LA VERDAD DEL EVANGELIO

CONFERENCIAS SOBRE AVIVAMIENTOS DE RELIGIÓN

por el Rdo. CHARLES G. FINNEY

 

CONFERENCIA XII

CÓMO PREDICAR EL EVANGELIO

 

TEXTO.-- El que gana almas es sabio. --PROVERBIOS 11:30.

 

UNA de las últimas observaciones en mi conferencia pasada fue que el texto atribuye la conversión del hombre. Ganar almas es convertir a los hombres. Esta tarde planeo mostrar:

I. Que varios pasajes de la escritura lo atribuyen a la conversión del hombre.

II. Que esto es consistente con otros pasajes de que lo atribuyen a la conversión a Dios.

III. Propongo discutir varios asuntos en particular que creo importantes en cuanto a la predicación del evangelio y que muestran que gran sabiduría práctica es necesaria para ganar almas a Cristo.

 

I. Voy a mostrar que la Biblia lo atribuye a la conversión de los hombres.

Hay muchos pasajes que representan la conversión de los pecadores como la obra de los hombres. En Daniel 12:3 dice "los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad". Aquí la obra es asignada a los hombres. Del mismo modo en 1 Co. 4:15, "Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio". Aquí el apóstol explícitamente dice a los corintios que los hizo cristianos, con el evangelio que les predicó. De nuevo, en Santiago 5: 19-20, se nos enseña lo mismo. "Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados". Podría citar muchos otros pasajes igual de explícitos, pero éstos son suficientemente abundantes para establecer el hecho que la Biblia atribuye la conversión a los hombres.

II. Procederé a mostrar que esto no es inconsistente con esos pasajes en los que la conversión de atribuye a Dios.

Y aquí permítanme observar que seguido me parece muy extraño que los hombres deban suponer que hay aquí una inconsistencia, o que deben pasar por alto el simple sentido común del asunto. Cuan fácil es ver aquí que hay un sentido en el que Dios los convierte y otro sentido en el que los hombres los convierten.

Las escrituras atribuyen la conversión de un pecador a cuatro agencias: a los hombres, Dios, la verdad y el pecador mismo. Los pasajes que le atribuyen a la verdad son de la clase más extensa. Es sorprendente que los hombres hayan pasado por alto esta distinción y hayan considerado la conversión como una obra realizada exclusivamente por Dios. Lo mismo es que cualquier dificultad debió haberse sentido en el asunto o que la gente se haya pronunciado incapaz de reconciliar estas varias clases de pasajes.

Pues la Biblia habla del asunto precisamente como hablamos de cosas comunes. Hay un hombre que ha estado muy enfermo. Es natural que él diga de su médico: "ese hombre salvó mi vida". ¿Acaso quiere decir que el médico salvó su vida sin referencia a Dios? Ciertamente no a menos que sea un infiel. Dios hizo al médico y también hizo la medicina. Y nunca puede ser mostrado, pero la agencia de Dios está tan verdaderamente preocupada en hacer que la medicina haga efecto para salvar su vida como es hacer que la verdad haga efecto para salvar un alma. Afirmar lo contrario es ateísmo. Es cierto entonces que el médico lo salvó y también es cierto que Dios lo salvó. Es igualmente cierto que la medicina salvó su vida y que salvó él su vida al tomar la medicina porque ésta no hubiera hecho nada si no la hubiera él tomado voluntariamente o sometido su cuerpo a su poder.

En la conversión de un pecador, es cierto que Dios da eficacia a la verdad para volver un pecador a Dios. Es un agente activo, voluntario y poderoso en cambiar la mente. El que trae la verdad a su atención es también un agente. Somos aptos para hablar de ministros y otros hombres como sólo instrumentos en convertir a pecadores. Esto no es exactamente correcto. El hombre es algo más que un instrumento. La verdad es un mero instrumento inconsciente. Pero el hombre es más, es un agente voluntario y responsable en el asunto. En mi sermón impreso número 1, que algunos de ustedes han visto, he ilustrado esa idea por el caso de un individuo en los bancos de las Cataratas del Niágara.

Supóngase que están de pie en el banco de las Cataratas de Niágara. Mientras están parados a la orilla del precipicio, ven a un hombre absorto en contemplación profunda, acercándose a la orilla sin darse cuenta de su peligro. Se acerca cada vez más hasta que de hecho levanta su pie para dar el paso final que lo arrojará a la destrucción. En ese momento levantan su voz de advertencia sobre el rugido de las aguas espumosas y gritan, "¡detente!" La voz perfora su oído y rompe el encanto que lo ataba; se vuelve instantáneamente, pálido y horrorizado, se retira, temblando, de la orilla de muerte. Se tambalea, y casi se desmaya con horror; se vuelve y camina lentamente hacia la casa pública; lo siguen; la agitación manifiesta en el rostro llama la atención de muchos alrededor de él; y al acercarse ustedes él les señala, y dice, "me han salvado la vida". Aquí él atribuye la obra a ustedes; y ciertamente hay un sentido en el que lo han salvado. Pero al preguntársele más, dice "la palabra '¡detente!' que resuena en mis oídos. Oh, para mí fue la palabra de vida." Aquí lo atribuye a la palabra que lo despertó y causó volverse. Pero al platicar aún más, dijo, "si no me hubiera dado la vuelta en ese instante, estaría muerto". Aquí habla de ella, y ciertamente, como su propio acto, pero directamente lo oyen decir, "Ah, la misericordia de Dios. Si Dios no se hubiese interpuesto, debería haber estado perdido". Ahora el único defecto en esta ilustración es éste: En el supuesto caso, la única interferencia de parte de Dios fue providencial; y sólo el único sentido en que la salvación de la vida del hombre se le atribuye a él es en un sentido providencial. Pero en esa conversión de un pecador hay algo más que el empleo de la providencia de Dios, pues aquí no sólo la providencia lo ordenó así, el que el predicador gritara, "detente", sino el Espíritu de Dios fuerza la verdad dirigida a él con tremendo poder para inducirlo a que se regresara.

No sólo el predicador grita, "detente", sino a través de la voz viva del predicador el Espíritu grita "detente". El predicador grita "vuélvete, ¿por qué morirás?" El Espíritu derrama la reconvención con tal poder que el pecador se vuelve. Ahora, al hablar de este cambio, es perfectamente apropiado decir que el Espíritu lo hizo volver, tal como se diría de un hombre que había persuadido a otro para cambiar de parecer en el asunto de la política, que lo había convertido, como en un caso cuando los sentimientos políticos de un hombre fueron cambiados por cierto argumento, deberíamos decir, que el argumento lo convenció. Así también con la propiedad perfecta uno puede atribuir el cambio al predicador, al que le había presentado los motivos, tal como debiéramos decir de un abogado que había prevalecido en su argumento con el jurado; tenía su caso, había convertido al jurado. También es con la misma propiedad adscrita al individuo mismo cuyo corazón es cambiado; debemos decir que ha cambiado de parecer, que ha vuelto, que se ha arrepentido. Ahora es estrictamente cierto, y cierto en el sentido más elevado y absoluto; el acto es su propio acto, el volverse es su propio regreso, mientras Dios por la verdad le ha inducido volverse; aún es estrictamente cierto que se ha vuelto y lo ha hecho él mismo. De este modo vemos el sentido en el que es la obra de Dios, y también el sentido en que es la obra del propio pecador. El Espíritu de Dios, por la verdad, influye en el pecador para que cambie, y en este sentido es la causa eficiente del cambio. Pero el pecador de hecho cambia, y por tanto él mismo, en el sentido más apropiado, el autor del cambio. Hay algunos que, al leer sus Biblias, fijan sus ojos en pasajes que atribuyen la obra al Espíritu de Dios, y parecen pasar por alto aquéllos que lo atribuyen al hombre, y hablan al respecto como el propio acto del pecador. Cuando han citado la escritura para probar que es la obra de Dios, parecen pensar que han probado que es aquello en el que el hombre es pasivo, y que no puede en ningún sentido ser la obra del hombre. Hace algunos meses un folleto fue escrito con el título "La regeneración es el efecto del poder divino". El escritor habla para probar que la obra es del Espíritu Santo, y ahí se detiene. Ahora hubiera sido como igual de cierto, como igual de filosófico, como igual de escritural, si hubiese dicho que la conversión fue obra del hombre. Era fácil probar que fue obra de Dios, en el sentido en el que lo he explicado. El escritor, por tanto, habla de la verdad, hasta donde llega, pero sólo ha dicho la mitad de la verdad, pues mientras haya un sentido en el que es la obra de Dios, como él mostró, hay también un sentido en el que es la obra del hombre, como hemos visto. El mismo título de ese folleto es una piedra de tropiezo. Dice la verdad, pero no la verdad completa. Y otro folleto puede ser escrito sobre esa proposición que "la conversión o regeneración es la obra del hombre"; que sería como igual de cierto, como igual de escritural y como igual de filosófico, como aquél al que he aludido. De ese modo el escritor, en su celo de reconocer y honrar a Dios como se refiere en ese escrito, al dejar fuera el hecho de que un cambio de corazón es el propio acto del pecador, ha dejado al pecador fuertemente atrincherado con sus propias armas en sus manos rebeldes, resistiendo resueltamente las exigencias de su Hacedor, y esperando pasivamente para que Dios le haga un corazón nuevo. Así verán la consistencia entre el requerimiento del texto, y el hecho declarado de que Dios es el autor del corazón nuevo. Dios les ordena que lo hagan, espera que ustedes lo hagan, y si se hace, ustedes deben hacerlo.

