LA VERDAD DEL EVANGELIO

Conferencias sobre avivamientos de religión

por

Charles G. Finney

Edición de 1868

PREFACIO DEL CONFERENCISTA

1835

Recuérdese que estas conferencias fueron dadas a mi congregación. Empezaron sin que yo hubiese previamente trazado un plan o las hubiese bosquejado, y me he dedicado, semana con semana, como un tema introduce otro, y una conferencia introduce otra, a lo que he visto que parece requerir el estado de nuestra gente.

Consentí que el editor del Evangelist las publicara, bajo su propia responsabilidad, porque pensó que podrían provocar un interés profundo, y extender su utilidad de manera impresa. Y como ahora soy pastor, y no tengo la salud suficiente para trabajar de evangelista, y como le ha placido al Director de la Iglesia darme algo de experiencia en avivamientos de religión, pensé que sería posible, mientras hacía la obra de pastor en mi propia iglesia, que pudiera de este modo servir a las iglesias de fuera.

Encontré un incentivo en particular a ese curso, en el hecho que a mi regreso del Mediterráneo, aprendiera con dolor que el espíritu de avivamiento había declinado grandemente en los Estados Unidos, y que alarmantemente prevalecía un espíritu de discordia y controversia.

Las circunstancias peculiares de la iglesia, y el estado de avivamientos, eran tales, como para llevarme inevitablemente a la discusión de algunos puntos que con gusto hubiera evitado, si la omisión hubiese sido consistente con mi plan principal, para alcanzar y levantar la iglesia cuando rápidamente estaba reposando sobre sus heces.

Estoy lejos de levantar el reclamo de infalibilidad sobre esto o cualquier otro asunto. He dado mi postura, tan lejos como he ido, sin fingir haber agotado el asunto, o haber hablado de la mejor manera posible sobre los puntos que he discutido.

Estoy muy bien familiarizado con el estado de la iglesia, y especialmente con el estado de sus ministros, para esperar escapar sin censura. Me he sentido obligado decir algunas cosas que me temo que no serán recibidas tan amablemente como se intentaban, tengo razón en creer que el gran cuerpo de gente que ora recibirá y se beneficiará por lo que he dicho.

Lo que he dicho sobre el tema de oración, no será entendido, estoy consciente, ni recibido por una cierta porción de la iglesia y todo lo que puedo decir es: "el que tiene oídos para oír, oiga."

No había tenido ni la más remota idea sino hasta ahora que estas conferencias, en esta u otra forma, se fueran a plasmar en un libro, pero el llamado urgente para su publicación, en un volumen, y el hecho de que se me hubiese asegurado repetidamente que su lectura en el Evangelist sería una bendición, y debido a la premura de individuos e iglesias, y que ha resultado en la conversión de muchos pecadores, me ha llevado a consentir su publicación en esta forma imperfecta.

El reportero ha logrado, en general, darme un bosquejo de las Conferencias, como fueron entregadas. Su informe, haría, en general más que un esqueleto completo de lo que se ha dicho sobre el tema de ese entonces. En justicia al reportero, diría que al leer sus informes por escrito, aunque había algunos errores, y equivocaciones, me he llevado la sorpresa que sin estenografía pudiese informar lo que quería decir.

No tienen, ni buscan, ningún mérito literario. No está en mi plan dar conferencias elegantes. Eran mis discursos muy familiares de los viernes por las tardes; y mi único objetivo era darlos a entender y que se sintiesen.

Al corregir las conferencias para un volumen, no he tenido tiempo, ni era aconsejable, de reconstruirlas, y cambiar el estilo en el que se hubiesen reportado. En algunas instancias he cambiado la fraseología, cuando pensé que me había expresado con confusión, o cuando no se había transmitido una idea verdadera. Pero en casi cada instancia he dejado oraciones como fueron dichas cuando el pensamiento se expresara perspicazmente, aunque el estilo pudiese haberse mejorado por la enmienda. Fueron en los reportes del editor, y como tales deben ir ante el público, con pocas añadiduras y alteraciones, como he tenido tiempo de hacer. Pude haberlas escrito plenamente. Lo dudo pero hubiesen sido más aceptables para muchos lectores. Pero esto fue imposible, y la única alternativa fue dejar al público tenerlas tal como están, o rehusar dejarlas en la forma de un volumen. Lamento que las conferencias no estén en una forma mucho más atractiva, pero he hecho lo que pude bajo las circunstancias; y como es el deseo de muchos a quienes amo, y me deleito en agradar y honrar, de tenerlas, aunque sea en esta forma imperfecta.

C. G. FINNEY.

1868

Al leer con cuidado el Prefacio anterior, el lector tendrá un indicio del tiempo y la circunstancias que llevó a la entrega y publicación de estas conferencias. Al revisarlas para una nueva edición, he hecho un poco más que corregir la fraseología en algunas instancias, añadir nuevas notas a pie de página, y remplazar las dos últimas conferencias por las recién escritas sobre los mismos textos y preparadas especialmente para esta edición. Estas conferencias son distintas del curso que impartí a mi clase teológica sobre el mismo tema. Esas conferencias han sido traducidas a las lenguas galesas y francesas, y han sido difundidas extensamente en donde el inglés o esas lenguas son entendidas. Una casa en Londres publicó 80,000 copias en inglés. Están aún en circulación y en el mercado en Europa, y tengo gran satisfacción en saber que han sido de gran bendición para miles de almas, Consecuentemente, no creo que sea prudente darles nueva forma para que sean más atractivas. Dios ha tenido y bendicido su lectura como han estado, y con excepciones de lo mencionado anteriormente, se las he dejado a las generaciones presentes y futuras. Si se lee cuidadosamente y se recuerda el prefacio anterior, se entenderá lo que he dicho de la iglesia y de algunos de los ministros y por qué lo he dicho. Busco en mis hermanos que no tomen a mal lo que he dicho, sino más bien tengan la seguridad que cada oración ha sido pronunciada con amor, y a menudo con tristeza de corazón. Que Dios siga añadiendo su bendición a la lectura de estas conferencias.

EL AUTOR

Oberlin College, 22 de octubre de 1868

 

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