La benevolencia es buena voluntad para todos los seres. Somos naturalmente abstinentes hacia quienes cuyo bien buscamos honesta y diligentemente. Si nuestros corazones están puestos en hacerles bien, naturalmente ejercitaremos gran abstención hacia ellos. Dios nos ha expresado grandemente su abstención a nosotros en que, mientras éramos aún sus enemigos, se abstuvo de castigarnos, y dio a su Hijo para morir por nosotros. La abstención es un atributo dulce y afable. Qué conmovedor se mostró ésta en el pretorio de Pilatos y en la cruz. "Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca." (Is. 53: 7).

Este atributo tiene en este mundo mucha oportunidad para desarrollar y mostrarse en los santos. Hay ocasiones diarias para el ejercicio de esta forma de virtud. Efectivamente, todos los atributos de la benevolencia son llamados a ejercicio continuo en esta escuela de disciplina. Esto es ciertamente un mundo idóneo para entrenar a hijos de Dios para desarrollar y fortalecer cada modificación de santidad. Este atributo debe siempre aparecer donde exista la benevolencia y donde haya ocasión para su ejercicio.

Es un deleite contemplar la perfección y gloria de ese amor que constituye obediencia a la ley de Dios. Mientras surjan situaciones, la contemplamos desarrollando un atributo tras otro, y puede haber muchos de sus atributos y modificaciones de los que aún no tenemos idea. Las circunstancias la llamarán al ejercicio. Es probable, si no es que seguro, que los atributos de la benevolencia eran conocidos muy imperfectamente en el cielo previo a la existencia del pecado en el universo y, que si no fuera por el pecado, muchos de estos atributos nunca se hubieran manifestado en el ejercicio. Pero la existencia de pecado, tan grande como el mal, ha proporcionado una oportunidad para que la benevolencia manifieste sus fases hermosas y desarrolle sus dulces atributos de la manera más encantadora. Así la economía divina de la benevolencia saca a relucir bien de tan gran mal.

Un espíritu apresurado y sin abstención es siempre evidencia expresiva de una carencia de benevolencia o religión verdadera. La mansedumbre es, y debe ser, una característica peculiar de los santos en este mundo donde hay tanta provocación. Cristo frecuente y fuertemente reforzó la obligación de abstención. "Pero yo os digo: no resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Y al que quiera ponerte pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa" (Mt. 5: 39-40). ¡Qué hermoso!

17. Humildad es otra modificación o atributo del amor.

Este término parece ser usado a menudo para expresar un sentido de indignidad, de culpa, de ignorancia y de la nada. Parece ser usado en el lenguaje común para expresar a veces un estado de inteligencia cuando parece indicar una percepción clara de nuestra culpa. Cuando se usa para designar un estado de la sensibilidad, representa aquellos sentimientos de vergüenza e indignidad, de ignorancia y de la nada de los cuales aquellos más profundamente conscientes han sido iluminados por el Espíritu Santo con respecto a su verdadero carácter.