Y déjame decirte, pecador, si no lo haces, te irás al infierno y toda la eternidad sentirás que mereciste ser enviado ahí por no haberlo hecho.

III. Como se propuso, ahora me referiré a varios asuntos particulares que resultan del tema, como se conectan con la predicación del evangelio, y que muestran que la gran sabiduría práctica es indispensable para ganar almas para Cristo.

 

Y PRIMERO en cuanto a la MANERA DE PREDICAR.

1. Toda la predicación debe ser práctica.

El fin apropiado de toda la doctrina es la práctica. Cualquier cosa puesta como doctrina, que no puede ser usada como práctica, no es predicar el evangelio. No hay nada de ese tipo de predicación en la Biblia. Todo es práctico. "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra". Una gran cantidad de predicación hoy en día, como también en el pasado, es llamada doctrinal, opuesta a la predicación práctica. La mera idea de hacer esa distinción es un artificio del diablo. Y un artificio abominable del mismo Satanás que nunca diseñó. A veces oyen a ciertos hombres que dicen cosas sobre la necesidad de "adoctrinar a la gente", queriendo decir algo distinto de la predicación práctica; enseñándoles ciertas doctrinas en medio de un avivamiento, sin cualquier referencia particular a la práctica. Y he sabido de un ministro en medio de un avivamiento, mientras se rodeaba de pecadores ansiosos, dejar la obra de convertir almas con el propósito de "adoctrinar" a los jóvenes convertidos por temor a que alguien más los adoctrinara antes que él. ¡Y ahí se detiene el avivamiento! Ya sea que su doctrina no fue verdadera, o no fue predicada en la forma correcta. Predicar doctrinas de una forma abstracta, sin ninguna referencia práctica, es absurdo. Dios siempre trae la doctrina para regular la práctica. Traer posturas doctrinales para cualquier otro tema no sólo es un disparate sino malvado.

Algunos se oponen a la predicación doctrinal. Si han sido usados para oír doctrinas predicadas de una forma fría y abstracta, con razón se oponen a ella. Deben oponerse a tal predicación. Pero ¿qué puede predicar un hombre que no predica doctrina? Si no predica ninguna doctrina, no predica ningún evangelio. Y si no la predica en una forma práctica, no predica el Evangelio. Toda predicación debe ser doctrinal y toda predicación debe ser práctica. El mismo diseño de la doctrina es para regular la práctica. Cualquier predicación que no tenga esa tendencia no es el evangelio. Un estilo suelto y exhortativo de predicación puede afectar las pasiones, y puede producir excitación, pero nunca instruirá suficientemente a la gente para asegurar conversiones sanas. Por otro lado, predicar doctrina en una manera abstracta puede llenar la cabeza de nociones, pero nunca santificará el corazón o la vida.

2. El predicar debe ser directo. El evangelio debe predicarse a los hombres y no acerca de ellos. El ministro debe dirigirse a su público. Debe predicarles sobre ellos mismos y no dejar la impresión que está predicándoles acerca de otros. No les hará ningún bien, estará más lejos de que tener éxito en convencer a cada individuo de que ésa es su intención. Muchos predicadores parecen temer mucho de dar la impresión que ésa es su intención con todos en particular. Están predicando contra ciertos pecados, no que tengan que ver con el pecador. Es al pecado, y no el pecador, al que están reprendiendo; y por ningún motivo hablan como si supusieran que algunos de alguien de su público fuera culpable de estas prácticas abominables. Ahora esto es cualquier cosa menos predicar el evangelio. Ni los profetas hicieron eso, ni Cristo, ni los apóstoles. Ni tampoco esos ministros que son exitosos en ganar almas para Cristo.

3. Otra cosa muy importante para considerarse en la predicación es que el ministro debe ir en busca de pecadores y cristianos, donde pudieran haberse atrincherado ellos con falta de acción. No es el diseño de la predicación hacer que los hombres sean fáciles y callados, sino hacerles ACTUAR. No es el diseño de llamar a un médico para que le de sedantes para cubrir la enfermedad y dejarla hasta las muerte, sino buscar la enfermedad donde está escondida y quitarla. Así que si un profesante de religión ha apostatado, y está lleno de dudas y temores, no es el deber del ministro calmarlo en sus pecados, y consolarlo, sino ir tras él por sus errores y apostasías, y mostrarle dónde está y lo que le hace estar lleno de dudas y temores.

El ministro debe saber las opiniones religiosas de cada pecador en su congregación. En efecto, ningún ministro en el país está sin excusa si no lo hace. No tiene excusa por no saber las posturas religiosas de su congregación, y de todos que puedan llegar bajo su influencia si ha tenido la oportunidad de conocerlos. ¿De qué otra manera puede predicarles? ¿Cómo puede saber cómo traer las cosas nuevas y viejas, y adaptar la verdad al caso de ellos? ¿Cómo puede ir a buscarlos a menos que sepa dónde se esconden? Puede llevar cambios de unas cuantas doctrinas nuevas fundamentales, arrepentimiento y fe, fe y arrepentimiento, hasta el día del juicio y nunca hará ninguna impresión en muchas mentes. Todo pecador tiene un escondite, una trinchera donde persiste. Está en posesión de alguna MENTIRA favorita, con la que se está callando él mismo. Dejen que el ministro se dé cuenta y la saque, sea en público o en privado, si no el hombre se irá al infierno en sus pecados y su sangre se hallará en la saya del ministro.

4. Otra cosa importante de observar es que un ministro debe extenderse en aquellos puntos particulares que más se necesitan. Explicaré lo que quiero decir.

A veces puede él encontrar a personas que han sido llevadas a un lugar de gran confianza en sus resoluciones. Creen que pueden consultar su propia conveniencia, y de vez en cuando vez se arrepentirán, cuando están listos, sin ningún interés del Espíritu de Dios. Dejen que él tome esas nociones, y muestre que son enteramente opuestas a la escritura, Dejen que él muestre que si el Espíritu de Dios es contristado, sin importar cuán capaz sea él, es seguro que nunca se arrepentirá y, de vez en vez, cuando le sea conveniente hacerlo, no tendrá ninguna inclinación. El ministro que encuentra estos errores prevalecientes debe sacarlos a la luz. Debe ir tras ellos y entender cómo son sostenidos, y entonces debe predicar la clase de verdades que mostrarán la falacia, la insensatez, y el peligro de estas nociones.

Entonces, por un lado, puede él encontrar a gente que tiene tales posturas sobre elección y soberanía, para pensar que no tienen nada que ver más que esperar para que las aguas se muevan. Dejen que él vaya en contra de ellos, las amontonen en su habilidad para obedecer a Dios, y muestren su obligación y deber, y los presione hasta que los lleve él a entregarse y salvarse. Tienen una postura pervertida de estas doctrinas, y no hay modo de sacarlos de su escondrijo más que exponerles esos puntos. Cuando un pecador se atrinchera, a menos que ustedes derramen la luz sobre él ahí, nunca lo moverán. Es inútil presionarle con esas verdades que admite, sin importar qué tan sencillamente puedan de hecho contradecir esas nociones equivocadas. Las supone que son perfectamente consistentes y no ve la inconsistencia, y por tanto no lo moverán ni lo llevarán al arrepentimiento.

Se me ha dicho de un ministro en Nueva Inglaterra, que fue puesto en una congregación, la cual por mucho tiempo había disfrutado la predicación arminiana, y en su mayoría era arminiana. Pues bien, este ministro, en su predicación, fuertemente insistió sobre estos puntos opuestos, la doctrina de la elección, soberanía divina, predestinación, etc. La consecuencia fue, como se pudo esperar donde esto fue hecho con habilidad, hubo un avivamiento poderoso. Tiempo después, este mismo ministro fue llamado a trabajar en otro campo, en ese estado, donde la gente estaba del otro lado, y fuertemente impregnada de antinomianismo. Tenían tales posturas pervertidas de elección y soberanía divina que continuamente decían que no tenían poder para hacer cualquier cosa, más que esperar el tiempo de Dios. Ahora bien, ¿qué hace un ministro sino inmediatamente ir a predicar la doctrina de la elección? Y cuando se le pregunta, cómo puede pensar en predicar la doctrina de la elección tanto a esa gente cuando era lo que los arrullaba en sueño profundo, él contestaba. "Pues, ésa es la misma clase de verdad por la que hubo un gran avivamiento en…", sin considerar la diferencia en la postura de la gente. Y si se me informó correctamente, sigue ahí hasta hoy, predicando para echar fuera la doctrina de la elección y maravillándose que no produce un avivamiento tan poderoso como lo hizo en otro lugar. Probablemente esos pecadores nunca se convertirán. Deben tomar ustedes las cosas como son, averiguar dónde miente el pecador, y derramar la verdad sobre ellos ahí, y EMPEZAR A SACARLOS de su refugio de mentiras. Es de suma importancia que un ministro deba averiguar dónde está la congregación y predicarles de acuerdo con eso.

He estado en muchos lugares en tiempos de avivamiento, y nunca he podido utilizar el mismo tipo de predicación en uno como en otro. Algunos están atrincherados tras un refugio, y otros detrás de otro. En un lugar, la iglesia necesitará ser instruida, en otro, los pecadores. En un lugar, un conjunto de verdades, en otro, otro conjunto. Un ministro debe averiguar dónde están y predicarles de acuerdo con eso. Creo que ésta es la experiencia de todos los predicadores que son llamados a trabajar de campo en campo.

5. Si un ministro quiere promover un avivamiento, debe tener mucho cuidado de no introducir controversia. Alejará al Espíritu de Dios. De esta forma probablemente más avivamientos se apagarán que en alguna otra. Vean la historia de la iglesia desde el comienzo, y verán que los ministros son generalmente los responsables de contristar al Espíritu y causar declive por la controversia. Son los ministros quienes ponen controversia en temas de discusión, y de vez en cuando se ponen muy celosos en el tema, y hacen que la iglesia entre en un espíritu de controversia, y entonces el Espíritu de Dios es alejado.

Si tuviera tiempo de repasar la historia de la iglesia desde los días de los Apóstoles, podría mostrar todas las controversias que tomaron lugar, y los grandes declives en la religión, también, que fueron imputados a los ministros. Creo que los ministros de hoy en día son responsables por el estado presente de la iglesia, y se verá que es cierto en el juicio. ¿Quién no sabe que los ministros han estado gritando "herejía" y "nuevas medidas" y hablando de "avivamientos malignos", hasta que ellos han confundido a la iglesia? Vean a la pobre iglesia presbiteriana, y vean a los ministros levantando el acto y testimonio, y manteniendo una guerra continua. Oh Dios, ten misericordia de los ministros. Hablan de sus días de ayuno y oración, pero ¿acaso están estos hombres para convocar a otros a orar y ayunar? Deben orar y ayunar ellos mismos. Es tiempo que los ministros se reúnan y oren y ayunen por el mal de la controversia, porque la han causado. La iglesia misma nunca entrará en un espíritu de controversia a menos que los ministros la lleven a eso. El cuerpo de la iglesia siempre es adverso a la controversia y se mantendrá alejado de ella, sólo cuando es arrastrado hacia ella por los ministros. Cuando los cristianos son revividos no están inclinados a meterse con la controversia, ya sea al leer u oír de ella. Pero se les puede decir de tales y tales "herejías condenables", que están en circulación, hasta que tienen alistados los sentimientos en la controversia, y entonces se despiden del avivamiento. Si el ministro, al predicar, encuentra que es necesario discutir puntos en particular sobre los cuales los cristianos difieren en opinión, dejen que POR TODOS LOS MEDIOS EVITEN un espíritu controversial y la manera de hacerlo [nota: esto fue dicho con dolor en 1833-34].

6. El evangelio debe predicarse en esas proporciones, que todo el evangelio pueda ser llevado ante las mentes de la gente y produzca su influencia apropiada. Si hay mucho énfasis en una clase de verdad, el carácter cristiano no tendrá sus debidas proporciones. Su simetría no será perfecta. Si se mora en esa clase de verdades, que requiera gran ejecución del intelecto, sin explicar al corazón y conciencia, se encontrará que la iglesia será adoctrinada en esas posturas, tendrá su cabeza llena de nociones, pero no estará despierta ni activa, y ni será eficiente en la promoción de la religión. Si, por otro lado, la predicación es suelta, indefinida, exhortativa, y altamente apasionada, la iglesia será como un barco, con mucha vela para su lastre. Estará en peligro de ser llevada por una tempestad de sentimiento, donde no hay conocimiento suficiente para prevenir ser arrastrada por cada viento de doctrina. Si se predica mucho de la elección y soberanía, habrá antinomianismo en la iglesia y los pecadores se esconderán detrás del engaño de que no pueden hacer nada. Si las otras doctrinas de habilidad y obligación son muy prominentes, producirán arminianismo en la iglesia y los pecadores estarán fanfarroneando y confiados en sí mismos.

Cuando entré al ministerio, se había dicho tanto sobre la doctrina de la elección y soberanía, que encontré que era el escondite universal, tanto para pecadores y la iglesia, de que no podían hacer nada, o que no podían obedecer el evangelio. Y a donde iba, encontraba que era indispensable demoler esos refugios de mentiras. Y ningún avivamiento se produciría y continuaría, sino por el morar en esa clase de verdades, que detenía la habilidad, obligación y responsabilidad del hombre. Ésa fue la única clase de verdades que llevaría a los pecadores a la sumisión.

No era así en los días cuando el Presidente Edwards y Whitefield trabajaron. En ese entonces las iglesias en Nueva Inglaterra habían disfrutado de otras cosas menos de la predicación arminiana y todos descansaban en sí mismos y su propia fuerza. Estos valientes y devotos siervos de Dios salieron y declararon esas doctrinas particulares de la gracia, soberanía divina y elección y fueron grandemente bendecidos. No moraron en esas doctrinas exclusivamente, sino que las predicaron muy plenamente. La consecuencia fue, porque en esas circunstancias los avivamientos resultaron de tal predicación, los ministros, que llegaron después, continuaron predicando esas doctrinas exclusivamente. Y moraron en ellas por tanto tiempo que la iglesia y el mundo se atrincheró detrás de ellas, esperando a Dios que viniera e hiciera lo que les requería que hicieran y de ese modo cesaron los avivamientos por muchos años.

Ahora, y en años pasados, los ministros se han ocupado de localizarlas en estos refugios. Y aquí es del todo importante para que los ministros de hoy tengan presente que si moran exclusivamente en la habilidad y obligación, harán que sus público regrese al fundamento arminiano, y entonces dejarán de promover avivamientos. He aquí un cuerpo de ministros que ha predicado mucho la verdad, y ha tenido grandes avivamientos respaldados por Dios. Ahora que se sepa y observe que la razón es que han ellos buscado a pecadores en sus escondrijos. Pero si siguen morando en la misma clase de verdades hasta que los pecadores se escondan detrás de su predicación, otra clase de verdades deben predicarse. Y entonces si no cambian su modo, habrá otro ataúd en la iglesia hasta que otra clase de ministros surja y saque a los pecadores de sus nuevos retiros.