Pero como fenómeno de la voluntad, y como un atributo del amor, consiste en una disponibilidad para ser conocido y apreciado según nuestro carácter real. La humildad, como un fenómeno, ya sea de la sensibilidad o de la inteligencia, puede coexistir con gran orgullo de corazón. El orgullo es una disposición de exaltar al yo, estar por encima de otros, esconder nuestros defectos, y pasar por ser más de lo que somos. La convicción profunda de pecado, y los sentimientos profundos de vergüenza, de ignorancia, y de un abandono del infierno, pueden coexistir con una gran indisponibilidad para confesar y ser conocido tal como es uno, y ser apreciado de acuerdo con lo que es y ha sido nuestro verdadero carácter. No hay virtud en una humildad así. Pero la humildad, considerada como virtud, consiste en el consentimiento de la voluntad para ser conocido, para confesar, y para tomar nuestro lugar apropiado en la escala de ser. Es esa peculiaridad del amor que quiere el bien de ser tan desinteresadamente como para querer pasar por sólo lo que es uno. Éste es un rasgo honesto, dulce y afable del amor. Debe, quizá, ser peculiar para aquellos que han pecado. Es sólo el amor que actúa bajo o en cierta relación, o en referencia a un conjunto de circunstancias. Se desarrollaría bajo las mismas circunstancias y se manifestaría en todas las mentes verdaderamente benevolentes. Este atributo causaría confesión de pecado a Dios y al hombre natural e incluso haría de él un lujo. Pero por este atributo, es fácil ver que los santos no podrían ser felices en el cielo. Dios ha prometido juzgar cada obra y cada secreto, sea bueno, o sea malo. Ahora bien, mientras persista el orgullo, grandemente dolerá al alma tener todo el carácter conocido para que, a menos que este atributo realmente pertenezca a los santos, se avergüence en el juicio y se llene de confusión incluso en el mismo cielo. Pero este dulce atributo les asegurará contra la vergüenza y la confusión de encarar aquello que de otra manera les cause en el cielo mismo un infierno. Estarán perfectamente dispuestos y serán felices de ser conocidos y estimados según sus caracteres. Este atributo asegurará a todos los santos en la tierra esa confesión de las faltas del uno al otro que tan seguido se ordena en la Biblia. Pero esto no se intenta que los cristianos siempre lo consideren sabio y necesario hacer confesión de todos los pecados secretos al hombre. Se intenta que confiesen a aquellos quienes han injuriado y a todos quienes demandan la benevolencia que deban confesarse. Este atributo asegura a su poseedor contra orgullo espiritual, contra ambición de estar encima de otros. Es un estado mental modesto y sin supuestos.

18. Negarse a sí mismo es otro atributo del amor

Si amamos a cualquiera más que a nosotros mismos, desde luego que nos negamos a nosotros mismos cuando nuestros propios intereses vienen a competir con los suyos. El amor es buena voluntad. Si quiero el bien para otros más que a mí mismo, es absurdo decir que no me negaré a mí mismo cuando mis propias inclinaciones discrepan con su bien. Ahora el amor requerido por la ley de Dios, hemos repetidamente visto lo que es buena voluntad o querer el bien supremo de ser por su propia causa, o como un fin. En tanto los intereses del yo no sean considerados en lo absoluto porque pertenecen al yo, pero sólo de acuerdo con el valor relativo, seguramente que la negación de uno mismo por la causa de promover intereses más de elevados de Dios y del universo es y debe ser una peculiaridad o atributo del amor.

Pero de nuevo, la mera idea de benevolencia desinteresada, y no hay otra benevolencia verdadera, implica el abandono del espíritu de la búsqueda propia o del egoísmo. Es imposible ser benevolente sin dejar de ser egoísta. En otras palabras, la negación perfecta de uno mismo se implica en el comienzo de ser benevolente. La autocomplacencia cesa donde la benevolencia comienza. Esto debe ser. La benevolencia es la consagración de nuestros poderes para el bien supremo de ser en general como un fin. Esto es totalmente inconsistente con la consagración por el interés de uno mismo o la autocomplacencia. El egoísmo hace bien para el fin del yo de cada elección. La benevolencia hace bien para el fin de ser en general de cada elección. La benevolencia, entonces, implica la negación completa del yo. Es decir, implica que nada se escoge meramente porque pertenece al yo, sino sólo por su valor relativo, y en proporción a él.

Dije que no había verdadera benevolencia, sino benevolencia desinteresada; no amor verdadero, sino amor desinteresado. Hay tal cosa como amor desinteresado o benevolencia. Es decir, se quiere el bien de otros aunque no como un fin, o por su valor intrínseco a ellos, sino como un medio de nuestra propia felicidad, o por su valor relativo para nosotros. De modo que el hombre puede querer el bien de su familia, o el de su prójimo, o del país, de cualquiera o de cualquier cosa que sostenga tales relaciones del yo como para involucrar sus propios intereses. Cuando es la razón máxima de querer el bien de otros, que el suyo sea promovido, esto es egoísmo. Es hacer bien para el fin del yo. Este pecador puede hacer hacia Dios, hacia la iglesia, y hacia los intereses de la religión en general. Esto es lo que llamo benevolencia interesada. El querer el bien como un fin sólo para el yo, y para los demás como un medio de promover su propio bien.