Una postura correcta de ambas clases de verdades, elección y agencia libre, no hará daño. Están eminentemente calculadas para convertir a pecadores y fortalecer santos. Es una postura pervertida la que enfría el corazón de la iglesia, cierra los ojos de los pecadores con sueño hasta que se hunden en el infierno. Si tuviera tiempo comentaría la manera en la que a veces he oído la predicación de las doctrinas de soberanía divina, elección y habilidad. Han exhibido contradicción irreconciliable, una contra otra. Tales exhibiciones son todo menos el evangelio y están calculadas para hacer al pecador sentir cualquier cosa menos la responsabilidad con Dios.

Por predicar la verdad en proporciones apropiadas no quiero decir mezclar todas las cosas en el mismo sermón de tal manera que los pecadores no vean la conexión o consistencias. Un ministro preguntaba a otro: "¿Por qué no predicas la doctrina de la elección?" Contestó el otro, "porque veo que los pecadores están atrincherados detrás de la inhabilidad". El primero entonces dijo que conoció a un ministro que predicaba sobre la elección en la mañana y en la tarde el arrepentimiento. ¡Debe ser la gracia maravillosa la que produce un avivamiento bajo tal predicación! ¿Qué conexión hay en esto? En vez de exhibir al pecador sus pecados en la mañana, y luego en la tarde llamarlo para que se arrepintiera, primero recurría a la doctrina de la elección y luego ordenaba arrepentirse. ¿De qué se iban a arrepentir? ¿De la doctrina de la elección? Esto no es lo que se quiere decir con predicar la verdad en su proporción. Juntar las cosas sólo confunde la mente del pecador y lo abruma con la niebla de la metafísica; no es predicación sabia. Cuando se habla de elección, el predicador no está hablando del deber del pecador. No tiene relación con el deber del pecador. La elección pertenece al gobierno de Dios. Es parte de la riqueza sobreabundante de la gracia de Dios. Muestra el amor de Dios, no el deber del pecador. Y poner junto la elección y el arrepentimiento de esta forma es desviar la mente del pecador de su deber. Ha sido costumbre, en muchos lugares, por mucho tiempo, llevar la doctrina de la elección en cada sermón. Se le ha ordenado a los pecadores que se arrepientan, y se les ha dicho que no se pueden arrepentir, en el mismo sermón. Mucha ingenuidad ha sido ejercida en el intento de reconciliar la "inhabilidad" de un pecador con su obligación de obedecer a Dios. La elección, predestinación, agencia libre, inhabilidad y el deber han sido aventados todo junto en un revoltijo promiscuo. Y con la consideración a muchos sermones, ha sido muy cierto, como ha sido objetado, que los ministros han predicado "puedes y no puedes, podrás y no podrás, lo harás y no lo harás, serás condenado si no".

Tal mezcolanza de verdad y error, luz y oscuridad ha confundido a la congregación, y ha sido una fuente fructífera de universalismo y cada especie de infidelidad y error.

7. Es de suma importancia que al pecador se le haga sentir culpable, y no dejar la impresión de que es infortunado. Creo que es un falla prevalente, particularmente con los libros impresos sobre el tema. Pretenden hacer al pecador pensar más en sus tristezas que en sus pecados, y sentirse que su estado es más bien infortunado que criminal. Quizá la mayoría de ustedes han visto un libro encantador publicado con el título "Todd's Lectures to Children" (Las lecciones de Todd a los niños). Es un libro muy bonito, alegre en algunas de sus ilustraciones de la verdad, pero tiene una falla muy seria. Muchas de sus ilustraciones, diría muy seguido, no están hechas para dar la impresión correcta con respecto a la culpa de los pecadores o hacerles sentir cuánto han de ser culpados. Esto es muy lamentable. Si el escritor hubiera resguardado sus ilustraciones sobre este punto, para darles la impresión con el sentido de su culpa, no veo cómo un niño podría leer ese libro sin convertirse.

Muchísimos libros escritos para niños, y para adultos también, en los últimos veinte años, han tenido cometido este error a un grado alarmante. Los escritos de la señora Sherwood tienen esta falla que sobresale en cada página. No pretenden hacer sentir culpable al pecador y condenarse a sí mismo. Hasta que se pueda hacer eso, el evangelio no tendrá efecto.

8. Un objetivo principal del predicador debe ser el hacer sentir la obligación presente. He hablado con miles de pecadores ansiosos. Y he encontrado que ellos nunca antes habían sentido la presión de la obligación presente. La impresión no es comúnmente hecha por los ministros en su predicación de que se espera a los pecadores que se arrepientan AHORA. Y si los ministros suponen que hacen esa impresión, se engañan ellos mismos. Muy comúnmente cualquier otra impresión se hace en las mentes de pecadores por el predicador de que la se espera ahora que presenten. Pero ¿qué clase de evangelio es éste? ¿Acaso Dios autoriza esa impresión? ¿Está esto de acuerdo con la predicación de Jesucristo? ¿Acaso el Espíritu Santo, cuando contiende con el pecador, da la impresión en su mente de que no espera que obedezca ahora?--¿Acaso fue una impresión cualquiera la que se produjo por la predicación de los apóstoles? ¿Cómo es que tantos ministros predican ahora para dar una impresión en su público de que no se espera que arrepienta ahora? Hasta que sea alcanzada la conciencia del pecador en este tema, predican en vano. Y hasta que los ministros aprendan cómo predicar para dar la impresión correcta, el mundo nunca podrá ser convertido. ¡Oh, hasta qué punto alarmante la impresión prevalecerá entre los impenitentes que no se espera que se arrepientan ahora, sino que deben esperar el tiempo de Dios!

9. A los pecadores se les debe hacer sentir que tienen algo que hacer, que se arrepientan, que es algo que ningún otro ser puede hacer por ellos, ni Dios, ni el hombre, algo que pueden hacer y hacer ahora. La religión es hacer algo, no algo para esperar. Deben hacerlo ahora, o están en peligro de la muerte eterna.

10. Los ministros nunca deben descansar satisfechos hasta que hayan ANIQUILADO toda excusa de los pecadores. El pretexto de la "inhabilidad es la peor de las excusas. Calumnia a Dios, acusándolo de tiranía, en ordenar a los hombres a hacer aquello que no tienen el poder para hacer. Hagan ver y sentir al pecador que eso es la mera naturaleza de su excusa. Hagan ver al pecador que todos sus pretextos de no entregarse a Dios son de hecho un acto de rebelión contra él. Deshagan la última MENTIRA que agarra su mano, y háganlo sentir que está absolutamente condenado ante Dios.

11. Los pecadores deben sentir que, si ellos ahuyentan al Espíritu de Dios, es muy probable que se pierdan por siempre. Hay peligro infinito en esto. Deben hacerles entender por qué son dependientes del Espíritu, y que no es porque ellos no puedan hacer lo que Dios ordena sino porque no están dispuestos. Están tan indispuestos que es tan seguro que no se arrepentirán sin el Espíritu Santo, como si estuvieran ahora en el infierno, o como si de hecho fueran incapaces. Están tan opuestos y tan indispuestos, que nunca se arrepentirán en el mundo a menos que Dios envíe su Espíritu Santo sobre ellos.

Muéstrenles, también, que un pecador bajo el evangelio, que oye la verdad predicada, si se convierte, generalmente se convierte joven. Y si no se convierte mientras sea joven, comúnmente es desistido de Dios. Donde la verdad se predica, los pecadores se endurecen al evangelio o se convierten. Sé de algunos pecadores viejos que se convierten, pero son más bien excepciones y por ningún motivo común.

Quisiera ahora en segundo término, hacer algunas observaciones en la MANERA DE PREDICAR.

1. Debe ser conversacional. Predicar, para ser entendida, debe ser en un estilo coloquial. Un ministro debe predicar como si hablara, si desea ser totalmente entendido. Nada es más calculado para hacer sentir a un pecador que la religión es algo misterioso que no puede entender, que su estilo articulado, formal e intrincado, tan generalmente empleado en el púlpito. El ministro debe hacer como lo que hace un abogado cuando quiere que un jurado le entienda perfectamente. Usa un estilo perfectamente coloquial. Este estilo hinchado e intrincado no hará bien. El evangelio nunca producirá grandes efectos hasta que los ministros hablan en el púlpito como si platicaran.

2. Tiene que ser en el lenguaje de la vida cotidiana. No sólo debe ser lenguaje coloquial en su estilo, sino que las palabras sean tal como son en el uso cotidiano. De otro modo no se darán a entender. En el Nuevo Testamento observarán que Jesucristo invariablemente usa las palabras de tipo común. Rara vez encontrarán una palabra de las instrucciones de él que ningún niño no pueda entender. El lenguaje de los evangelios es llano, sencillo y muy fácilmente entendido de cualquier idioma en el mundo.

Es malvado que un ministro descuide este principio. Algunos ministros usan el lenguaje que es puramente técnico en la predicación. Creen evitar problemas al explicar el significado plenamente cuando empiezan, pero esto no lo soluciona. No servirá al hacer a la gente entender lo que quiere decir. Si usa una palabra que no es de uso común, y que la gente no entiende, su explicación puede ser completa pero la dificultad es que la gente olvidará sus explicaciones y luego sus palabras estarán en chino para ellos. O si usa una palabra cotidiana, pero la emplea con falta de sentido común, dando sus explicaciones especiales, tampoco es bueno, pues la gente pronto olvidará sus explicaciones especiales, y entonces la impresión de hecho comunicada a sus mentes será según su entendimiento común de la palabra. Y así nunca transmitirá la idea correcta a su congregación. Es sorprendente cuántos hombres de mentes pensantes hay en las congregaciones, que no entienden las expresiones técnicas más comunes utilizadas por los ministros como regeneración, santificación, etc.

Usen palabras que se puedan entender perfectamente. No usen, por temor de parecer incultos, lenguaje rebuscado, que la gente no entienda. El apóstol dice que el hombre es un bárbaro, quien usa lenguaje que la gente no puede entender. "Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?" En los días de los apóstoles había algunos predicadores que se enorgullecían al mostrar su dominio del lenguaje y presumían la variedad de lenguas que podían hablar, que la gente común no podía entender. El apóstol reprende ese espíritu duramente y dice "prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida".

A veces he oído a ministros predicar, incluso cuando había avivamiento, cuando me he preguntado qué haría esa parte de la congregación que no tuviera diccionario. Tantas frases han sido incluidas, para abiertamente adornar el discurso, en vez de instruir a la gente, que me he sentido como queriéndole decirle "siéntese y no confunda la mente de las personas con su predicación de bárbaro que no pueden entender".

3. El predicar debe ser parabólico. Es decir, las ilustraciones deben ser constantemente usadas, traídas de incidentes reales o supuestos. Jesucristo constantemente ilustraba sus enseñanzas de esa manera. El presentaba un principio y luego lo ilustraba con una parábola, esto es, una historia breve de un evento real o imaginario, o introducía el principio en la parábola. Hay millones de hechos que deben ser usados para ventaja y sin embargo pocos ministros se atreven a usarlas, por temor que alguien los reproche. Alguien dice, "¡oh, él cuenta historias! ¡Cuenta historias!" Pues, ésa fue la manera que Jesús predicaba. Y es la manera de predicar. Los hechos, reales o supuestos, deben usarse para mostrar la verdad. Las verdades sin ilustrarse están generalmente tan bien calculadas para convertir a pecadores como una demostración matemática. ¿Es siempre así? ¿Será siempre un asunto de reproche que los ministros sigan el ejemplo de Jesucristo, en ilustrar las verdades con hechos? Que lo hagan, que los necios los reprochen cómo los ministros cuenta historias. Tienen al Señor Jesucristo y el sentido común de su lado.

4. Las ilustraciones deben ser sacadas de la vida cotidiana y los asuntos cotidianos de la sociedad. Una vez oí a un ministro ilustrar sus ideas en la manera en que los comerciantes hacen negocio en sus tiendas. Otro ministro que estaba presente hizo comentarios de él después. Objetó de esa ilustración particularmente porque decía que era muy familiar, y que rebajaba la dignidad del púlpito. Decía que todas las ilustraciones en la predicación debían ser tomadas de la historia antigua, o de una fuente elevada, que mantuviera en alto la dignidad del púlpito. ¡Dignidad, en efecto! Sólo el lenguaje del diablo. Se regocija en él. Pues, el objeto de una ilustración es hacer a la gente ver la verdad, no mantener la dignidad del púlpito. Un ministro cuyo corazón está en la obra no usa una ilustración para hacer a la gente mirar fijamente, sino hacerles ver la verdad. Si tomara ilustraciones de la historia antigua no podría hacer a la gente ver, no ilustraría nada. La novedad de eso puede despertar la atención, pero entonces perderían la verdad misma porque si la ilustración en sí es una novedad, la atención será dirigida a ese hecho como asunto de la historia, y la verdad en sí, que fue designada para ilustrar, se pierde de vista. La ilustración debe ser, en lo posible, un asunto de ocurrencia común, y entre más común es la ocurrencia, más seguro será, no para fijar la atención en sí, sino servir como un medio mediante el cual la verdad es transmitida. Me ha dolido el corazón al escuchar ilustraciones tomadas de la historia antigua, de las cuales ni uno en cien de la congregación había escuchado. La manera en la que fueron referidas fue fuertemente teñida, por decir lo menos, de la apariencia de vanidad y un intento de sorprender a la gente con exhibición de conocimiento.

El Salvador siempre ilustró sus enseñanzas con cosas que se hacían entre la gente a quien les predicaba y con cosas familiares. Descendía con frecuencia muy por debajo de lo que ahora se supone que es esencial para sostener la dignidad del púlpito. Hablaba sobre gallinas y polluelos, niños en los mercados, ovejas y corderos, pastores, agricultores y comerciantes. Y cuando hablaba de reyes, como en la vida del hijo del rey, y el noble que se fue lejos para recibir un reino, tenía referencia de hechos históricos que eran muy conocidos entre la gente de ese tiempo. La ilustración debe ser tomada de cosas tan comunes que ésta en sí no aleje la atención del tema sino que la gente pueda ver a través de ella la verdad ilustrada.

5. El predicar debe ser repetitivo. Si un ministro quiere predicar con efecto, no debe tener miedo de repetir lo que vea que los pecadores no entiendan perfectamente. He aquí el mal de usar notas. El predicador sigue lo que ha escrito, y no puede observar si le entienden o no. Si interrumpe su lectura, intenta capturar las expresiones de su público, y explica donde no entiendan, se pierde, se confunde y se rinde. Si el ministro pone sus ojos en la gente a la que le predica, puede normalmente decirles por sus miradas si le entienden. Y si ve que le entienden en un punto en particular, dejen que se detenga y lo ilustre. Si no entienden una ilustración, dejen que dé otra, y la haga más clara a las mentes de ellos antes de que prosiga. Pero aquellos que escriben sus sermones prosiguen, en un ritmo regular y consecutivo, así como en un ensayo o libro, y no repiten lo que piensan hasta que el público comprenda totalmente.

Estaba platicando con uno de los primeros abogados en este país. Me decía que la dificultad con la que los predicadores se encontraban para darse a entender era que no repetían lo suficiente. Dice él, "cuando me dirijo a un jurado, siempre espero, cual sea lo que deseo para impresionar sus mentes, lo tenga que repetir por lo menos dos veces, y con frecuencia lo repito tres o cuatro veces, e incluso tantas veces como haya miembros del jurado frente a mí. De otro modo, no haría que prestaran atención para que pudieran sentir la fuerza de lo que viene después". Si un jurado bajo juramento, llamado para decidir en los asuntos comunes de este mundo, no puede aprehender un argumento a menos que haya mucha repetición, cómo se espera que los hombres entiendan la predicación del evangelio sin ella.

Del mismo modo el ministro debe volver a un pensamiento importante una y otra vez ante su público, hasta incluso para que los niños lo entiendan perfectamente. No digan que tanta repetición creará disgusto en las mentes cultivadas. No disgustará. Esto no es lo que disgusta a hombres pensantes. No están cansados de los esfuerzos que un ministro hace para darse a entender. El hecho es entre más sencillas son las ilustraciones del predicador, más simple hace todo, más hombres cultivados estarán interesados. Sé que los hombres cultos seguido tienen ideas que nunca tuvieron antes, de las ilustraciones que fueron diseñadas para llevar el evangelio a la compresión de un niño. Tales hombres están comúnmente tan ocupados con los asuntos de este mundo que no piensan mucho en el tema de religión y por tanto necesitan una predicación más sencilla y les gustará.