Pero de nuevo: cuando la voluntad es gobernada por puro sentimiento de querer el bien de otros, esto sólo es el espíritu de la autocomplacencia y es sólo benevolencia interesada. Por ejemplo, el sentimiento de compasión es fuertemente incitado por la presencia de miseria. El sentimiento es intenso y constituye, como todos los sentimientos, un fuerte impulso o motivo para querer el consentimiento de su gratificación. Por el momento, este impulso es más fuerte que el sentimiento de avaricia, o que otro sentimiento. Me rindo a él, y luego doy todo el dinero que tengo para aliviar al sufrido. Incluso tomo mi ropa y se la doy. Ahora en este caso, soy tan egoísta como si hubiera vendido mi ropa para gratificar mi apetito del licor. La gratificación de mis sentimientos fue mi fin. Esto es una de las formas más engañosas y fantasiosas del egoísmo.

De nuevo: cuando uno hace de su propia salvación el fin de la oración, de dar limosnas, y de todos los deberes religiosos, esto es sólo egoísmo y no es verdadera religión, sin importar cuánto pueda abundar en ellos. Esto es sólo benevolencia interesada, o benevolencia para el yo.

De nuevo: de la misma naturaleza de la verdadera benevolencia, es imposible que cada interés no deba ser considerado según su valor relativo. Cuando otro interés es visto por mí más valioso en sí mismo, o de más valor para Dios y el universo que el propio, y cuando veo que al negarme a mí mismo, puedo promoverlo, es seguro, si soy benevolente, de que lo haré. No podré fracasar en hacerlo sin fallar en ser benevolente. La benevolencia es una consagración honesta y desinteresada de todo el ser para el bien supremo de Dios y del universo. El hombre benevolente, por tanto, pesará, y debe pesar, honestamente cada interés como se percibe en la balanza de su mejor juicio, y siempre dará la preferencia al interés más elevado a condición de que pueda asegurarlo por intento y negación de sí mismo.

El que la negación de uno mismo sea un atributo del amor divino se manifiesta más gloriosa y emotivamente en el regalo de Dios de su hijo que murió por los hombres. Este atributo también fue el más manifestado notablemente por Cristo al negarse y llevar la cruz y sufrir por sus enemigos. Obsérvese. No fue por los amigos que Cristo se dio a sí mismo. No eran los sufridores infortunados ni inocentes por quienes Dios dio a su hijo, o por quien se dio a sí mismo. Fue por los enemigos. No fue para que pudiera hacer esclavos de ellos el que diera a su Hijo, ni por ninguna consideración egoísta, sino porque previó que, al hacer él mismo este sacrificio, podría asegurar al universo un bien mayor que él debiera sacrificar. Fue este atributo de benevolencia solo que lo llevó a negarse a sí mismo, por la causa de un bien mayor para el universo. Ahora obsérvese, este sacrificio no hubiera sido hecho si no hubiera sido considerado por Dios como el menor de males naturales. Es decir, los sufrimientos de Cristo, tan grandes y abrumadores como fueron, se consideraron como un mal de menor magnitud que los sufrimientos eternos de los pecadores. Esto lo indujo a hacer el sacrificio aunque por sus enemigos. No importó si fuera para los amigos o para los enemigos, de ser así pudo, al hacer un sacrificio menor, asegurar un mayor bien para ellos.

Entiéndase que un espíritu indulgente consigo mismo nunca es, y nunca puede ser, consistente con la benevolencia. Ninguna forma de indulgencia de consigo mismo, propiamente llamada, puede existir donde exista la verdadera benevolencia. El hecho es, que el negarse a uno mismo debe ser, y universalmente está, donde la benevolencia reine. Cristo expresamente hizo de una negación sin reservas de sí mismo una condición de discipulado; que es lo mismo como afirmar que es un atributo esencial de santidad o de amor, que no puede haber el comienzo de virtud verdadera sin él.