6. Un ministro debe siempre sentir profundamente el tema, y entonces acomodará la acción a la palabra, y la palabra a la acción, para causar impresión total que la verdad está calculada para hacerlo. Debe estar en seriedad solemne en lo que dice. Oí hace poco una crítica acertada sobre este tema. "Cuán importante es que un ministro deba sentir lo que dice. Entonces sus acciones desde luego corresponderán a sus palabras. Si se embarca a hacer gestos, sus brazos se mueven como un molino, y aún no esto causa ninguna impresión". Se requerirá lo más esforzado del arte en escena para que los actores hagan sentir a su público. El diseño de la elocución es enseñar esa habilidad, pero si un hombre siente totalmente el tema, lo hará naturalmente. Hará naturalmente eso que la elocución enseña laboriosamente. Véase a cualquier persona común y corriente en las calles, que es sincero para hablar. Véase con qué fuerza gesticula. Véase a una mujer o un niño sinceros. ¡Qué natural! Gesticula con sus manos como si movieran sus labios y lengua. Es la perfección de la elocuencia.

Que el ministro, entonces, sólo sienta lo que dice, y no esté atado a sus notas, lectura o ensayo, para hablar, como un niño de escuela, primero con un pie y luego con el otro, y será elocuente.

Con razón mucha de la predicación tiene tan poco efecto. Los gestos son mucha importancia de lo que generalmente se supone. Las puras palabras nunca expresarán el significado del evangelio. La manera de decirlo es casi todo. Supongan que algunos de ustedes, una madre, llega a su casa esta noche, tan pronto como está a la puerta, la nana sale apresurada y agitada diciéndole que su hijo se ha quemado hasta la muerte. De inmediato le creerían, y lo sentirían también. Pero supongan que sale de una manera fría y despreocupada. ¿Les impactaría? No. Es la seriedad de la manera y la angustia en su cara que lo hace creíble. Saben que pasa algo antes de que diga una palabra.

La otra vez oí un comentario respecto a la predicación de un joven ministro, que fue ilustrativo. Él no tenía instrucción, en el sentido común del término, pero estaba bastante preparado para ganar almas. Se decía de él: "la manera en la que llega, se sienta en el púlpito, y se levanta a hablar, es un sermón en sí. Muestra que tiene algo importante y serio qué decir". La manera de decir las cosas de ese hombre movía los sentimientos de toda la congregación, cuando las mismas cosas se decían de una manera prosaica y no producían ningún efecto.

Un hecho, dado por uno de los más distinguidos profesantes de la elocución en los Estados Unidos, debió impresionar a los ministros en el tema, ese hombre era un infiel. Dijo: "He sido empleado desde hace catorces años en la enseñanza de la elocución a los ministros, y sé que no creen la religión cristiana. La Biblia puede ser verdad. No lo niego, pero sé que estos ministros no la creen. Puedo demostrarlo. La perfección de mi arte es enseñarles a hablar naturalmente sobre ese tema. Voy a sus estudios, y platico con ellos, y hablan elocuentemente. Les digo, 'caballeros, si predican así como ahora lo hacen tan naturalmente sobre cualquier otro tema en el que estén interesados, no necesitan ser enseñados. Eso es lo que estoy tratando de enseñarles. Los oigo hablar sobre temas con fuerza y elocuencia admirables. Los veo ir al púlpito y hablan y actúan como si no creyeran lo que están diciendo'. Les he dicho a ellos una y otra vez, que hablen en el púlpito como si hablaran naturalmente conmigo. No puedo obligarlos y entonces sé que ellos no creen la religión cristiana".

Les he mencionado esto para mostrar cuán universal es que los hombres gesticulen correctamente si sienten correctamente. La única forma para que hablen naturalmente es que ellos SIENTAN PROFUNDAMENTE. ¿Cómo se puede ser natural en su elocución cuando no creen?

7. Un ministro debe apuntar a su congregación. Pero se preguntarán, ¿acaso toda la predicación apunta a eso? No. Un ministro tiene un objetivo en predicar, pero la mayoría de los sermones nunca aspiran a convertir a pecadores. Y si los pecadores fueran convertidos bajo ellos, el predicador mismo se sorprendería. Una vez supe de un hecho sobre este punto. Había dos ministros jóvenes que habían entrado al ministerio al mismo tiempo. Uno de ellos tenía gran éxito convirtiendo a pecadores, el otro ninguno. El segundo preguntó al otro, un día, cuál era la razón de esa diferencia. "Pues la razón es que aspiro a otro fin que tú al predicar. Mi objetivo es convertir pecadores, pero tú no buscas eso. Vas y hablas de la soberanía de Dios, que no produces el mismo efecto, cuando no aspiras a eso. Toma, llévate uno de mis sermones, predícalo a tu gente, y ve qué efecto tendrá". Así lo hizo el hombre y predicó y sí produjo el efecto. Se asustó cuando los pecadores empezaron a llorar, y cuando uno fue a él luego de la reunión para preguntarle qué debía hacer, el ministro se disculpó y le dijo, "no quise herirlo, siento haber lastimado sus sentimientos". ¡Qué horrible!

8. Un ministro debe anticipar las objeciones de los pecadores y responderlas. ¿Qué hace un abogado cuando defiende ante el jurado? ¡Oh, cuán distinta es la causa de Jesucristo defendida desde causas humanas! Comentó un abogado que la causa de Jesucristo tenía poquísimos defensores capaces de cualquier causa en el mundo. Y en parte le creo. ¿Acaso un abogado prosigue con su argumento en un orden normal y no explica nada oscuro, o anticipa los argumentos de sus antagonistas? Si lo hiciera, perdería su caso seguramente. Pero no. El litigante, que está abogando por dinero, anticipa toda objeción, que puede ser hecha por su antagonista, y cuidadosamente las remueve o las explica, para dejar el terreno libre en tanto prosiga, que el jurado puede acordar en cada punto. Pero los ministros seguido dejan una y otra dificultad sin tocar. Los pecadores que los oyen sienten la dificultad, y nunca en sus mentes la resuelven, y nunca saben cómo removerla, y quizá el ministro nunca se tome la molestia de saber que existían tales dificultades, y sin embargo se pregunta por qué no se convierte su congregación, y por qué no hay avivamiento, ¿Cómo es que se maravilla por eso, cuando nunca averigua las dificultades y objeciones que sienten los pecadores y las remueve?

9. Si un ministro quiere predicar el evangelio con efecto tiene que estar seguro de no ser monótono. Si predica de una forma monótona, predicará a la gente para que se duerma. Cualquier sonido monótono, grande o pequeño, si sigue, dispone a la gente para dormir. Las Cataratas del Niágara, el rugido del océano, o cualquier otro sonido tan grande o pequeño, tienen ese efecto natural en el sistema nervioso. Nunca oirán esa manera monótona de la gente platicando. Y un ministro no puede ser monótono en la predicación, si siente lo que dice.

10. Un ministro debe dirigirse a los sentimientos lo suficiente para asegurar la atención, y entonces tratar con la conciencia, y escudriñar hasta el fondo. Apelaciones a los sentimientos solas nunca convertirá al pecador. Si el predicador trata mucho en éstas, puede que haga surgir excitación, y vendrá ola tras ola de sentimiento sobre la congregación y la gente será llevada con la corriente y descansará en esperanzas falsas. Si la atención se debilita, apelen a los sentimientos de nuevo, y súbanla, pero hagan su obra con conciencia.

11. Si puede, es deseable que un ministro aprenda el efecto de un sermón, antes de que predique otro. Que aprenda si se entiende, si ha producido alguna impresión, si algunas dificultades son dejadas en cuanto al tema que necesitan aclararse, si surgen objeciones y cosas similares. Cuando esté enterado de todo, entonces sabe qué predicar, ¿qué se pensaría de un médico que debe recitar medicina a su paciente, una y otra vez, sin primero tratar de saber del efecto, o si ha producido o no efecto? Un ministro nunca podrá tratar a sus pecadores como debiera hasta que averigüe si su instrucción ha sido recibida y entendida, y si las dificultades en las mentes de los pecadores se han quitado y su camino se ha abierto al Salvador para que ellos no tengan que tropezar y tropezar hasta que sus almas se hayan perdido.

Había planeado tocar otros puntos más, pero el tiempo no lo permite. Quisiera cerrar con unas

OBSERVACIONES

1. Vemos por qué muy pocas de las mentes sobresalientes en muchas comunidades se convierten.

Hasta los últimos avivamientos, los profesionistas eran rara vez alcanzados por predicaciones, y eran casi todos infieles de corazón. La gente apenas entendía la Biblia para asegurar la idea que no podía convertirse. La razón es obvia. El evangelio no había sido encomendado a las conciencias de tales hombres. Los ministros no habían lidiado con la mente, y razonado para hacer que esa clase de mente viera la verdad del evangelio y sintiera su poder, y como consecuencia esas personas habían llegado a considerar la religión como algo poco digno de su atención.

Pero en los últimos años el caso es alterado y en algunos lugares ha habido más de esta clase de personas convertidas en proporción a sus números, que en otros. Esto es porque fueron hechos para entender las exigencias del evangelio. Los predicadores lidiaron con sus mentes, y les mostraron la razonabilidad de la religión. Y cuando esto se hace, se encuentra que la clase de mentes son más fácilmente convertidas que ninguna otra. Tienen mucha mejor capacidad para recibir un argumento, y están mucho más en el hábito de someterse a las fuerzas de la razón, que tan pronto como el evangelio se adueña de sus mentes, las rompe y derrite a los pies de Cristo.

2. Antes que el evangelio haga un efecto general, tenemos que tener una clase de predicadores espontáneos por las siguientes razones:

(1.) Ningún grupo de hombres puede soportar la labor de escribir sermones y hacer toda la predicación, la cual será requisito.

(2.) La predicación escrita no está estimada para producir el efecto requerido. Tal predicación no presenta la verdad en la forma correcta.

(3.) Es imposible que un hombre que escriba sus sermones arregle su tema, y le dé la vuelta y escoja sus pensamientos, para producir el mismo efecto cuando se dirige a la gente directamente, y los haga sentir lo que realmente se propuso. Escribir sermones tuvo su origen en tiempos de dificultad política. La práctica era desconocida en los días de los apóstoles. Sin duda los sermones escritos han hecho mucho bien, pero no pueden dar al evangelio su gran poder. Quizá muchos ministros han sido entrenados en el uso de apuntes, es mejor que no los tiren. Quizá no hagan bien su trabajo sin ellos. La dificultad no sería por la falta de entendimiento, sino mala instrucción. El mal hábito empieza con el niño en la escuela, que es llamado a hablar de su composición. En vez de prepararlo para expresar sus propios pensamientos y sentimientos en su propio lenguaje, y con su forma propia, así como la naturaleza misma impulsa, está hecho para hacer memorizar la composición de otra persona, y luego la dice de una forma rígida y formal. Y entonces cuando va a la universidad, y al seminario, en vez de ser entrenado para la hablar con espontaneidad, está preparado para escribir su composición y memorizarla. Yo buscaría lo opuesto desde el principio. Le daría un tema, dejarlo pensar y luego que lo dijera. Quizá cometa errores. Muy bien, es de esperarse--en un principiante, pero aprenderá. Supongan que al principio no sea bastante elocuente. Muy bien, puede mejorar. Y está el camino para hacerlo. Este tipo de preparación levantará una clase de ministros que puedan convertir al mundo.

Pero hay objeción a la predicación con espontaneidad, que si los ministros no escriben, no piensan. Esta queja tendrá peso con aquellos hombres cuyo hábito ha sido siempre escribir sus pensamientos. Pero para un hombre con un hábito distinto, no tendría peso para nada. Escribir no es pensar. Y si debo juzgar por los muchos sermones escritos que he escuchado predicar, quienes los hicieron han estado haciendo todo, menos pensar. La labor mecánica de escribir es realmente un obstáculo para un pensamiento rápido y próximo. Es cierto que algunos predicadores espontáneos no han sido hombres pensantes. Un hombre cuyos hábitos siempre han sido tales, que sólo se pone a pensar cuando su mente está con la pluma, desde luego, al ponerla a un lado, le costará trabajo pensar; y si intenta predicar sin escribir cambiará hasta que sus hábitos sean cambiados totalmente, le será difícil hacer sus sermones con la misma cantidad de pensamiento, como si conformara sus viejos hábitos de escritura. Pero debe recordarse que esto es sólo debido a su entrenamiento para escribir, y que siempre estuvo acostumbrado a eso. Es la instrucción y el hábito lo que le cuesta trabajo pensar sin escribir. ¿Intentará alguien decir que los abogados no son hombres pensantes, que sus argumentos ante una corte o jurado no son profundos y bien digeridos? Y sin embargo, todos saben que no escriben sus discursos. Debe entenderse, también, que en la universidad, tienen la misma instrucción con los ministros, y tienen la misma desventaja de haber sido entrenados a escribir sus pensamientos, y es sólo después que entran a su profesión que cambian su hábito. Si fueran educados, como debe ser, para improvisar hábitos en la escuela, serían muy elocuentes y poderosos en argumentación como son ahora.

He oído mucho esta queja a la predicación con espontaneidad desde que entré al ministerio. Seguido me decían entonces, en respuesta a mi postura de la predicación con espontaneidad, que los ministros que predicaran así, no instruirían las iglesias, que habría mucho de lo mismo en su predicación, y que pronto se volverían insípidos y repetitivos por la falta de pensamiento. Pero cada año de experiencia ha producido convicción en mi mente, que lo contrario a esta objeción es cierto. El hombre que escribe menos, si le place, pensará más, y dirá lo que piensa en una manera que será mejor entendida que si fuera escrita, y que, así en la proporción que hace a un lado su labor de escritura, su cuerpo será dejado libre para ejercitar, y su mente para pensamiento vigoroso y consecutivo.

La gran razón por la que se supone que los predicadores espontáneos repiten con más frecuencia sus pensamientos es porque lo que dicen es, de una forma general, más perfectamente recordado por la congregación que si leyera. He sabido con frecuencia de predicadores que repiten sus sermones escritos una vez cada un mes, sin ser reconocidos por la congregación. Pero la manera en la que los sermones espontáneos son generalmente dados es mucho más impresionante que los pensamientos que no pueden en general ser pronto repetidos, sin ser recordados. Nunca tendrán un grupo de hombres en las salas de la legislación, los tribunales de justicia, y en nuestros púlpitos, que sean oradores apabullantes y poderosos, y puedan llevar al mundo ante ellos, hasta que nuestro sistema les enseñe a pensar, cerca, rápido y consecutivamente, y hasta que sus hábitos de hablar en las escuelas sean espontáneos. El mismo estilo de comunicar el pensamiento, en lo que es llamado un buen estilo de escribir, no está calculado para dejar una honda huella en la mente, o comunicar el pensamiento en una manera clara e impresionante. No es lacónico, directo, pertinente. No es la lengua de la naturaleza. Es imposible que los gestos deban ser acoplados al estilo común de escritura. Y como consecuencia, y cuando intentan gesticular en la lectura de un ensayo, o dar un sermón escrito, sus gestos sean una imitación burlesca en cuanto al hablar en público.

Al dar un sermón en ese estilo de escribir un ensayo, es imposible que casi todo el fuego del significado y poder del gesto, y rasgos, actitud, y énfasis, no deban perderse. Nunca podemos tener un significado pleno del evangelio hasta que tiremos nuestros apuntes.

3. El plan de estudios y enseñanza para la obra del ministro debe ser exclusivamente teológico.

Es lo que quiero decir. No voy a discutir el asunto de que si toda la educación debe o no ser teológica. Pero digo que la educación para el ministerio debe ser exclusivamente así. Pero se preguntarán, ¿acaso no debe un ministro entender ciencia? Les respondería que sí, entre más, mejor. Sería que los ministros pudieran entender toda la ciencia, pero en conexión con la teología. Estudiar la ciencia es estudiar la obra de Dios. Y estudiar teología es estudiar a Dios.

Que se le haga al erudito, por ejemplo, esta pregunta: ¿Hay un Dios? Para responderla, dejen que escudriñe el universo, que vaya a todos los departamentos de la ciencia, encuentre pruebas del diseño, y de esa forma aprenda la existencia de Dios. Que averigüe cuántos dioses hay, y que escudriñe la creación para ver si hay tal unidad de diseño que revele a un solo Dios. Del mismo modo, que indague concerniente a los atributos de Dios y su carácter. Aprenderá ciencia aquí, pero la aprenderá como parte de la teología. Que escudriñe en cada área de conocimiento y traiga pruebas. ¿Cuál fue el diseño de este plan? ¿Cuál fue el fin de ese arreglo? Véase si todo lo que encuentran en el universo no está calculado para producir felicidad, a menos que se pervierta.