De nuevo: mucho de lo que se hace pasar por negación de uno mismo es sólo una forma espaciosa de indulgencia para consigo mismo. Las penitencias y las mortificaciones de uno mismo, como se llaman falsamente, de los supersticiosos, ¿qué son después de todo más que espíritu indulgente consigo mismo? Un sacerdote católico se abstiene de casarse para obtener el honor y las compensaciones, y la influencia del oficio sacerdotal aquí y la gloria eternal después. Una monja toma el hábito y un monje se enclaustra en un monasterio; un ermitaño se olvida de la sociedad humana, y se encierra en una cueva, un devoto hace peregrinación a la Meca, y un mártir se va a la hoguera. Si estas cosas se hacen con una referencia máxima para su gloria y felicidad propias, aunque instancias aparentes de gran negación de uno mismo, no obstante son, de hecho, solamente un espíritu de indulgencia y búsqueda propias. Sólo están siguiendo el deseo más fuerte de bien para el yo.

Hay muchos errores sobre este tema. Por ejemplo, es común que las personas se nieguen a sí mismas en una forma, por la causa de gratificar al yo en otra forma. En un hombre la avaricia es pasión reinante. Trabajará fuertemente, se levantará temprano, descansará tarde, comerá pan de aflicción, y se negará a sí mismo incluso en las necesidades de la vida por la causa de acumular riqueza. Cada uno puede ver, que esta negación del yo en una forma meramente por el bien de gratificar al yo en otra forma. Pero este hombre se quejará amargamente del espíritu indulgente consigo mismo manifestado por otros, su extravagancia y deseo de piedad. Un hombre negará todos sus apetitos y pasiones corporales por a causa de una reputación con los hombres. Esto también es un ejemplo del mismo tipo. Otro dará el fruto de su cuerpo por el pecado de su alma&emdash;sacrificará todo lo demás para obtener la herencia eternal, y ser tan egoísta como el hombre que sacrifica las cosas del tiempo, su alma y todas las riquezas de la eternidad.

Pero debe observarse que este atributo de la benevolencia asegura, y debe asegurar, la subyugación de todos los excesos. Debe de manera gradual o repentina someterlas y acallarlas. Se les dará muerte, por así decirlo, ya sea repentina o gradualmente para que la sensibilidad muera en mayor medida a aquellos objetos que tan seguido y tan fácilmente la incitan. Es la ley de la sensibilidad--de todos los deseos y pasiones, que su indulgencia las desarrolla y fortalece, y su negación las suprime. La benevolencia consiste en un rechazo para gratificar a la sensibilidad, y en obedecer a la razón. Por tanto, debe ser verdad que esta negación a las inclinaciones las suprimirá grandemente mientras la indulgencia del intelecto y de la conciencia las desarrollará grandemente. Así el egoísmo tiende a atrofiar mientras la benevolencia tiende grandemente a fortalecer el intelecto.

19. Condescendencia es otro atributo del amor.

Este atributo consiste en una tendencia a ir al pobre, al ignorante, o al despreciable, con el propósito de asegurar su bien. Es una tendencia para buscar el bien de aquellos quienes la Providencia ha colocado abajo de nosotros al rebajarnos, descender e ir a ellos con ese propósito. Es una forma peculiar de negación de uno mismo. Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, manifestaron infinita condescendencia con esfuerzos para asegurar el bienestar de los pecadores incluso de los más viles y ruines. Este atributo es llamado por Cristo humildad de corazón. Dios dice humillarse, es decir, condescender, cuando él contempla las cosas que se hacen en el cielo. Esto es verdad para cada criatura y debe estar infinitamente abajo de él en cada aspecto. ¡Pero cuán grande debe ser la condescendencia que baja a la tierra e incluso hasta los habitantes más bajos y ruines con el propósito de la benevolencia! Ésta es una modificación amorosa de benevolencia. Parece estar enteramente por encima de las concepciones burdas de infidelidad. La condescendencia parece estar considerada por la mayoría de la gente, especialmente por los infieles, como más bien una debilidad en vez de una virtud. Los escépticos visten a su Dios imaginario con atributos de muchos aspectos opuestos a la verdadera virtud. Creen que ésta está completamente por debajo de la dignidad de Dios para bajar hasta percatarse y mucho más para interferir con los asuntos de los hombres. Pero escuchen palabra del Señor: "Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados" (Is. 57:15). Y de nuevo: "Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra" (Is. 66:1-2). De este modo la Biblia representa a Dios como vestido de condescendencia como con una capa.