¿Se endurecería y enfriaría el corazón al estudiar, tan fríos y duros como los muros universitarios, si la ciencia fuese buscada de esa forma? Cada lección lo lleva directo ante Dios, y es de hecho comunión con Dios, y advierte su corazón, y lo hace más piadoso, más solemne, más santo. Esta misma distinción entre estudio clásico y teológico es una maldición para la iglesia y una maldición para el mundo. El estudiante pasa cuatro años en la universidad en estudios clásicos, y no hay Dios en ellos, y luego tres años de seminario, en estudios teológicos, y ¿qué entonces? Pobre joven, pónganlo a trabajar y encontrarán que no está educado para el ministerio. La iglesia gime bajo su predicación porque no predica con unción ni poder. Se ha echado a perder en preparación.

4. Aprendemos cuál es la predicación de avivamiento. Todos los ministros deben ser ministros de avivamiento; esto es, esto debe ser calculado para promover santidad. La gente dice: "está muy bien tener algunos hombres en la iglesia que sean predicadores de avivamiento, y que puedan ir y promover avivamientos, pero entonces debe haber otros para adoctrinar la iglesia". ¡Qué raro! ¡Acaso no saben que un avivamiento adoctrina la iglesia más rápido que cualquier otra cosa! Y un ministro nunca producirá un avivamiento si no adoctrina a su público. La predicación que he descrito está llena de doctrina, pero es doctrina para ser practicada. Y eso es predicación de avivamiento.

5. Hay dos objeciones a veces traídas contra el tipo de predicación que he recomendado.

(1.) Esto es rebajar la dignidad del pulpito a su estilo coloquial y de abogado. Están impactados ante eso. Pero es sólo por la novedad y por cualquier impropiedad que hay en eso mismo. Oí un comentario hecho por un dirigente laico en el centro de este estado en cuanto a la predicación de un cierto ministro. Dijo que era la primera predicación que había escuchado y entendido, y que escuchaba al primer ministro que hablaba como si creyera su propia doctrina, pensó que estaba loco. Pero poco a poco, se le hizo ver que todo era cierto, y se rindió a la verdad, como el poder de Dios para la salvación de su alma.

¿Qué es la dignidad del púlpito? ¡Ver a un ministro que está en el púlpito sosteniendo su dignidad! ¡Ay, ay! Durante mi viaje al extranjero, oí a un misionero inglés que predicaba exactamente de esa forma. Creo que era un buen hombre y fuera del púlpito hablaba como un hombre sincero, pero tan pronto estaba en el púlpito parecía un perfecto autómata, hinchándose, recitando y cantando, bastante para poner a todos a dormir. Y la dificultad parecía ser que quería mantener la dignidad del púlpito.

(2.) Se objeta que esa predicación es teátrica. El obispo de Londres le preguntó una vez a Garrick, el célebre actor de teatro, por qué los actores, que representaban ficción, movían a todos hasta llorar, mientras a los ministros, en representación de las realidades más solemnes, apenas les oían. Garrick filosóficamente contestó: "es porque representamos la ficción como realidad, y ustedes representan la realidad como ficción". Esto dice todo. Ahora, ¿cuál es el diseño del actor en una representación teátrica? Es arrojarse en el espíritu y significado del escritor, para adoptar sus sentimientos, hacerlos suyos, sentirlos, encarnarlos, arrojarlos al público como una realidad viviente. Y ahora, ¿cuál es la objeción a todo esto en la predicación? El actor adapta la acción a la palabra, y la palabra a la acción. Su apariencia, manos, actitudes, y todo, están diseñados para expresar plenamente el significado del escritor. Ahora, esto debe ser el objetivo del predicador. Y si por "teátrico" queremos decir la representación más fuerte posible de sentimientos expresados, entonces entre más teátrico es un sermón, mejor. Y si los ministros están muy rígidos, la gente muy fastidiada, para aprender incluso del actor, o del escenario, el mejor método de cimbrar la mente, reforzar el sentimiento, y difundir el calor del pensamiento abrasante a una congregación, entonces sigan con su forma prosaica, lectura y rigidez mojigata. Pero recuerden que mientras en ese modo estén ellos alejando y condenando el arte del actor e intentando sostener "la dignidad del púlpito", los teatros pueden estar atestados todas las noches. La gente de sentido común se entretendrá con esa manera de hablar y los pecadores se irán al infierno.

6. Una congregación puede aprender cómo escoger a un ministro.

Cuando una iglesia con una vacante está buscando un ministro, hay dos puntos clave en los cuales se fija su atención. (1.) Quede debe ser popular. (2.) Que debe ser instruido. Eso está muy bien. Pero este punto debe ser el primero en su búsqueda: "¿Es sabio para ganar almas?" Sin importar cuán elocuente el ministro sea, o cuán instruido. No importa cuán grato y popular es en sus maneras. Si es un hecho que los pecadores no se convierten bajo su predicación, muestra que no tiene esa sabiduría, y los hijos y vecinos de ustedes se irán directo al infierno bajo su predicación.

Me da gusto saber que muchas iglesias harán esa pregunta acerca de los ministros. Y si ellos encuentran que un ministro es destituido de esa cualidad vital, no lo tendrán. Y si se pueden encontrar ministros quienes son sabios para ganar almas, las iglesias tendrán esos ministros. Es en vano contender contra eso, o fingir que no están instruidos o educados, o algo parecido. Es en vano para las escuelas que obliguen a las iglesias aceptar una carrera de ministros que son instruidos en todo menos en lo que más necesitan saber. Las iglesias han pronunciado que no son aptos, y no apoyarán eso que es muy notoriamente inadecuado como el sistema presente de educación teológica.

Es muy difícil decir qué necesita decirse en este tema, sin estar en riesgo de concebir un espíritu equivocado en la iglesia hacia los ministros. Muchos profesantes de religión están listos para encontrar fallas en los ministros cuando no hay razón en la medida que se vuelve muy difícil decir de los ministros qué es cierto, y qué necesita decirse, sin ser pervertidos y abusados por esta clase de profesantes. No diría nada para lastimar la influencia de un ministro de Cristo, que está realmente intentando hacer bien. Merecen cien veces más influencia que ellos merecen o tienen. Pero decir la verdad no lastima la influencia de esos ministros que con sus vidas y predicación dan evidencia a la iglesia que su objetivo es hacer bien y ganar almas para Cristo. Esta clase de ministros reconocerá la verdad de todo lo que he dicho o deseo decir. Lo ven todo, y lo deploran. Pero si hay ministros que no están haciendo bien, que se están alimentando ellos mismos y no al rebaño, tales ministros no merecen influencia. Si no hacen bien, es tiempo que ellos tomen otra profesión. Son sanguijuelas en los órganos vitales de la iglesia, succionando la sangre de su corazón. Son inútiles y peor que eso. Y mientras más pronto sean puestos a un lado, y sus lugares se llenen de aquellos que harán por Cristo, mejor.

FINALMENTE--Es el deber de la iglesia orar por nosotros, los ministros. Ni uno de nosotros es tal como debemos ser. Como Pablo, podemos decir: "Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?" Pero ¿quién de nosotros es como Pablo? ¿Dónde encontrarán un ministro como Pablo? No están aquí. Hemos sido educados mal, todos nosotros. Oren por las escuelas, universidades y seminarios. Oren por los jóvenes que se preparan para el ministerio. Oren por los ministros, que Dios les dé sabiduría para ganar almas. Y oren que Dios dote a la iglesia con la sabiduría y los medios para educar una generación de ministros que salgan y conviertan al mundo. La iglesia debe trabajar en oración, gemir y agonizar por eso. Esto es ahora la perla del precio de la iglesia, suplir del tipo correcto de ministros. La venida del milenio depende de este tipo de ministros diferentes, que estén mejor educados para la obra. Y esto tendremos tan seguro como el Señor mantiene bien su promesa. Ese ministerio como está ahora en la iglesia nunca convertirá al mundo. Pero el mundo está para convertirse, y por tanto Dios intenta tener ministros que lo hagan. "Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies."

 

 

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