Esto es manifiestamente un atributo tanto de benevolencia como de grandeza. Las perfecciones naturales de Dios parecen todas maravillosas, cuando consideramos, que él puede, sabe, contempla y controla, no sólo lo más alto sino lo más bajo de todas las criaturas; que él es tan capaz de atender cada petición y a cada criatura como si fuese el único objeto de atención con él. Así que sus atributos morales aparecen más amorosos y comprometidos cuando consideramos "sus misericordias sobre todas sus obras," ni los gorriones caen "a tierra sin vuestro Padre;" que el condesciende para numerar los cabellos de sus siervos, y que ni uno de ellos puedan caer sin él. Cuando consideramos que ninguna criatura es tan baja, tan sucia, o tan degradada para que él no condescienda --esto coloca su carácter en una luz muy extasiada. La benevolencia es buena voluntad para todos los seres. Claro, una de sus características debe ser condescendencia hacia aquellos quienes están tan abajo de nosotros. Esto en Dios es manifiestamente infinito. Él está infinitamente por encima de todas las criaturas. Para él, tener comunión con ellas es condescendencia infinita.

Éste es un atributo esencialmente perteneciente a la benevolencia o al amor en todos los seres benevolentes. Con lo más vil de los seres morales, no puede tener otro desarrollo más que en sus relaciones para existencias sensibles inferiores al rango de agentes morales, por la razón de que no hay agentes morales abajo de ellos a quienes ellos puedan rebajarse. La condescendencia de Dios se rebaja a todos los rangos de las existencias sensibles. Esto es también verdad con cada mente benevolente, como para todos los inferiores. Busca el bien de ser en general, y nunca considera a cualquier ser demasiado bajo para tener que atender sus intereses según su valor relativo. La benevolencia no puede retener su naturaleza propia esencia y aún estar por encima de cualquier grado de condescendencia que pueda afectar el bien supremo. La benevolencia no puede saber cualquier cosa de aquella arrogancia de espíritu que lo considera muy degradante para rebajarse en donde sea, o a cualquier ser cuyos intereses necesitan ser, y pueden ser, promovidos por tal condescendencia. La benevolencia tiene su fin y no puede más que buscarlo, y no piensa, y no puede pensar, cualquier cosa abajo de él que se demande para asegurar ese fin. ¡Oh la vergüenza, la locura infinita, o la del orgullo y cada forma de egoísmo! ¡Cuán poco parecido es a Dios! Cristo pudo condescender para nacer en un pesebre, ser criado en una vida humilde; ser más pobre que una zorra del desierto, que las aves del cielo; asociarse con pescadores; mezclarse y buscar el bien de todas las clases; ser despreciado en vida y morir entre dos ladrones en la cruz. Su benevolencia soportó la cruz y menospreció la vergüenza. Él era "manso y humilde de corazón" El Señor del cielo y de la tierra es mucho más humilde de corazón que cualquiera de sus criaturas y está por encima de ellos en su infinidad. Él se puede rebajar a todo menos para pecar. Él puede rebajarse infinitamente bajo.

20. Estabilidad es otro atributo de la benevolencia. Este amor no es un mero sentimiento o una emoción que hierve por un momento y luego se enfría y desparece, sino es una elección, una mera volición que logra su objetivo y luego descansa. Es la elección de un fin supremo. Es una elección inteligente --la decisión más inteligente que pueda tomarse. Es una elección considerada-- no tanto; una elección deliberada, una acción razonable, que siempre se encomienda a sí misma para las percepciones e intuiciones del intelecto más elevadas. Es inteligente e imparcial, consagración universal para un fin, por encima de todos, la más importante y cautivante en su influencia. Ahora, la estabilidad debe ser una característica de una elección como esa. Por estabilidad, no se intenta que la elección no pueda ser cambiada. Ni que nunca se cambie, sino que cuando los atributos de la elección se consideran, aparece como si la estabilidad, opuesta a inestabilidad, debiera ser un atributo de esta elección. Es un nuevo nacimiento, una nueva criatura, un corazón nuevo, una vida nueva. Estos y demás son las representaciones de la escritura. ¿Son estas representaciones de un estado evanescente? El comienzo de la benevolencia en el alma--esta elección se representa como la muerte del pecado, un entierro, un ser plantado, una crucifixión del viejo hombre, y muchas cosas parecidas. ¿Son estas representaciones de lo que tan seguido vemos entre los cristianos profesados? No, realmente. La naturaleza del cambio en sí misma parecería ser una garantía de su estabilidad. Podemos razonablemente suponer que a cualquier otra elección se renunciaría más pronto que la benevolencia. Es vano contestar esto, que hechos prueben lo contrario para ser verdad. Contesto, ¿qué hechos? ¿Acaso apelaremos a los hechos aparentes en la inestabilidad de muchos profesantes de religión? ¿O acaso apelaremos a la misma naturaleza de la elección y a las escrituras? Para estos sin duda. Hasta donde puede ir la filosofía, podemos desafiar al mundo que produzca una instancia de elección que tenga muchas posibilidades de estabilidad. ¿Qué concluiremos, pues, de estos profesantes efervescentes de religión que están tan pronto calientes y tan pronto fríos y cuya religión es un espasmo, cuya "piedad es como nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada, que se desvanece?" Por qué, debemos concluir, que nunca han tenido la raíz del asunto en ellos. El que ellos no estén muertos al pecado y al mundo, lo vemos. El que no son nuevas criaturas, que no tienen el espíritu de Cristo, que no guardan sus mandamientos, lo vemos. ¿Qué entonces concluiremos, sino esto, que son oidores de tierra pedregosa?

21. Santidad es otro atributo de la benevolencia. Este término se emplea en la Biblia como sinónimo de pureza moral. En el sentido ceremonial se aplica tanto a personas como a cosas; hacer santo y santificar es lo mismo. Santificar y consagrar, o apartarse para un uso sagrado, son idénticos. Muchas cosas fueron, en este sentido, santificadas o hechas santas, bajo la economía judía. El término santidad puede, en un sentido general, ser aplicado a cualquier cosa que se aparte para un uso sagrado. Puede aplicarse a todo el ser de un agente moral que está apartado para el servicio de Dios.

Como atributo de la benevolencia, denota esa cualidad que la lleva a buscar la promoción de la felicidad de agentes morales por medio de la conformidad a la ley.

Como atributo moral de Dios, es esa peculiaridad de su benevolencia que la asegura contra todos los esfuerzos obtenidos para lograr su fin por otros medios que aquellos que son moral y perfectamente puros. Su benevolencia busca asegurar la felicidad del universo de agentes morales por medio de la ley moral y del gobierno moral, y de la conformidad de su propia idea subjetiva de lo correcto. En otras palabras, la santidad en Dios es aquella cualidad de su amor que asegura su conformidad universal en todos los esfuerzos y manifestaciones para la idea Divina de lo correcto, ya que yace en el desarrollo eterno en la Razón Infinita. Esta idea es ley moral. Se usa algunas veces para expresar la calidad moral o el carácter de su benevolencia generalmente, o para expresar el carácter moral de la Deidad. Algunas veces parece designar un atributo, y algunas veces una cualidad de sus atributos morales. La santidad es, sin duda, una característica, o cualidad de cada uno y de todos sus atributos morales. Armonizarán en esto, que ninguno de ellos puede consentir hacer lo opuesto más que conformarse a la ley de pureza como se desarrolla y se revela en la Razón Divina.

El que la santidad sea un atributo de Dios está por todos lados asentado y frecuentemente afirmado en la Biblia. Si es un atributo de Dios, debe ser un atributo del amor pues Dios es amor. Este atributo se celebra en el cielo como uno de los aspectos del carácter divino que da deleite inefable. Isaías vio a los serafines de pie alrededor del trono de Jehová dando voces uno al otro, "¡Santo, santo, santo!" (Is. 6:3). Juan también tuvo una visión de la alabanza del cielo y dice que "no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso" (Ap. 4:8). Cuando Isaías contempló la santidad de Jehová y dijo: "¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos" (Is. 6:5). La santidad de Dios es infinita, y con razón debió afectar al profeta una percepción así. La santidad finita debe por siempre sentirse a sí misma maravillada en la presencia de santidad infinita. Job dice "De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:5-6).

Las expresiones de Isaías y Job no necesariamente implican que en el momento estuvieran en un estado pecaminoso, sino sus expresiones sin duda se relacionaron con cualquier pecado del que hubieran sido culpables en cualquier otro momento. A la luz de la santidad de Jehová vieron la contaminación comparativa de su carácter tomado como un todo. Este modo de ver siempre, sin duda, afecta mucho a los santos. Esto debe ser, y sin embargo en otro sentido pueden estar y están como santos, en su medida como él es. Esto puede ser tan perfectamente conformado a lo que la luz o la verdad que tienen de como él es. Esto sin duda es lo que Cristo intentaba cuando dijo "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mt. 5:48). El significado es que deben vivir para el mismo fin, que estén totalmente consagrados a ese fin como él está. Esto deben ellos ser, ser verdaderamente virtuosos o santos en cualquier grado. Pero cuando lo son, una visión completa de la santidad de Dios los confundirá y abrumará. Si uno duda esto, no lo ha considerado en una luz apropiada. No ha elevado sus pensamientos como debe hacerlo para la contemplación de la santidad infinita. Ni una criatura por muy benevolente puede presenciar la benevolencia divina sin que se abrume con una visión clara de ella. Esto sin duda es verdad de cada atributo del amor divino. No obstante la perfección de la criatura virtuosa, es finita y llevada a la luz de los atributos de virtud infinita, aparecerá como la estrella más tenue en la presencia del sol, perdida en el brillo de su gloria. Que el hombre más justo en la tierra o el cielo presencie y tenga una aprensión clara de la infinita justicia de Jehová que sin duda lo llenará de asombro inexpresable. De modo que si pudiera el santo más misericordioso en la tierra, o en el cielo, tener una percepción clara de la misericordia divina en su plenitud, consumiría todo pensamiento e imaginación, y, sin duda, lo abrumaría. Y lo mismo de cada atributo de Dios. ¡Ah!, cuando hablamos de los atributos de Jehová, con frecuencia no sabemos lo que decimos. Si Dios se revelará él mismo a nosotros, nuestros cuerpos morirían instantáneamente. "No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá (Ex. 33:20). Cuando Moisés oró "que me muestres tu gloria," Dios condescendientemente lo puso en la hendidura de una peña y lo cubrió con su mano, pasó a un lado y dejó ver a Moisés sólo sus espaldas, diciéndole que no podría ver su rostro, es decir, sus glorias develadas y vivir.

La santidad, o la armonía moral de carácter es, entonces, un atributo esencial de amor desinteresado. Debe serlo por las leyes de nuestro ser, y por la misma naturaleza de la benevolencia. En el hombre se manifiesta a sí misma con gran pureza de conversación y porte, con un gran desprecio de toda impureza de carne y espíritu. Que ningún hombre profese piedad que no tenga desarrollado este atributo. El amor requerido por la ley de Dios es amor puro. Busca que su objeto sea feliz sólo al hacerlo santo. Manifiesta el más grande aborrecimiento de pecado y de toda impureza. En las criaturas jadea, y sin duda jadeará, y costará trabajo hacia la pureza infinita o santidad. Nunca encontrará un lugar de descanso en dicho sentido como para ascender no más alto. Al percibir más y más la plenitud e infinidad de la santidad de Dios, sin duda, le faltará aire y le costará trabajo ascender a las alturas divinas donde Dios se sienta con luz tan intensa para la visión más fuerte del querubín más alto.

La santidad de corazón o de voluntad produce un deseo o sentimiento de pureza en la sensibilidad. Los sentimientos se vuelven extremadamente vivos a la belleza de la santidad y al aborrecimiento y deformidad de toda impureza espiritual e incluso física. Esto se llama el amor de la santidad. La sensibilidad se extasía con el amor de la santidad, e impronunciablemente se disgusta con lo opuesto. La menor impureza de conversación o de acción sacude excesivamente a quien es santo. Los pensamientos impuros, si son sugeridos por la mente de un ser santo, instantáneamente son sentidos por ser excesivamente ofensivos y dolorosos. El alma empuja y lucha para echarlos fuera como las abominaciones más repugnantes.

 

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